Capitulo II: 200 metros Para Una Vida.
Patatín, famoso guardavallas del equipo de la rinconada, era la esperanza de la chacra de los abuelos. Con buen criterio pensó que, si no lograban la propiedad, no valía la pena el esfuerzo.
Empezó a rodar solo, luego se casó y siguió rodando. Tubo un hijo, Dany, y los tres también partieron a Buenos Aires. Esporádicas visitas de compromiso, como si Río Negro tuviera la culpa de lo duro de esos días.
Cuando se jubiló, quiso volver a dejar sus huesos, en la tierra que lo viera nacer. Aquellas pasiones de su juventud, la banda roja, el River Plate de sus amores, y la quiniela, lo acompañaron en sus últimos días de soledad.
Mamá, tiene buenos recuerdos de su infancia. Aunque la adolescencia la sorprendió casada.
Y según dice fue la que tomó la iniciativa.
Un domingo de verano, la sobremesa en el patio sombreado de parrales y la charla con los abuelos, no distraían la mirada de papá. A través de la puerta, estratégicamente sentado, la veía a mamá seguir el hilo, mientras lavaba los platos.
--Tengo que conseguire una segretaria, porque no se puede despachare carne y manejare la plata. Debe sere alguna de confianza.
Decía con la mirada clavada en la espalda de mamá que giró lentamente su cintura, y por sobre el hombro, lo miró expresivamente agrandando los ojos, levantando las cejas, sin sonreír y con el índice apuntándose al pecho -indicando que bien podría ser ella, la persona para esa función-
Papá, asintió afirmativa y disimuladamente con la cabeza.
No se retomó el tema hasta la despedida.
Cuando se marchaba, lo acompañó hasta donde había dejado su bicicleta, recostada en el cerco tupido de tamarisco, que cerraba el patio de la casa.
Él pidió que caminaran hasta la tranquera. Unos doscientos metros con la bici de tiro, les fueron suficientes, para intercambiar promesas. El primer beso, la despedida y la sensación de que algo importante estaba naciendo.
Las visitas se hicieron más frecuentes y ahora también venía a cenar. La charla solitaria, una vez que se retiraban los abuelos, servía para ordenar ideas. Tan difícil tarea, cuando son tantos los hechos y los sentimientos cruzados, la edad y la responsabilidad. La sensatez proponía esperar dos años para el matrimonio.
Cuando oficialmente se enteró la abuela, la idea de los dos años, la dejo respirar aliviada.
--¡Por suerte no tiene apuro!.
La soledad, la ropa ordenada, la comida caliente... tantos espacios cubre una mujer. Y, tantas veces, no reconocido.
El compromiso no se hizo esperar.
Vivir atrás de la heladera no era lo más indicado, ni siquiera para un hombre. El invierno se hacía notar y ya era hora de vivir un poco mejor. Una casita a pocos metros de la carnicería se alquilaba... Mamá estuvo de acuerdo, le parecía bien... Quince años cumplidos y seis meses de novios ya eran más que suficientes para encarar la aventura de compartir una vida.
Un viaje de compras, el registro civil, la iglesia y el viaje de bodas. Así de pronto. En una semana, mamá se vio con el delantal blanco, vendiendo carne.
Papá había salido, como de costumbre, después de comer, a carnear algún vacuno y por alguna razón, se tardó más de la cuenta. La hora de abrir llegó y con mucha determinación, mamá sacó de la heladera la carne trozada y la dispuso en el mostrador, como lo hiciera el viejo.
--Usted indíqueme lo que quiere. -le solicitaba al cliente, que con el dedo se lo pida, ya que por el nombre, no conocía más que el asado y las chuletas.-
Ya una cosa similar le había tocado a Dn. Emiliano y Patatín, cuando la luna de miel se estiró más del fin de semana por la hospitalidad de Dn. Antonio, que era un primo de francisco y como el padrino siciliano de la familia..
Con la carne el problema se campeaba, porque, como se vendía al corte, con la pulpa un huesito y todo valía lo mismo.
El libro de precios, se lo había llevado consigo papá en la memoria y las cosas de almacén se vendieron al rumbo. Lo que llamó la atención, fue la señora que al rato de haber comprado un trapo de piso, volvió por otros seis.
El entorno de papá se movilizaba a su paso. Alguien lo describió una vez, como una máquina que va haciendo pozos. Los que estaban alrededor debían tener la capacidad para profundizar los que servían y tapar el resto.
En la madrugada despostaba y cortaba lo que podía con la sierra eléctrica mientras había energía, después con el serrucho de mano terminaba de preparar la carne para las cuadrillas de Agua y Energía
El primer año vivieron en la casita del otro lado de la escuela. Después, un Ingeniero de Agua y Energía, por algunas cuestiones con su mujer, les vendió su casa nueva, a estrenar, en la Sargento Cabral.
Cuando mamá entró por primera vez, supo que sería su casa para toda la vida. Era su palacio, tres dormitorios, amplio living comedor y cocina. Dn. Beolchi, que vivía a la vuelta de la esquina, la había construido y con materiales de primera.
Buen constructor y buen hombre, tenia tres hijas de más o menos la misma edad que mamá.
En el festejo por el nuevo domicilio, estuvieron todos, la familia, los Candela y los Beolchi.
Que más se le podía pedir a la vida. Tenían casa, trabajo y amigos.
Como era de costumbre, programaban todo, dos años para casarse y hasta que mamá no cumpliera los veinte no tendrían hijos. Con el tiempo también se haría costumbre que todo sea distinto a lo planeado.
Todavía se notaba lo comido y bebido en la inauguración de la casa, cuando mamá tubo algunos mareos, náuseas y no se sentía nada bien.
Decidió ir al doctor. El consultorio de Cepeda, cirujano grandote, pelo rubio despeinado, amigo de la farra, el boliche y las trasnochadas con amigos, se encontraba doblando la esquina de la misma cuadra, a continuación de la casa de Beolchi. Y aunque dicen que no hay zurdo bueno ni burro parejero, este era otro claro ejemplo de la falacie del refrán. Nunca se iba a dormir sin haber visitado a sus pacientes internados, la mayoría parturientas, en esa época era muy difícil que te internen por otra cosa. Más de una le debe la vida a esa costumbre.
Allá fue la vieja preocupada, enseguida Cepeda la hizo pasar, se sentó cómodamente detrás de un escritorio y escuchó atentamente el relato de los síntomas. Luego echó hacia atrás y tranquilamente dijo:
--Aunque sea prematuro, por los síntomas, no puede ser otra cosa. Estás embarazada.
Un balde de agua fría, recibió mi vieja. Lejos de ponerse contenta, el cagazo se apoderó de ella.
Salió despacio y cuando cerró la puerta no pudo contener el llanto. Al pasar frente a la casa de Beolchi, las mujeres que estaban cociendo, por la ventana alcanzaron a ver que mamá iba llorando. Salieron corriendo, preocupadas, porque, quien sale en ese estado del consultorio del medico no puede ser por buenas noticias.
--¿Qué te pasó? ¿Qué te dijo el medico?.
-- No... Nada...
-- ¿Pero como nada? ¿Algo te dijo, para que te pusieras así?.. ¿Estás enferma? -preguntaron nerviosas-
--Me dijo que estaba embarazada. -dijo entrecortada y sollozando-
--¡¡¡Aaaa... Pero vos estás loca... como vas a llorar por eso!!!.
La alegría de las vecinas tranquilizó a mamá. Pasó por casa y no pudo esperar para ir a contarle a papá.
--No puede ser. ¡¡Te esta jodiendo!!. -Exclamó semblanteando, a ver si mamá le daba algún indicio de broma-
Siguió acomodando los huesos sobre el mostrador mientras sonreía nervioso y cada tanto la miraba a mamá.
--Y bueno... si tiene que ser será. -seguía-
--¿Qué vamos a hacer? Ya está. -
Le cambió el semblante y empezó con que sería el varón. Porque él sabía lo que hacía y no podía ser de otra manera.
Copó las apuestas a favor del machito que se sucedieron una tras otra.
Mi abuelo Enrique, como era su costumbre, con los nombres completos de los futuros padres, hacía algunas cuentas y siendo el primogénito, dijo sin dudar:
--E` una bambina.-con ese tono particular que utilizaba cuando disfrutaba de la furia ajena-
¡Cómo se divertía!.
--¡¡¡Pero que puede saber!!! -exclamaba mi viejo-
Con mucha facilidad se calentaba, pura espuma y al rato toda la tormenta había pasado.
Cualquiera que lo viera pensaría que se comería todo, era su forma de descargar tensiones. Típico gringo del sur. Siempre pensamos que por esa descarga, no se enfermó.
El trabajo ocupaba todo su tiempo y la vieja ayudaba, mientras su embarazo avanzaba tranquilo.
Hasta que el día de la verdad irremediablemente llegó. La madrugada del 16 de Octubre de 1957, mi vieja empezó el trabajo de parto. Mi viejo la llevó a la casa que oficiaba de maternidad y fue hasta la chacra a buscar a la abuela. Cuando llegó la hora de abrir la carnicería, se fue.
Promediando la tarde, nació mi hermana. Enseguida le avisaron al viejo, que como no estaba mamá, tenía la carnicería llena de gente.
Todo estaba muy bien, pero fue nena y la felicidad no era completa. Había muchas apuestas que pagar y lo peor, tenía que seguir esperando al hijo varón.
A pesar de estar solo a una cuadra de donde su hija recién nacida ya reclamaba atención, no fue sino hasta después de la hora de cerrar la carnicería, que fue a conocerla.
Gorda tranquila no daba problemas, algunas veces, las chicas de Beolchi, le pedían a mamá, que se las dejara cuidar para jugar un rato, lástima que en más de una oportunidad, dormía todo el tiempo y la práctica de madres se veía frustrada.
Mamá recorría el camino de la casa a la carnicería, cada vez que se hacía la hora de la teta.
Y Dios fue tan generoso, que alcanzaba para otros chicos que, por distintos motivos, necesitaron los servicios de madre nodriza. Tanto Graciela como yo, tenemos varios hermanos de leche.
domingo, 13 de septiembre de 2009
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