sábado, 19 de marzo de 2011

Mi Primer Safari.

En todas esas charlas de vacas perdidas con Gastón Marco, me conto que estaba armando un Land Rover 4x4 para correr una carrera por el desierto patagónico, por lugares increíbles que solo en ese tipo de autos se podía pasar. Me daba los detalles de cómo sería la hoja de ruta y que la mayoría del trayecto se hacía a campo traviesa o por alguna huella de vaca.
Verdaderamente era una aventura que supe es ese momento, algún día viviría. En la primera oportunidad que tuve, compre un jeep modelo 55, 4x4 original en la mecánica y carrocería de fibra de vidrio amarillo furioso. Bueno lo que se dice comprar, comprar con plata, no, en realidad lo cambie pelo a pelo por un Opel K180 verde loro que cayó en mis manos por una deuda cobrada a los apurones. La cuestión es que desde ese momento se despertó en mí, esa pasión por el safari. Esas carreras a campo traviesa que exigen no solo al piloto y navegante, sino también al vehículo, que debe estar adaptado a ese tipo de terreno, donde no hay caminos. Es decir, como un Dakar pero del subdesarrollo, porque los presupuestos son obscenamente inferiores.
A mi primer competencia, allá por el 85, me inscribí por teléfono. El jeep lo preparaba Omar Petaca Casella, en su taller nos encontrábamos después del horario de cierre y le hacíamos las reformas que imaginábamos necesarias. Nos habían dicho que entrabamos en la categoría 4x4 libres y eso quería decir que le podríamos hacer al jeep, todo lo que estimáramos conveniente para que aguante y que aguantemos nosotros. El motor 4 cilindros original del jeep, hecho pelotas, lo cambie por un radiador y cuatro amortiguadores.
Nenucho Fernández, otro mecánico del pueblo, me dio el dato de un viejo que había cambiado el motor a una chiva y que estaba muy bueno, porque lo usaba para dar la vuelta al perro nada más y lo tenía guardado. Compre ese motor también por teléfono y lo mande a buscar con el camión del reparto. Así como vino se lo metimos al Amarillo. Obviamente, ni bien se lo acomodamos, salimos a probarlo. Dimos unas vueltas por el pueblo con Petaca de navegante y salimos a la ruta. Cuando pasamos el Circulo Italiano saliendo del pueblo, vimos que estaban haciendo carreras de eslalon en el baldío de al lado. Ni lo pensamos. No encontraríamos mejor lugar para cagarlo a palos al Amarillo, para ver como sentía al seis cilindros. Nos anotamos y a fondo salimos a dar la vuelta previa. En la primera curva se cruzo un poco y en la segunda lo pusimos de poncho. Pobre loco, en ayunas nomas, ya lo pusimos con las caminadoras para arriba.
De todos modos, sirvió la experiencia para saber que ahora con ese bicho, no se jodía, tendría que aprender a manejarlo antes de hacer locuras.
El safari se correría en San Antonio. Serian unos 180 km de carrera y la mayor parte del recorrido, por la playa, rumbo a Bahía Creek, cerca de Viedma. En el taller mientras compartíamos los amargos, calculamos todo, cuanto de combustible, por lo menos tres cubiertas, algunos repuestos, herramientas, una pala, un hacha por si había algo de monte, la conservadora con vino y agua mineral, la carpa y asado de tira por si nos quedábamos tirados en algún lugar a pasar la noche y la parrilla.
Todo bien acomodadito y atado porque pensábamos andar requetefuerte y lo subimos al camión de Oscar Bedinello. En el lugar donde estaba previsto que hagamos noche para volver al otro día, no había hotel, bueno, ni hotel, ni nada, ni luz eléctrica había. Así es que para comer allá, llevamos un cordero vivo, con la idea de carnearlo en el momento en que lo íbamos a comer.
La verificación técnica, en la delegación municipal de Las Grutas, la pasamos sobrados, teníamos de todo, jaula antivuelco con cuatro puntos al chasis que le había hecho el loco Di Giorgio, butacas de Torino de cuero, matafuego de 15 kilos porque era el único que teníamos, de luces estaba al pelo porque lo usábamos para andar en el pueblo, cinturones de seguridad a la verija originales de Torino, una bandera larga en la antena de fibra y otra dobladita debajo de la butaca con la inscripción SOS por si nos perdíamos y nos salían a buscar en avión. Todo teníamos, hasta los elásticos vencidos teníamos, por el peso que llevábamos.
Nos dieron la hoja de ruta con unos dibujos que hacían de referencias y al costado los km que debíamos recorrer entre una y otra. Y cada tanto, en letras más grandes y en negrita decía PC. Con Miguel Martin no preguntamos nada cuando explicaron la hoja. Petaca, después de la experiencia del vuelco, no acepto ser mi navegante y Miguel venia de un divorcio y ser mi navegante no podía ser peor que eso, debo decir que tampoco me conocía y eso jugo a favor para que aceptara en cuanto le pregunte si el sí se animaba.
En una fila fuimos hasta la tercera bajada del balneario. La adrenalina ya empezaba a surtir su efecto y cada un minuto nos iban largando.
El amarillo iba quietito en la arena y le empecé a poner la pata al acelerador, a fondo, íbamos como mirando vidrieras, echados para atrás, como gallego en auto nuevo. De pronto vemos que un tipo, rodeado de un montón de gente, en la playa, llegando a San Antonio, nos baja una bandera. Por allá lo vemos a Petaca que viene corriendo adonde estábamos. A los gritos me dice.
-Viste la hoja boludo, viste donde dice PC, esos son puestos de control y vamos a estar los auxilios-
Yo lo mire como interrogando, que me importa. Entonces me dijo que arrime el jeep a la camioneta así bajábamos las cosas que llevábamos al pedo y lo alivianábamos un poco, porque veníamos enterrados en la arena. Bajamos un bidón de 40 litros de nafta, otro de 20 litros de agua, la carpa, el asado de tira y la parrilla. El jeep apenas se levanto un poquito, los elásticos ya estaban con las puntas mirando el piso.
De todos modos no le mezquine acelerador y ahora el terreno era más duro, los golpes del diferencial delantero en los topes de cubierta de tractor atornillados al chasis, me daban el límite de velocidad y marcaban el ritmo de carrera. Llegamos de nuevo a la playa cerca del puerto y en ese PC nos indicaron que debíamos hacer 40km por la playa y después teníamos que subir por unas dunas bastante jodidas.
Uno ve la playa y parece asfalto, pero no es. Cuando empezamos a darle duro a algunos zanjones, me di cuenta que para frenar al amarillo hubiera sido bueno traer un ancla, porque con los frenos originales del Ika, surtía el mismo efecto que agarrar un chancho de la cola.
Decidimos con Miguel ir más despacio y trataríamos de dar la vuelta, terminar la carrera sin romper nada. Cuando llegamos al punto de salir de la playa y encarar las dunas, vemos un jeep de nuestra categoría, justo en el borde superior, enterrado hasta los ejes en la arena. Abrí grande la vuelta y encare la trepada a lo que daba mi pie, cerca de las paletas del ventilador. Totalmente en vano el esfuerzo. En mitad de la trepada, se quedo el Amarillo y se me negó. El competidor que tenía el jeep encajado arriba, empezó a bajar caminando hacia donde estábamos nosotros. Era un tal Claudio Gallucci que habíamos sacado de adentro de un pozo unos cincuenta km atrás. Me preguntó si le había puesto la doble en alta. Cuando vio mi cara de estúpido, se dio cuenta que no tenía ni idea de que me estaba hablando. Me dijo que esa palanquita, que está al lado de la de cambios, era para poner la transmisión en alta o en baja y que para el lado del motor era baja y para el lado de la butaca era alta. Que le diera bien para atrás cerca de la marea y que lo ponga a fondo en segunda alta para poder subir. Hice lo que me indico y el Amarillo se prendió a la duna como garrapata y tirando arena por los cuatro vientos, trepo como si le hubieran puesto un cuete en el culo. Cuando pisamos terreno firme, paramos. Le dije a Gallucci que ponga la linga que lo tiraba. El tenía un palier cortado, pero igual pudimos sacarlo a terreno firme. Nos ofrecimos a ayudarlo y dijo que con lo que habíamos hecho estaba más que bien, que avise cuando llegue a sus auxilios, que iba a tardar un poco porque iría en simple, pero que seguía en carrera.
Terminamos esa primera etapa, bastante bien colocados y veíamos que todos estaban metidos debajo de los jeep haciendo algo. Petaca me pregunto si notaba algo mal en el Amarillo y le dije que veníamos en coche. Sin hacerme caso se tiro abajo y empezó a apretar tornillos sueltos por donde mirara, se habían aflojado hasta los dientes de Miguel.
El gordo Vuillermin y Oscar Bedinello, estaban preparando la cena con mi asado de tira en el disco. Pregunte por el cordero y me dijeron que les dio lastima matarlo, que sería mucha carne para las cinco personas del equipo. Con una soguita y una estaca, lo tenían pastoreando cerca del camión.
Acomodamos los colchones en la caja del forcito de Oscar y nos dispusimos a dormir. A lo lejos en la playa se escuchaba un jeep que iba y venía. Después nos contaron que habían estado probando distintos tipos de gomas y que habían optado por las súper agarre, igual a las únicas que teníamos nosotros. Estos no saben nada, pensamos. Nos dormimos bastante borrachos porque le dimos a la de cinco, hasta que la hicimos cagar.
Cuando empezó a despuntar el sol, nos teníamos que preparar para la segunda etapa, igual a la anterior pero de regreso. El gordo fue el primero en darse cuenta y dijo preocupado.
-El cordero no canta-
Lo habíamos atado cerquita en el paragolpes del camión, pero no daba señales de vida. Nos levantamos, tratando de emparejar el cuero con lastimosos estirones de las extremidades y echamos pie a tierra. Nos dolían los riñones de tanto zarandeo, pero nos preocupaba el cordero. Seguro lo habrían afanado. Lo buscamos un poco pero no lo encontramos. Teníamos que ponernos en marcha y nos arrimamos al Amarillo. Grande fue la sorpresa cuando vimos al cordero, con mi casco puesto hasta las paletas, atado de las manos al volante, sentadito en la butaca. Hijos de puta, lo habían paseado por todas las carpas y no sé si alguno no lo violó.
En la etapa de regreso ya nos sentíamos viejos expertos safaristas y terminamos sin ninguna rotura de importancia, salvo alguna que otra pinchadura. Con el trofeo del quinto puesto en nuestro debut, nos fuimos al primer bar que encontramos a darle el gusto al garguero.
Volvimos orgullosos de nuestra primera experiencia. Algunos nos felicitaban y se interesaban en como había resultado todo y otros opinaban que esto del safari, era una moda, que en uno o dos años ni se acordarían de la categoría. Hoy deben pensar diferente, pero nunca lo van a reconocer.
El cordero se convirtió en nuestra mascota y anduvo solo, en libertad por la chacra, hasta que murió de viejo.