domingo, 13 de septiembre de 2009

Capitulo XVI: POR ALGO SERÁ.

Ese verano pasó sin darme cuenta. Se confundieron los exámenes con el inicio de clases y de un golpe me encontré con mis nuevos compañeros que ya eran mis amigos.
Aquel colegio, Comercial Nro. 5, tenía fama de ser la arena entre la dictadura de las “Profesoras de Tiempo Completo”, un título inventado para jubilarse con el máximo haber posible, y los que me antecedieron en los cursos superiores, que buscaban la libertad, mezcla de San Martín y Guevara.
Y Dante Rapari, que como no lo dejaban fumar, dejo la secundaria en segundo año.
O alguno que, como el “papi” tenía plata no necesitaba estudiar.
Yo me quedaba azorado escuchando sus anécdotas en los asados, o en la casa de Elisa donde nos juntábamos a timbear o hacer un rato de tiempo para ir al boliche.
Pensaba que para dejar un recuerdo es ese colegio había que mandarse una cagada más grande, y sino... pasabas sin pena ni gloria. Ya habría tiempo, recién llegaba.
Había que recuperar el tiempo perdido y me anotaba en todas. Aunque no pasaba un día sin que mi viejo me mandara al campo o me diera alguna tarea.
Yo hacia el tiempo para, ir a entrenamiento de fútbol, jugar a las cartas en lo de Elisa, tomar mates y charlar en casa de Mabel Menchetti.
Salía al boliche de Martes a Domingo, hasta que el dueño un poco cansado nos preguntó si lo queríamos administrar. La sociedad tomo forma con Tito Marante en las compras y la atención de la barra, Pocholo Hockuart se encargó de la música y las luces, y yo en las relaciones públicas y otras actividades de promoción.
Ganábamos buena guita. Una medida del mejor costaba la botella. La plata dulce, cualquier peón pagaba la vuelta o tenía una de escocés con su nombre.
--Dame del mío, flaco...-
Mientras... ABBA preguntaba ¿Chiquitita dime porqué?....
De estudiar ni hablar.
En las madrugadas, me cruzaba con mi viejo. Él ya estaba preparando la carne para el reparto y yo llegaba arrastrando la resaca y el olor a pucho.
Más de una mañana dormí en la escuela o me hacia la rata en lo de Elisa, aprovechando que ella salía para trabajar en Agua y Energía y no volvía hasta pasado el mediodía.
En la hora de mecanografía, dormía o estudiaba matemática, total yo iba a ser veterinario y... ¿para que quería saber escribir a máquina?.
Me llevé solo cuatro materias, entre ellas Literatura. No me llevaba bien con Don Quijote ni con la Pochi Escudero, directora y “profesora de tiempo completo”; pero fueron suficientes para repetir aquel cuarto año de bachiller.
Insistí el Marzo siguiente, pero el aburrimiento pudo más, a la semana del comienzo de clases me pasé a Comercio, que se dictaba en el mismo colegio.
Hasta tercer año todos juntos y después, tenías la opción del bachiller o el comercial.
Pasaron los días y yo me había habituado, nuevas materias y nuevos amigos. Pero como no le había comunicado a nadie mi intención de mudarme de sección, quedé nuevamente libre. Ahora ya sabía lo que esto significaba y cambió mi vida. No podía repetir y tampoco podía perder otro año.
Las cosas con mi viejo se habían endurecido y empecé a tomar compromisos con el campo y la chacra para aflojar la bronca.
Me reincorporaron y me puse las pilas. Trabajaba y estudiaba, ni yo lo creía.
Recuperamos la buena relación hasta que Italia nos ganó 1 a 0 Y nos obligó a jugar en Rosario. Mundial del 78. Mirábamos el partido en la casa de mi abuela, que estaba enfrente de la Carnicería. Mi viejo desde el dintel, vigilaba si venía algún cliente. Cuando los tanos nos vacunaron, gritó el gol y yo no lo podía creer, voló un zapato y se fue cagandose de risa. Me las ingenié para estar en el Luna, cuando le ganamos a Perú y en el Monumental para la gran final.
Con 17 años y Ricardo Alvarez que tendría 15 o 16, en el 78, solos por las calles de ese Buenos Aires, el de los desaparecidos. Que locura.
Pero mi viejo estaba convencido que nada podía pasarme porque yo no estaba metido en nada y los que desaparecían, “por algo será”.

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