Capitulo XIV: DE ITALIA Y ARGENTINA.
Yo no recuerdo muchas vacaciones compartidas con mis viejos y menos en el exterior. Las comunicaciones no eran muy fluidas con el viejo continente y las cartas se habían echo muy espaciadas. Yo sabía que tenía abuelos paternos, pero no conocía sus caras. Las fotografías en blanco y negro y con veinte años encima, no me ilustraban para nada.
Pero los preparativos empezaron y la ansiedad fue alterando a la familia.
Los pasajes, los pasaportes, los encargues, los regalos para los parientes, el encargado del negocio, la recomendación para los empleados y los indescriptibles sentimientos de mi viejo al acercarse el tan esperado momento de presentar su familia. Vino solo y volvía con su mujer, dos hijos y un baúl cargado de anécdotas, afectos, nostalgias y la avidez de abrazar a sus padres y hermanos.
Veinticinco años habían pasado desde el momento de su partida. El menor de su sangre tenía apenas dos y se encontraría con un hombre desconocido, al que ya casi no podría cargar en hombros como lo hacía habitualmente.
Para mi vieja tampoco era sencillo, debía conocer a sus suegros y cuñados después de veinte años de matrimonio. Aunque algunos hoy digamos, que podría ser desgracia con suerte, creo por experiencia, que no debe haber mejor suegra, que suegra desconocida y a doce mil kilómetros de distancia.
Partimos para Buenos Aires. El vuelo no tenía día ni horario fijo. Conflicto en Aerolíneas, baya la novedad. Nos alojaron en un hotel en Ezeiza. Para mi la aventura había comenzado.
Antes del embarque un nuevo repaso, tenemos todo, no olvidamos nada.... los nervios traicionan a mi viejo y los pasajes no aparecen, revisa sus bolsillos, mira a mamá, deja todo en el piso, levanta los brazos y exclama...
--Allora si ce la cumbenamo.-
Cagandose de risa Graciela le dice..
--Yo los tengo, yo los tengo.
Chistes negros, característicos de mi hermana.
Finalmente el Boing 707 con destino a Madrid, haciendo escala en Río de Janeiro y las Islas Canarias, surco el cielo cobrizo de lluvia y frío. Doce horas interminables de vuelo nos dejaron en Madrid. Cuarenta y dos grados de temperatura y una sensación térmica de sesenta en las pistas, nos chocaron los sobretodos y toda la ropa de invierno que traíamos puesta.
Una nueva escala y estaríamos en Roma. Allí mi vieja perdió una valija con todo su ropa. Vamos Aerolíneas todavía.
En Roma nadie nos esperaba porque no teníamos día fijo de arribo.
Poder entendernos con los tanos, fue un poco complicado, mi viejo con su dialecto siciliano argentinisado, no entendía lo que hablaban en italiano. Después de un rato logramos llegar al aeropuerto nacional y volamos casi de inmediato a Messina, que es una ciudad muy importante en Sicilia. De allí, a las doce de la noche, tomamos un taxi hasta Barcelona.
La dirección que tenía mi viejo aparentemente ya no existía, pequeño detalle, nadie se había percatado que también en Italia en 25 años las cosas cambian.
Preguntando habíamos llegado a Roma y nos metimos en un café cerca de una plaza, cuando dijimos que éramos los Pirri de Argentina, rápidamente nos indicaron como encontrar la dirección que buscábamos.
Calle angosta, edificios viejos, paisaje diferente, Sicilia... Una reja con candado y a unos treinta metros, la casa de dos pisos, donde abajo vivían mis abuelos y arriba, la tía Vasilia y su familia.
Sin estar muy seguros de que sea la casa que buscábamos, mi viejo golpeó fuerte las manos.
En un pequeño balcón, apareció un joven, que sabríamos después, se trataba de nuestro primo Giovanni.
--¿Qui e?- Pregunto, como diciendo, son las dos de la mañana.
--Francesco- Respondió mi viejo.
Fue suficiente para que se desate la más maravillosa escena de amor que han visto mis ojos.
A medio vestir, entre llantos y gritos, salían de aquella casa, mis abuelos, tíos y primos.
Un manojo de llaves giraba interminablemente en las manos temblorosas de un anciano, que no lograba encontrar la correcta, mientras sostenía sus pantalones, más allá por entre las rejas mi viejo abrazaba a su madre. Y allí estaba yo, parado, quieto sintiendo como me temblaba el mentón y una lágrima me corría en la cara. En este momento le pido a Dios la lucidez suficiente, para poder escribir, lo que aún al recordar, estoy sintiendo.
Finalmente la reja se abrió, un abrazo eterno con sus padres su hermana y nosotros todos bajo ese cielo nuevo.
Sentí un alivio muy grande cuando, por fin, adentro de la casa encontré donde sentarme, las piernas me temblaban y miraba a mi viejo y estaba henchido de felicidad por él. Por eso que veían mis ojos y sentía mi corazón. Como puede un hombre ser tan duro y tan frágil. Dios, que gran poder has demostrado tener, al crear semejante criatura.
Como sin querer, la madrugada me encontró abrazado a mi abuelo y mi abuela. Cuanta ternura me despertaban esos dos ancianos, que acababa de conocer.
Con el día llegaron los vecinos, antiguos amigos.... y sus hermanos. Como verse en el espejo, y decir tantas cosas sin hablar.... porque te juro que no podes.... no tenés fuerza, más que para abrazarte con ellos, y darle rienda suelta al llanto, el mejor, el de la emoción y la felicidad.
Ya más tranquilos, pero sin dejar de tocarse, de acariciarse, de mirarse, llegaron las presentaciones y las preguntas, la ansiedad por recuperar tanto tiempo de lejanía, de tener el corazón apretado, atado, porque no era posible ser débil.
Yo veía a mi viejo, y debo ser sincero, sentía un poco de celos, pero sabía que estaba bien prestárselo a su mamá y a su papá. Que ellos deberían haber sufrido esa distancia, como una herida abierta, que en ese momento, después de veinticinco años, dejaba de sangrar un poco.
Con el día también pude ver el establo, con las dos vacas que alimentaba y cuidaba mi abuelo. Las conejeras y la quinta que atendía mi abuela.
Un patio sombreado de parrales y la mesa grande, la de la familia completa, después de todo.
¿Sabrán los que hacen las guerras y los que se corrompen, que pueden causar tanto dolor?.
El almuerzo, con mi abuelo en la cabecera, al menos por unos días tendría a mi viejo a la derecha y a mi vieja a la izquierda, y el resto de la familia, el aroma de la pasta, del aceite de olivo y del vino, los llevo guardados en lo más profundo de mi corazón.
Una vez ubicados, mi abuela, le acercó otro platito a mi viejo....
---Cuesto piato é il tuo, tu mangia qui. –Como un tesoro, había guardado el plato donde comía mi viejo, como para tener algo cerca, aunque fuera solo un plato.
Después, con mi viejo caminamos, por los lugares donde sus recuerdos lo estaban esperando, para que los compartiera conmigo.
Su casa natal y el monte de olivos, el molino y el galpón donde trabajara engordando terneros por primera vez siendo todavía un niño.
Recorrimos todo y en ese viaje admiré la historia y la belleza diferente de la tierra de mi viejo y la quiero por eso, como sé que papá, quiere a la Argentina.
domingo, 13 de septiembre de 2009
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