domingo, 13 de septiembre de 2009

Capitulo XII: LA SECUNDARIA-

No sería justo privar al lector, de conocer el sentimiento que me invade, al recordar para escribir los momentos que he vivido, en los años de secundaria.
Es difícil traducir en palabras, lo que el corazón me dicta a borbollones.
El primer año lo curse en el mismo colegio, que aún era Agrotécnico Enologico, ya que con sexto y séptimo te recibías, de Enólogo.
Nunca supe como lo hacían, cual era el sistema que utilizaban, para separar en dos grupos a los casi cien alumnos de cada año, A y B. Me ubicaron en el primero B.
Y allí estaban varios de los conocidos en la primaria, a los que se sumaron los nuevos, algunos del pueblo y otros de localidades más lejanas.
A los pocos días no se notaba la diferencia, rápidamente nos integramos, eran muchas horas las que compartíamos.
Eran tiempos ya difíciles, entre un gobierno Peronista se intercalaba un golpe militar. Año 1973.
Se percibía en el ánimo de la gente que algo no terminaría bien.
Mi hermana estudiaba en Bahía Blanca, colegio de monjas, pupila. Para mamá se hacia insostenible la presión que ejercía Graciela, magnificando su situación de esclava, presa en esa cárcel del Maria Auxiliadora y claro el nene estaba en casa con mamá y papá, era un privilegiado.
Tanto fue así que terminado el primer año me inscribieron en el Don Bosco y terminé viviendo en una casita de Viamonte al 1500 con mi hermana y una viejita, Doña Mercedes, a la que un día se me ocurrió decirle que me gustaban los guisos y empecé a verlos hasta en el desayuno.
El colegio no era muy diferente, salvo las caras desconocidas y yo me destacaba por ser el de afuera, jugaba de visitante.
Los Bahienses son cerrados y me costó un tiempo hacer amigos. Un primo lejano coincidió en el mismo curso y esto ayudó un poco.
En educación física podíamos optar por uno de tres deportes: Voleibol, fútbol y natación.
Elegí natación porque me atrajo la idea de poder practicar este deporte en invierno y en la pileta del club Olimpo.
Todas las horas en el canal del Calzoncillo, me habían adiestrado en este arte y rápidamente me impuse al resto de la clase. Se realizaban varios torneos, algunos intercolegiales, pero yo participaba solo cuando se hacían entre semana. En esa época ya jugaba en la primera de fútbol del Deportivo Luis Beltrán y todos los fines de semana viajaba. No me podía despegar de Beltrán, además... no me interesaba hacerlo... yo quería volver.
Aunque haga un esfuerzo no tengo recuerdos lindos de Bahía.
Mamá nos visitaba seguido y de alguna forma le daba los mensajes de desagrado por el exilio.
Cuando llegaba la recibía siempre a los gritos...
--Vino mamá!! Hoy comemos!!! –Como si no lo hiciéramos cuando ella no estaba.-
-- Nene, dejate de joder y ayúdame con las cajas.
Traía carne, verduras y algo de plata para los vicios.
Todos los fines de semana religiosamente me venía a Beltrán. Si había plata, en colectivo y sino a dedo.
Recuerdo el cumpleaños de quince de Marisa Llorente, no se porqué yo debía estar el viernes temprano y el cole salía recién a las 21 hs. llegando a Choele a las 02 hs. así es que me fui al Cholo, una estación de servicio a la salida de Bahía, donde normalmente hacíamos auto stop. A los pocos minutos, un camión de combustible del gallego Lamas, el camionero me reconoció y de inmediato estaba viajando a Beltrán. Estaba feliz, serían las 15 hs. y aunque el transporte fuera un poco más lento, yo calculaba que para las 22 hs. llegábamos seguro.
En Médanos, un pueblito a unos 45 km. de Bahía, el gordo Tagliaferro, dijo que dormiría un rato.
Yo pensé que sería buena idea hacerlo también y me recosté en la butaca. Cuando desperté, estaba oscuro, ya era de noche, no lo podía creer, ya eran las 21hs. y habíamos recorrido 45 km.
Finalmente llegue al cumpleaños a los postres y caliente como una moto.
Cada Viernes era una fiesta. Me venía a Beltrán.
Los Domingos a la tarde se renovaba el calvario. Cuanta tristeza.
Otra vez el cole y una nueva semana en Siberia, en la legión extranjera.
Me convertí en un adicto al cine y no me importaba demasiado la película, sino que allí el tiempo pasaba más rápido. Así me ví el estreno de Terremoto, Infierno en la Torre, y otras que eran bárbaras y a Beltrán llegaron como diez años después.
El resto del día que no estaba en el claustro o en Olimpo, lo dedicaba a la tele, El hombre Nuclear, Kojac, pero lo mejor, El Gran Chaparral.
Si a esto le agregamos que para ese entonces ya tenía alguna minita, yo me sentía como de visita en Bahía. Nunca sentí como propia esa casa, ni recuerdo lo que había en el patio. Ni quiénes eran nuestros vecinos.
Por suerte ese año mi viejo se decidió a viajar a Italia. Y entre pitos y flautas se pasó un mes y pico.
Quisiera detenerme, sé que el lector entenderá mi deseo, y compartir este viaje que no olvidaré jamás.

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