domingo, 13 de septiembre de 2009

Capitulo IX: LA PRIMARIA.

De mi escuela primaria puedo contar dos etapas. La primera en La Comercial, que funcionaba atrás de la Municipalidad y donde luego fue la biblioteca pública curse mi primer grado.
En mi primer día de clases, llovía bastante y papá nos llevó a Roberto y a mí. Se despidió con un beso y me dijo...
-- Pórtate bien.
Una señora gordita nos dijo que seria nuestra maestra y que nos ubicáramos donde quisiéramos. Con Roberto rumbeamos para el fondo y nos acomodamos en uno de esos bancos doble de madera que estaban unidos al pupitre.
La primer tarea, como para romper el hielo...
-- Dibujen una casita. - Dijo con voz de maestra antigua la gordita.-
Yo no tenía ni idea. Mis viejos ya me enseñaban algunos números y cuentas, pero de arte ni hablar. Sin embargo tenia a Roberto, que de números no sabía, pero en pocos minutos había dibujado una hermosa casa con líneas rectas, porque usó su impecable regla nueva, con caminito de acceso y la chimenea de la que salía el humo, dando la sensación que estaba habitada y todo. Yo me quedé‚ impresionado. No podía ni siquiera, intentar copiarla, nunca sería igual. Roberto, seguro, viendo mi cara de estúpido, dijo...
-- Traé‚ para acá.
Manoteo mi cuaderno y otra casita igual, comenzó a tomar forma. En ese momento supimos que la deuda se pagaría con la llegada de los números.
Ese fue nuestro primer: Muy Bien (10) diez. ¡¡¡Felicitado!!!, que mostré orgulloso en casa y mi vieja se enteraría, que esa casa no la hice yo, cuando lea este libro. Está bien que lo sepa, pasaron treinta y tres años y ya no me importa demasiado. No creo que sea lo correcto, sentirse orgulloso de algo que no hicimos.
Los recreos eran agotadores, el juego de la liebre, consistía en que alguien oficiara de liebre y el resto la perrada. El perro que la atrapaba se convertía, y la liebre pasaba a ser perro y así no parábamos de correr. Valía todo el patio incluso por entre las maestras que más de una vez quedaron en el suelo pisoteadas por la perrada. De los guardapolvos ni acordarse.
--Nene, ¿qué haces en la escuela?.-Preguntaba mi vieja cuando intentaba juntar las hilachas del blanco y almidonado.-
También jugábamos a policías y ladrones, algo parecido a la Liebre, con la diferencia que había dos bandos, más o menos iguales y cuando te metían preso, los demás debían intentar sacarte. Casi siempre terminábamos a las patadas.
Con Roberto nos metíamos a ladrones, para cagarlo a piñas al Chicato Crespo, que era el hijo de un milico que nos corría hasta la casa, cuando nos veía atorranteando en el pueblo.
De los varones me acuerdo de Oscar Villanova, Patricio Mellado, Melchor Martínez, un Pastor y un Otero. De las chicas Leticia Zanne, Marisa Llorente, Alicia Becerra...
En esa escuela llegué‚ hasta tercer grado y lo tuve de maestro al negro Díaz. Con el Negro el que se portaba mal, pagaba el asado para todo el grado. Y en esas reuniones él tocaba la guitarra, acompañaba al que se animara a cantar alguna última de Palito Ortega, Sandro, Leo Dan, y otros. Nunca faltó la foto, que, con mucho oportunismo, el negro tomaba para el recuerdo.
Era común verlo, con la cámara colgando del hombro. Sin el guardapolvo, mostraba su estilo demasiado informal, en verano, remera afuera, bermudas y hojotas gastadas desparejas, siguiendo la curva de sus piernas chuecas; el invierno lo encontraba envuelto en una larga y colorida bufanda con flecos; su andar desparramado lo hacia disimular las oportunidades en que el codo se le enpinaba demasiado. Según decían, el negro empedo te saca mejores fotos. Se ponía de gauchito... Despojado de sus escasos pudores, no tenia problemas en treparse al altar de la Iglesia, para encontrar una óptica diferente de la pareja de novios. Más que un fotógrafo, se contrataba el show del negro.
Personajes de pueblo... Cuantos cuentos se inspiran en la realidad y que muchas veces, por ser común, no le damos la oportunidad de ser graciosos y nos fastidian, cuando deberían ser motivos de risa.
La segunda, cuando pasé a cuarto grado, me mandaron al colegio de los curas, porque debía terminarse la joda y allí sí que me pondrían en vereda.
El cambio fue muy grande, el colegio no era mixto y entre hombres el trato fue realmente distinto, como si dejara de ser el niño tal, para ser el Sr. Tal.
Entre internos que vivían en el mismo colegio y los externos que se retiraban al mediodía a comer a sus casas y volvían a las horas de deporte y estudios hasta las dieciocho; estábamos los medio pupilos que almorzábamos en el colegio.
La Nena Zavala se debatía entre la caricia y el cuaderno, donde, si no cumplías las reglas, te anotaba para que el cura Zatti te hiciera entender, que era un colegio democrático, siempre y cuando, se hiciera solo lo que él decía. Entre los métodos que utilizo, me acuerdo haber sufrido, las vueltas corriendo alrededor del colegio, con la amenaza de una varilla de tamarisco, si el paso se consideraba lento, limpié‚ tantos vidrios como nunca lo hice en toda mi vida, pasé el lampazo hasta dejar brillosas las eternas galerías del claustro, escarbé y arranque tamariscos hasta perder la cuenta de las ampollas, que la pala y el hacha se encargaron de sacarme y también pele pollos que se criaban en el colegio. No siempre me contaban entre los anotados pero tampoco me consideraba un timorato. Del cuaderno no safabas, tarde o temprano te pescaba la Nena y con todo el dolor del alma te anotaba sabiendo que te mandaba al matadero. Pero lo peor no consistía en el castigo sino que el horario para ejecutarlo te impedía jugar al fútbol antes de la hora de estudios. Dos horas en que nos disputábamos diariamente el triunfo entre cuarto y quinto; ocupábamos la primer cancha, a continuación y paralela la de sexto y séptimo y así hasta la de los grandes (quinto, sexto y séptimo de secundaria) cruzando el tamariscal.
Por primera vez en mi vida, pude ver como un equipo de riego por aspersión, resultaba en beneficio de las uvas, que detrás de una pared de hielo, soportaban las temperaturas dañinas, manteniéndose en cero, hasta que el calor del sol, gota a gota, desenvolvía el racimo que ya tomaba color.
Nos paseaban por entre las hileras de las vides, que con mucha paciencia, Jorge Furlan nos enseñara a podar.
Y la época de la vendimia llegaba como una bendición, dorados racimos se desprendían de las plantas, a través de cientos de manos como las mías, que con orgullo mostraban los vales de tambores llenados, que serían canjeados en el quiosco del colegio, por algún cuaderno, juego de lápices o alguna golosina.
Como se quiere diferente, el fruto del esfuerzo compartido, el fin último que persigue el trabajo, el cuidado de la vid, la molienda, el mosto, el tiempo, la bodega y el vino.
Ese vino, que yo no sabía si era bueno o malo, pero era nuestro y se llamaba Patagonia.
Esos eran buenos tiempos, que me van a contar los que hoy se enorgullecen de la matricula del colegio y no se dan cuenta que si la tienen, no es por merito propio, sino por la masacre que hicieron los gobiernos con la escuela pública. Si Zatti y Pecoraro, volvieran al colegio, a más de uno le meterían una zapatería en el trasero. Cambia todo cambia... hoy da lo mismo un burro que un gran profesor.
Nunca voy a entender porque la Iglesia no practica, lo que predica con tanto recelo. Se premia al incapaz y desanima al hacedor. Cuan triste sería la agonía de Pecoraro, sabiendo que otro cura, remataba las camas, mesas de luz, armarios y colchones, para depositar en un plazo fijo, el sacrificio, la garra y el coraje, de aquel cura, que demostró tener pantalones debajo de la sotana; y la esperanza de los que aprendimos, a fuerza de cuaderno y tirones de patilla, cuantos pares eran tres botas.
La sana competencia nos obligaba a estudiar y a comportarnos, para llegar a fin de mes con una mención de honor, un papelito impreso en azul y con la imagen de Don Bosco, un tintero, la pluma y el libro; y servía para arrancarle una sonrisa y una caricia a la vieja, que cada mañana me despedía en la vereda de mi casa, mientras me veía alejarme cansinamente, en mi briosa Aurorita.
--¡¡¡Pórtate bien y andá por la orilla!!!. -Repitió cada día de los cinco años que me mandó a ese colegio- Quinto grado, maestro Silva, flaco con fama de malo, que supo ganarse a reglazos en las nalgas, que nos recordara mal a su madre.
En sexto lo teníamos al Bebe Morales que junto con los buenos días aclaraba su garganta esputando por la ventana, hasta que el tejido mosquitero le jugó una mala pasada. El Teacher Rodrigues en Lenguaje, decía.
---¡¡Hablan... Hablan!! ¿Quién les dijo que hablen?...-mientras nos indicaba cual era el sujeto y el predicado-
En séptimo otro Zavala, hermano de la Nena, y la Sra. Debbaut, se intercalaban las matemáticas y la lengua.
El deporte formaba parte importante en nuestra vida, además del fútbol, el Cholo Fons nos enseñaba algunas destrezas que mostrábamos en la fiesta de fin de año. Aún hoy escucho la marcha del deporte y me llena el pecho un soberbio ideal... vencer y vencer.
Diariamente, con el último bocado del almuerzo, repartíamos algunos para cada lado y tirando la pelota para arriba, dábamos comienzo al partido.
Que satisfacción tan grande, ser parte del equipo de fútbol seleccionado del colegio, que orgullo tan hermoso representar la institución y si además, estabas en el equipo de destreza, la hacías completa.
Tuve ese privilegio desde cuarto grado, hasta que terminé‚ la primaria.
Otra hora imborrable en mi memoria, será la del almuerzo en el colegio. Casi sin pensarlo allí estábamos siempre los mismos, Ignacio Gonzáles Codoni, Norberto Castro Ares, Daniel Belloso y yo. Choele ganaba siempre, tres a uno, pero nunca hubo necesidad de irnos a las manos, teníamos otro nivel de discusión, éramos como adultos.
Un día cada uno limpiábamos la mesa y servíamos al resto, hemos compartido e intercambiado desde un trozo de pan, a una milanesa de guanaco que el cura había cazado con los grandes. Es triste ver al colegio tan deteriorado, baños destruidos, espacios abandonados y hombres con ganas, colmados de impotencia, luchando desde un espacio cada ves más reducido de poder. No seria justo no reconocer la tarea de quien como un quijote, a cargado en sus hombros la responsabilidad de mantener intacto, al menos el nombre del Sagrado Corazón, en contra de mezquinos intereses, puramente económicos de los que pasaron después de Pecoraro. Querido maestro y amigo Jorge Furlan, ojalá pudiera decirte en un cogollo, simplemente... gracias...

No hay comentarios:

Publicar un comentario