jueves, 11 de enero de 2018

Plata y Miedo Nunca Tuve.


Cuando volví de Tandil, mi casa era una tapera. Buscaba por donde entrar y apareció Aníbal Espinel, el novio de mi hermana. Me conto que mis viejos estaban en Buenos Aires y que él se había quedado de casero.

Más o menos me puso al tanto de la situación. Era difícil entender que mi viejo estuviera en busca de un crédito importante como para tomar un poco de oxigeno y volver a generar recursos para achicar las deudas, que lo habían atado de manos.

Los bancos locales no tenían los medios y sus cuentas corrientes, cerradas. Los proveedores, muy preocupados, también habían achicado sus créditos y era lógico, todo el mundo sabía, que a cada santo le debía una vela.

Para colmo, todos los días venia algún oficial de justicia a reclamar algún pago y como la respuesta era negativa, procedían al embargo de algún bien.

Las noticias de Buenos Aires, no fueron alentadoras. En una comunicación telefónica, mi viejo dijo que estaba pensando en irse a Italia, que no tenía fuerza para afrontar el desguace de su empresa. Yo trate de alentarlo, pero no tenía muy claro de qué manera podría ayudar.

Salí a comprar cigarrillos y un tal Raúl Plouganou, se acerco en un Torino y desde la ventanilla me pregunto si yo era el hijo de Francisco Pirri. Pidió si podríamos charlar un rato de un tema de negocios.

Yo lo conocía de nombre, jamás cruzamos palabras antes. Lo invite a casa y acepto. Entramos y fui derecho a preparar unos mates, él me siguió. Pregunto por mi viejo y le comente que no estaba.

-No importa -dijo- con el que quiero hablar es con vos.

Empezó diciendo que lo conocía a mi viejo de una licitación, hacia como dos años, en la que se presentaron los dos y que su proyecto había sido superior al que presento mi viejo.

Me di cuenta que se trataba del matadero municipal y ahora entendía porque la faena de mi viejo se fue a Villa Regina, al matadero del Indio Gutiérrez.

Raúl me explico que cuando presento el proyecto, contaba con esa faena y como Francisco, decidió trasladarla, no estaba en condiciones de dar cumplimiento al contrato firmado con la municipalidad.

Yo recordé los dichos de mi viejo cuando perdió esa licitación.

-He visto caere arbole así de grande.-

Desde Rosario, a Raúl se le complicaba mucho poder administrar el negocio.

Lo escuché atentamente, pero no entendía por donde venia la mano. Me comento que hubiera sido bueno tener una charla con mi viejo, pero eso era imposible por su carácter difícil. Eso si lo entendí y me sonreí.

Como si yo fuera un empresario en potencia, me explico que tenía intenciones de transferirme el contrato que lo comprometía con el matadero.

Cuando me cedió la palabra le pregunte si él estaba consciente, si no se había desayunado con grapa, que yo tenía 19 años, que no tenía ni idea de empresas, ni de contratos y que lo único que podía ofrecerle como capital en garantía, era una bicicleta aurorita y en llanta.

Después de reírnos un rato, me dio algunos detalles de cómo veía la oportunidad de hacer un acuerdo en el que los dos fuéramos beneficiados. Un administrador que trajo de Rosario estaría dispuesto a quedarse conmigo al frente del matadero, hasta que yo aprendiera el manejo.

Me hablo de las obras que estaban comprometidas y que el contrato consistía en un derecho de uso y explotación con compromiso de obra y que al finalizar el contrato, esas obras quedarían en propiedad del municipio. Que su negocio era ser proveedor y diseñador de mataderos, no matarife. Que mi viejo sí conocía el oficio y yo podría contar con su faena.

El compromiso con él sería, que al momento de hacer las obras, lo consulte, por sus honorarios en las presentaciones y aprobaciones de planos en SENASA y por los precios de la maquinaria que fuera necesario incorporar a la planta. Que después hablaríamos del costo que tendría la transferencia de la empresa a mi nombre.

Al día siguiente me paso a buscar para ir al matadero. Yo había pasado la noche pensando en todo lo que había escuchado y llegue a la conclusión que no tenía nada que perder. Como en otras ocasiones, me acorde de mi amigo y compadre Luisito Bernardi y tal como él dice, “plata y miedo nunca tuve” me ayudo a decidirme a aceptar la oferta.

Me presento al administrador que estaba al tanto de lo que pasaba y repitió los dichos de Raúl. Hubo una reunión de personal y les comunicaron que a partir de ese momento, el que estaba a cargo era yo. La mayoría de los presentes me conocían, porque eran viejos hombres del oficio y muchos de ellos me habían enseñado a lavar achuras.

Se notaba el escaso presupuesto en la ropa de trabajo, algunos con camisas de colores, otros que no le entraba un remiendo más, unos pocos con botas blancas muy gastadas y el resto, el que no tenía los dedos afuera, tenía una bota negra y otra amarilla de vieja. También faltaban cuchillos y otras herramientas de trabajo. Las caras se dividieron entre preocupadas y animadas.

Me conocían, sabían de qué sangre venia, pero todos creían que era un cachorro, que no estaba en condiciones de mear como mean los perros grandes.

El Jugador.


Se levanto de la mesa corriendo la silla con bastante ruido, se apoyo con los nudillos y procuro estirar las piernas.

-Sres. Hasta aquí llego yo. – dijo a modo de despedida y se dirigió al perchero que estaba justo detrás de él.

Las arrugas en su ropa, que mostró cuando nos dio la espalda, mostraban las horas que habíamos pasado hablando de nada y de todo, mientras las cartas recibían elogios y puteadas, según eran las de ganar o perder.

Con algún esfuerzo se calzo el sobretodo, acomodo su sombrero de alas cortas y se fue.

Por un instante creo que todos sentimos deseos de seguirlo.

Después alguien pregunto.

– ¿Quien reparte? – y comenzó una mano mas y otra…
Yo me quede pensando, adonde iría con ese ánimo. Sentí de alguna manera la necesidad de estar con él. Después pensé que no era una situación única, él había vivido momentos como ese muchas veces y hasta he dudado, si de verdad no jugaba hasta perder, porque daba esa sensación.

Quizás el verdadero placer del jugador no está en jugar, ni siquiera en ganar, sino en jugar hasta perderlo todo, lo que tenia y lo que no.

Me levante de la mesa y copie los pasos de mi amigo, busque mi abrigo y salí. El frío de la madrugada me hizo estremecer. Camine rumbo a mi casa.

A dos cuadras… encontré a mi amigo… sentado en una vidriera… con la mirada perdida… y jugando con un cigarrillo.

- ¿Qué haces acá con este frío?- le dije preguntando realmente, no lo que hacía, porque lo veía, sino que me interesaba saber qué cosas pasaban por su mente en ese momento.

Levanto la vista, giro un poco la cabeza hasta que nuestros ojos se enfrentaron… y soltó con apenas un temblor en su mentón…

- Ayúdame…