domingo, 13 de septiembre de 2009

Capitulo XI: Muñecas de Oro.

Con el Petiso Machado, empezamos a salir en auto, a dar la vuelta al perro o a pegarnos una coleadita por las calles menos transitadas. En un Valiant rojo, que tiraba lindo. No se como, desde el borde del asiento, colgado del volante y con las puntitas de los pies, el Petiso se las ingeniaba, para ponernos la adrenalina a mil.
Era la falopa nuestra, a veces necesitábamos salir a ponernos en órbita.
El domingo a la tardecita, era la mejor hora. El Petiso, lo encaró al viejo y salimos a pavonearnos por la Avellaneda, donde siempre se juntaba gente. Con el vidrio bajo y el codito afuera por la ventanilla, se mostraban los tipos. Saludando a los que comentaban.
--¡Mirá los pendejos!.
Hasta que de pronto nos tragamos al boludo que iba adelante y había frenado de golpe. No fue mucho, pero lo suficiente para que nos arruinara la tarde.
Enderezamos más o menos el paragolpe y la parrilla, y fuimos a devolver el auto. Despacito, ganando tiempo, para pensar que explicación le dábamos al viejo del Petiso. Decidimos decirle la verdad, total nosotros no teníamos la culpa, el boludo había sido el otro.
Cuando llegamos a la casa del Petiso, Chijete disparó a la mierda, Tony sacaba pan del horno como lo hacía siempre que se ponía nervioso y al Petiso no le salía nada.
---Íbamos lo más bien, paseando, cuando de pronto, ¡Pumm!, se abolló el paragolpe. –dijo el Petiso-
El viejo me miró y dijo.
--Norby,... vos sos el más grande. ¿Qué mierda pasó?
Le explique como habían sido los hechos. Él preguntó si alguno se había lastimado. Y como todos estábamos enteros, se terminó la historia de nuestro primer accidente. Yo era el mayor con doce años.
Ese mismo año, mi viejo me enseño a manejar y no se imaginó lo que sufriría por eso. Una Chevrolet roja, de las Bravas, con motor Indenor, era la que usaba mi viejo, cuando salía a revisar hacienda. Yo aprovechaba, lo convencía, él se ponía al lado y daba órdenes a los gritos como buen tano.
Así hice mis primeras armas. Después me prestaba otra Chevrolet, de las C10, modelo sesenta y pico. Que usaba Selso Troncoso, para llevarle la comida a los chanchos.
Hacíamos una vaca, le llenábamos el tanque y salíamos. Yo no tenía ni idea, pero en las esquinas le metía segunda, la pisaba y se nos hacía chica la calle.
Una empresa de estas que hacen movimientos de suelo, había estacionado varias maquinas topadoras, en ambos costados de la calle. Nosotros entramos cruzados y le apuntamos a una grande, volantazo y se cruzó otra y otra. Hasta que sola fue perdiendo velocidad y se acomodó en la calle. Levante la mano y le dije a Tony, que iba sentado al lado mio...
---¡Que muñeca! ¿No?.
Me miró, serio, apichonado todavía en el asiento, y dijo...
--¡Se!...La de la camioneta.
Durante el día salíamos a recorrer el pueblo en las bici. Esquina deshabitada que descubríamos, le cagábamos a toscazos el foco que la Municipalidad ponía, justo en el medio del cruce de calle. Después veníamos a la noche con la camioneta, metíamos segunda, apagábamos las luces y hacíamos un trompo. En la oscuridad nadie sabía quienes eran los enfermos.
Con el tiempo sentamos cabeza. Salíamos a pasearnos por el centro, a ver que pasa. Ya mi viejo me prestaba el Chevrón.
En una de esas.... regulábamos por la Avellaneda, cuando un Sr. En bicicleta nos empieza a pasar.
Iba a la altura de la puerta cuando Cochengo, sin moverse de su asiento de acompañante, nariz para arriba y mirando al tipo de reojo, me dice...
--Acelerale. –
El Sr. Intentó un esfuerzo, pero se dio cuenta que sería imposible.
El aflojaba y yo también. El encaraba y yo aceleraba. Hasta que el tipo, se metió atrás y venía muy cerca. Cochengo, con el mismo tono de voz anterior dijo...
--Frenale.
Sin pensarlo cumplí la orden del navegante.
El pobre hombre abrió los ojos grandes, intentó doblar para algún lado, pero era demasiado tarde. Estampó la rueda de la bici en el paragolpe, y cayo de jeta, desparramado en la luneta trasera. Se quedó a las puteadas con la bici hecha pelota, y nosotros nos fuimos, lo más chotos, como si no hubiera pasado nada.
Después, cuando éramos varios los que teníamos auto prestado, jugábamos a la mancha, tal como lo hiciéramos en bici, y al que tocábamos debía perseguir al resto, hasta que los autos se volvieran a tocar y valía en todo el pueblo; o a la escondida, y menos en la comisaría, nos podíamos esconder en cualquier lado.
Hacíamos como si el pueblo fuera nuestro, no respetábamos nada.
Entramos jugados en una esquina, persiguiendo a Luis en la Citroneta y a Davito en la Ford F100, celeste y blanca, y solo por casualidad, no atropellamos a la familia del milico Páez. Más allá, en la otra esquina, a la Citroneta, se le había salido la punta de eje y nos paramos para ayudar. En ese momento apareció el milico, con la 45 en la mano, caliente como jugo de chinchulin. Me encaró como para comerme...
--¿No te das cuenta pedazo de boludo, que casi matas a mi familia?....
Yo no estaba para contestarle y menos cuando revoleaba la 45.
--¿He, boludo? ¿Ves que no vales un tarro é mierda?....¿He, boludo?.
La 45 paso cerca de la cabeza de Luisito...
--¿He, boludo?....
--Ssssaaacccaa....saacccaaa.
Madre que lo parió. Qué cagaso. Después de eso se terminó el juego de la mancha.
Pero la coca de los autos nos tenía dominados. Cualquier cosa éramos capaz de hacer, por tener un cuatro ruedas. Yo no sé los kilómetros que hemos empujado el De Carlo, que le habían regalado al Petiso Machado. Ya estábamos convencidos que era un auto a pilas. Si, a pilas de boludos que empujaban.
Después apareció en escena el Dodge 1500 del Ricotón Alvarez. Ese auto nunca supo, porque cayó en las manos que cayó. Así le arreglaran la manija de la puerta, había que salir a probarlo. Durante un tiempo anduvimos sin embrague, lo empujábamos en segunda para que arranque y después subíamos a la carrera, si éramos varios daba una vuelta, pasaba con la puerta abierta y levantaba de a uno.
Con el Dodge andábamos por todas partes y nunca nos dejo a patas. Si he conocido auto sufrido, como el Dodge del Ricotón, ninguno. Bueno, la Citroneta de Luis también tubo lo suyo. Yo creo que ella sabía, que en la curva de los curas tenía que levantar la rueda trasera, y sino, había que pasar de vuelta.
Otras veces lo buscábamos a Manito.
Un viejito al que le gritábamos...
--¡¡Anda a pagar el pan!!
Y se salía de quicio. Se recalentaba y nos gritaba de todo.
Le decíamos Manito por un defecto que tenía en el brazo derecho. Lo llevaba siempre encogido y con la mano retraída. Según cuenta Elvin, un día entro a la panadería y como en ese momento no había nadie atendiendo, se sirvió una trincha y se fue.
A los pocos días, Elvin le preguntó...
---¿Pagaste el pan?...
Fue suficiente para que montara el picazo y lo insultara como sacado.
A partir de eso, pasó a formar parte de los personajes del pueblo. Sería motivo de distracción en los momentos de ocio que no eran pocos.
Cochengo, que se le hacía el amigo, se le arrimaba con un grabador y cuando pasábamos nosotros en el auto gritando.
--¡He, Manito! ¡Andá a pagar el pan!
El lo grababa, según decía para la posteridad.
En una oportunidad, decidimos que le haríamos un censo. Sabíamos más o menos donde vivía. Una casa grande con paredes de barro, que ya no existe, bastante grande. Tenía varias piezas y en cada una de ellas vivia una familia diferente. Las puertas daban a una galería, debimos censar a una familia hasta que, en una de esas puertas, nos atendió Manito.
Después de las explicaciones correspondientes.
Cochengo preguntaba y Tony, Chijete, Ricotón y yo, acompañábamos al censor.
--¿Apellido y Nombre?
Manito era flaco y petiso. Por eso también llamado Chiquitín.
Se echaba hacia atrás, para ver a la cara de quien le hablaba y como que tomara impulso para responder.
Siguieron las preguntas de rigor de cualquier censo, edad, estado civil, cuantos vivían en esa pieza, etc, etc...
Hasta que Cochengo pregunto con tono firme.
--¿Dónde compra el pan?
--¿Hé?..-Dijo Manito abriendo los ojos grandes y echándose hacia atrás con su brazo encogido.
--¿Dónde compra el pan? –Repitió el Censor-
--En lo de Clinton. –Respondió desconfiado el Chiquitín.-
Sin salir de su seriedad pasmosa Cochengo preguntó.
--¿Y lo paga el pan?
--¿Heeee? – Se echo hacia atrás el Chiquitín-
--¿Si pagaste el pan? –Le gritó Cochengo casi en la cara.
Fue suficiente para que explotáramos en carcajada y rajáramos porque llovían los cascotazos y las puteadas de Manito que estaba sacado.
Con Manito hay mil anécdotas. Como esa vez que Cochengo le gritaba desde adentro de la casa con la persiana baja.
--¡¡Anda a pagar el pan!!
Manito giró hacia la casa y justo la ve a Elisa, la madre de Cochengo, que en ese momento llegaba y se bajaba del auto.
--¡¡Mujer grande!! – Gritó Manito y le mandó el repertorio de puteadas.
Elisa miraba para todos lados sin entender lo que estaba pasando. Rápidamente se metió en la casa, para encontrarlo a Cochengo tirado de panza en el piso, cagandose de risa.
Una cosa parecida pasó cuando desde la ventana del colegio lo vimos pasar a Manito por la vereda de enfrente.
Sin pensarlo demasiado....
--¿Andá a pagar el pan?
Manito se transformó y cuando miró para el colegio la vió a Pochi Pedranti y Susana Costanzo, que charlaban junto a la ventana.
--¡¡Hay las tenes, a las conchas del brazo!!. ¿Pa que estudian ustedes? ¿Pa puuuutas estudian? -Y otras yerbas.
Las viejas se metieron a la Dirección, coloradas como huevo de chancho blanco. Cuando vinieron a preguntar si alguien gritaba por las ventanas del colegio, nos hicimos los boludos y como el único testigo era Manito, zafámos.
No sería en esta oportunidad que la Pochi, se dirigiera a mí para decirme, que era el último cero a la izquierda del colegio.

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