- Mi amigo Chijete fue comunista hasta que el capitalismo le dio una oportunidad. Y es comprensible: el joven que no es socialista no tiene futuro y el adulto que no es conservador es que no tiene cabeza.
- Yo siempre dije que el dinero no hace la felicidad, pero la pobreza menos, así que decidí pasar esta desdicha que es la vida, con comodidad.
- Un día le dije a mi hijo: “ Siéntate ahí que vamos hablar del sexo.” Mi hijo, con doce años, se quedó mirandome y me dijo: “ ¿Qué quieres que te explique, papá?”
- La maestra de mi pueblo se llamaba Dorotea. Era muy respetada por todos. ¡ Por eso se marchó del pueblo, para ver si tenía más suerte!.
- Mi abuelo persiguió a las mujeres hasta los noventa años. Pero ya no se acordaba para qué.
- Usted bebe mucho, le dijo el médico a mi abuelo que tenía el mal de Parkinson. Y mi abuelo le dijo: no crea se me cae bastante.
- Si la revolucion es el orgasmo de los pueblos, entonces somos el pueblo de nunca acabar.
- Hubiera preferido que me educaran sexualmente, a que me enseñen logaritmos, porque de los logaritmos hago poco uso.
- No votes, tu voto es tu coartada.
- El Congreso sirve para algo. Las Palomas.
- Vive cada día como si fuera el último, un día acertarás.
- Las leyes son como las salchichas, mejor no ver como las hacen.
- A los que estan de acuerdo con la pena de muerte, habria que fusilarlos.
- Volvere y sere remeras. El Che.
- Argentina dentro de poco será un paraiso. Vamos a andar todos en bolas. Chijete.
- En Luis Beltrán no faltan cloacas. ¡¡¡ Sobran Cagadas!!!
- Mas vale pájaro en mano que enfermedad venerea.
- La justicia Argentina anda sobre ruedas, o sea que ademas de ciega, es paralitica.
viernes, 18 de septiembre de 2009
domingo, 13 de septiembre de 2009
UN VIAJE AGOTADOR
Del repollo que trajo la cigüeña con la semillita que había puesto mi papá en la panza de mi mamá…. La cuestión es que aquí estoy. Una vieja se acerco y me entere que mi viejo se parecía a mi, seguro por la cabeza pelada del Sr. Que lloraba cuando me vio. Yo me asuste porque no le había hecho nada para que se pusiera así y el perro fue el que volteo la olla.
Me preguntaron si quería -Aaajjooo Aaaajjooo- y lo guarde por si aparecía ese tal Drácula mostrando los dientes nuevos que el pobre ratoncito debe haber echo mucha fuerza para llevar y anda a saber cuanto abría tenido que pagar.
Pero después me entere que Ali Baba había venido con los cuarenta ladrones y menos mal que estaba Cachabacha y le dijo a la Cabra que abra la pata, pero ella no hizo caso entonces el Gordo le pego al Flaco en la nariz y le empezó a crecer porque estaba mintiendo. Dijo que lloraba porque el Príncipe se enamoro de una chica toda sucia con ceniza que había perdido un zapatito de vidrio, eso no se lo cree nadie. Menos Don Sherlok que vino a buscarlo con una lupa acompañado de Watson, yo me reí mucho porque pensaban encontrarlo sanito después de caer por la escalera. Cuando llego lo estaba esperando Batman y Robin para preguntarle si su asistente era pariente del Guason. El payaso que se robo las pinturas de la vieja y tenia una sonrisa muy fea. Pero mas feo era pisar caca descalzo por eso me subí a la alfombra de Aladino que le había prestado el Genio que dormía adentro de la lámpara. Desde arriba veía como los Enanos ataban a Gulliber. Yo les grite que liberen a Willy, pero no me hicieron caso. Ya que estaba fui hasta el polo Norte y le pregunte a Superman si me daba una mano, pero estaba ocupado acomodando la criptonita en la calabaza para llevar a una fiesta a la Princesa que se había comido una manzana que le había dado la serpiente y tenía frió porque en el otoño se le cayo la hoja de parra. Me despedí y en la otra cuadra lo encontré a Papá Noel alimentando a los camellos porque tenía que ir a visitar a un chico que estaba en un pesebre. Le pregunte por los otros dos y me explico que estaba confundido que él trabajaba solo y que los camellos no tienen cuernos y viven en el desierto y son mas lentos que los renos, por eso los tres salieron antes siguiendo un Lucero, pero llegaron como 12 días después. Yo no le dije nada, pero estaba convencido que tardaron tanto porque venían mas cargados y además el niño todavía no tenia zapatitos para poner en la ventana. Tire una piedra y caí en el Cielo, menos mal que mi vieja estaba equivocada y no te vas al infierno por tirar piedras, volví saltando en una pata y cuando llegue a la Tierra me dieron las bolitas, la japonesita y la tiradora, dos de mis preferidas que perdiera en el hoyito. Casi me agarra la soga y tuve que seguir saltando hasta que vino el lobo que se estaba vistiendo después de comerse a la abuelita. Caperusita nos convido con chocolates Jacks y el Sr. Neurus lo encerró a Larguirucho en la jaula de la lechuza, mientras Serrucho cantaba…
- ¡¡Chi qui ti taaa dime porqueeeee !!
Con Hijitus nos cruzamos en frente para decirle a la vecinita que no le diga a Oaki que estaba locoloto porque de día tira besitos y de noche sueña con ella. Oliver nos atendió muy atento pero la vecinita no estaba. Yo había dejado estacionada la alfombra en la calesita y me la habían pisoteado los caballos. Me subí al primer barco que paso pero no los pude alcanzar porque se hundió cuando choco con un témpano. Yo creí que me ahogaba cuando a mi lado paso el Corcel Negro y me prendí de su crin. En la playa el sol me quemaba. Entre corriendo en el mar y una ola me envolvió, el Capitán Nemo me subió al Nautilus, un submarino que no era amarillo como el de los Beatles, y me llevo a pasear como 20.000 Leguas debajo del mar. Cuando me dejo en el cine Los Tres estaban Chiflados y el pelado se parecía a mi viejo, pero nunca le dije nada. En el intervalo me compre una Rodhesia y me fui a mi casa. Justo cuando el Pato Donald terminaba de contar alcance a esconderme y encontré la piedra libre en el momento que descubrían a Popeye comiendo espinacas porque Brutus le estaba dando un besote a Olivia.
En ese momento me acorde que no había hecho los deberes que me daba la Maestra Ciruela y estaban redifíciles, menos mal que Petete siempre me ayudaba y pude hacerlos rápidamente. Las Carabelas de los ingleses que vinieron a invadirnos se las llevo Cristóbal Colon y descubrió que el huevo podía quedarse parado. La Reina Catolica le presto unos pesos a Don José de San Martín y se fue de vacaciones a esquiar a la cordillera. Cuando le pregunte a mi viejo donde estaba la cordillera de los Andes me dijo que le pregunte a Mamá que es la que guarda todas esas cosas.
A esa hora del día tenia que bañarme, cenar e irme a la cama. Antes le dije a mi mamá que le diga a Colorín que a mi el colorado no me gusta y a este cuento lo pinto de alegría.
Del repollo que trajo la cigüeña con la semillita que había puesto mi papá en la panza de mi mamá…. La cuestión es que aquí estoy. Una vieja se acerco y me entere que mi viejo se parecía a mi, seguro por la cabeza pelada del Sr. Que lloraba cuando me vio. Yo me asuste porque no le había hecho nada para que se pusiera así y el perro fue el que volteo la olla.
Me preguntaron si quería -Aaajjooo Aaaajjooo- y lo guarde por si aparecía ese tal Drácula mostrando los dientes nuevos que el pobre ratoncito debe haber echo mucha fuerza para llevar y anda a saber cuanto abría tenido que pagar.
Pero después me entere que Ali Baba había venido con los cuarenta ladrones y menos mal que estaba Cachabacha y le dijo a la Cabra que abra la pata, pero ella no hizo caso entonces el Gordo le pego al Flaco en la nariz y le empezó a crecer porque estaba mintiendo. Dijo que lloraba porque el Príncipe se enamoro de una chica toda sucia con ceniza que había perdido un zapatito de vidrio, eso no se lo cree nadie. Menos Don Sherlok que vino a buscarlo con una lupa acompañado de Watson, yo me reí mucho porque pensaban encontrarlo sanito después de caer por la escalera. Cuando llego lo estaba esperando Batman y Robin para preguntarle si su asistente era pariente del Guason. El payaso que se robo las pinturas de la vieja y tenia una sonrisa muy fea. Pero mas feo era pisar caca descalzo por eso me subí a la alfombra de Aladino que le había prestado el Genio que dormía adentro de la lámpara. Desde arriba veía como los Enanos ataban a Gulliber. Yo les grite que liberen a Willy, pero no me hicieron caso. Ya que estaba fui hasta el polo Norte y le pregunte a Superman si me daba una mano, pero estaba ocupado acomodando la criptonita en la calabaza para llevar a una fiesta a la Princesa que se había comido una manzana que le había dado la serpiente y tenía frió porque en el otoño se le cayo la hoja de parra. Me despedí y en la otra cuadra lo encontré a Papá Noel alimentando a los camellos porque tenía que ir a visitar a un chico que estaba en un pesebre. Le pregunte por los otros dos y me explico que estaba confundido que él trabajaba solo y que los camellos no tienen cuernos y viven en el desierto y son mas lentos que los renos, por eso los tres salieron antes siguiendo un Lucero, pero llegaron como 12 días después. Yo no le dije nada, pero estaba convencido que tardaron tanto porque venían mas cargados y además el niño todavía no tenia zapatitos para poner en la ventana. Tire una piedra y caí en el Cielo, menos mal que mi vieja estaba equivocada y no te vas al infierno por tirar piedras, volví saltando en una pata y cuando llegue a la Tierra me dieron las bolitas, la japonesita y la tiradora, dos de mis preferidas que perdiera en el hoyito. Casi me agarra la soga y tuve que seguir saltando hasta que vino el lobo que se estaba vistiendo después de comerse a la abuelita. Caperusita nos convido con chocolates Jacks y el Sr. Neurus lo encerró a Larguirucho en la jaula de la lechuza, mientras Serrucho cantaba…
- ¡¡Chi qui ti taaa dime porqueeeee !!
Con Hijitus nos cruzamos en frente para decirle a la vecinita que no le diga a Oaki que estaba locoloto porque de día tira besitos y de noche sueña con ella. Oliver nos atendió muy atento pero la vecinita no estaba. Yo había dejado estacionada la alfombra en la calesita y me la habían pisoteado los caballos. Me subí al primer barco que paso pero no los pude alcanzar porque se hundió cuando choco con un témpano. Yo creí que me ahogaba cuando a mi lado paso el Corcel Negro y me prendí de su crin. En la playa el sol me quemaba. Entre corriendo en el mar y una ola me envolvió, el Capitán Nemo me subió al Nautilus, un submarino que no era amarillo como el de los Beatles, y me llevo a pasear como 20.000 Leguas debajo del mar. Cuando me dejo en el cine Los Tres estaban Chiflados y el pelado se parecía a mi viejo, pero nunca le dije nada. En el intervalo me compre una Rodhesia y me fui a mi casa. Justo cuando el Pato Donald terminaba de contar alcance a esconderme y encontré la piedra libre en el momento que descubrían a Popeye comiendo espinacas porque Brutus le estaba dando un besote a Olivia.
En ese momento me acorde que no había hecho los deberes que me daba la Maestra Ciruela y estaban redifíciles, menos mal que Petete siempre me ayudaba y pude hacerlos rápidamente. Las Carabelas de los ingleses que vinieron a invadirnos se las llevo Cristóbal Colon y descubrió que el huevo podía quedarse parado. La Reina Catolica le presto unos pesos a Don José de San Martín y se fue de vacaciones a esquiar a la cordillera. Cuando le pregunte a mi viejo donde estaba la cordillera de los Andes me dijo que le pregunte a Mamá que es la que guarda todas esas cosas.
A esa hora del día tenia que bañarme, cenar e irme a la cama. Antes le dije a mi mamá que le diga a Colorín que a mi el colorado no me gusta y a este cuento lo pinto de alegría.
SAFARIZANDO LA VIDA
Fue en ese momento, cuando la adrenalina explota en la sangre, cuando te inundas de olores….
Aceite.
Calor.
Campo.
La bandera Argentina cayo….
Los leones rugieron y dio comienzo la vida.
La ignorancia de lo que vendrá freno mi exaltación, tenia una vida a recorrer.
Sabía que no era una paloma y que no seria el cielo quien me diría como llegar.
Se cruzo un sinnúmero de Jarillas que me vieron pasar y otras que sufrieron, por estar aferradas al suelo que yo debía pisar, mi arrogancia no les presto atención, no eran fuertes, limitadas a su suerte.
Deje de gatear cuando vi el primer cañadón, me puse de pie y el Matasebo estallo en mi mente descubriendo el poder que tenia en mis manos.
Aun soberbio me dio a pensar que nadie con ese nombre me detendría y lo cruce.
Y me encontré con la angustia, nadie lo había vencido.
Suspiro.
Sabor amargo vencer lo virgen con arrogancia y soberbia.
En adelante conocí el respeto. Fue el Piquillín, cuando estaba perdido y me dijo, mostrando el musgo de su lado oscuro, donde estaba el norte y madure.
El camino se torno más suave, plano, limpio, verde, perfumado, sediento y grande, muy grande.
Solo.
Monte.
Sol.
Arena.
Chañar.
Amigos.
Asados.
Luchas.
Grasas.
Sudores.
Miedos.
Luces.
Sonidos del silencio.
Bandera a cuadros.
Palmas.
Euforia.
Brindis…….. y la calma.
Fue en ese momento, cuando la adrenalina explota en la sangre, cuando te inundas de olores….
Aceite.
Calor.
Campo.
La bandera Argentina cayo….
Los leones rugieron y dio comienzo la vida.
La ignorancia de lo que vendrá freno mi exaltación, tenia una vida a recorrer.
Sabía que no era una paloma y que no seria el cielo quien me diría como llegar.
Se cruzo un sinnúmero de Jarillas que me vieron pasar y otras que sufrieron, por estar aferradas al suelo que yo debía pisar, mi arrogancia no les presto atención, no eran fuertes, limitadas a su suerte.
Deje de gatear cuando vi el primer cañadón, me puse de pie y el Matasebo estallo en mi mente descubriendo el poder que tenia en mis manos.
Aun soberbio me dio a pensar que nadie con ese nombre me detendría y lo cruce.
Y me encontré con la angustia, nadie lo había vencido.
Suspiro.
Sabor amargo vencer lo virgen con arrogancia y soberbia.
En adelante conocí el respeto. Fue el Piquillín, cuando estaba perdido y me dijo, mostrando el musgo de su lado oscuro, donde estaba el norte y madure.
El camino se torno más suave, plano, limpio, verde, perfumado, sediento y grande, muy grande.
Solo.
Monte.
Sol.
Arena.
Chañar.
Amigos.
Asados.
Luchas.
Grasas.
Sudores.
Miedos.
Luces.
Sonidos del silencio.
Bandera a cuadros.
Palmas.
Euforia.
Brindis…….. y la calma.
* El Velorio de Don Jacinto.
Estaba de visita en la casa de un amigo, cuando apareció un paisano con cara de circunstancia.
- ¿ Que te pasa che que andas con cara de perro que a perdido al dueño? – Le preguntó Rosendo, que así se llamaba mi amigo.
- Se murió Don Jacinto…
La noticia se corrió de boca en boca a una velocidad extraordinaria. En pocos minutos todos estaban enterados en las cuatro cuadras de Ramos Mexía, pero también todos dudaban que fuera cierto.
- Se murió Don Jacinto…
- No puede ser, si ayer estuvo acá lo mas bien; si era joven, no llegaba ni a los cincuenta todavía.
Era difícil creer que Don Jacinto ya no era alma de este mundo.
Lo más trágico era que Don Jacinto había sido una especie de benefactor de la gente de Ramos y la Colonia Yaminué. Le hacía un favor a cualquiera que lo necesitara sin esperar recompensa. Prestaba pequeñas cantidades de plata sin interés, daba carne de oveja a las ancianas pobres, le compró zapatos a muchos pibes descalzos, daba remedios a muchos enfermos sin recursos. En fin, Don Jacinto tenía un gran corazón. Y mira vos como son las cosas, justamente Don Jacinto había fallecido del corazón. Un fulminante ataque cardíaco, sin previo aviso, que no dio tiempo de hacer nada por él, le arrebató la vida. Como bien dijo doña Maria Salim…
-Lo bueno… o se va… o se muere. Todos fuimos pasando de la sorpresa a la tristeza, de la tristeza a un sentimiento de desgracia, y de la desgracia a la resignación.
- Dios sabe lo que hace. - Sentenció Don Ángel Antenao.
Ahora lo único que podíamos hacer por él era acompañarlo en su velorio. Pero ir al velorio de Don Jacinto requería que todos nos pusiéramos de acuerdo y nos organizáramos, porque vivía en el campo fuera del pueblo.
Don Jacinto vivía a unos cinco kilómetros de Ramos por una picada polvorienta que conducía al Bajo.
Muchos decían que caminar de noche por esa picada era peligroso porque asustaban los malos espíritus.
Había que pasar una quebrada donde aseguraban que salía la luz mala. Por eso nos organizamos en dos grupos, los que nos iríamos a pie, y los que se irían en el camión de Antenao.
Se recomendó que nadie se fuera solo después de las seis de la tarde. Yo me anote para ir a pie, no lo conocía mucho al finado, pero no iba a dejar que mi amigo fuera solo. Y en el camión de Antenao solo irían las personas mayores, que por su edad tienen dificultades para caminar. De todos modos nos juntamos todos en la Estación del otro lado del boulevard de la ruta 23 que cruza el pueblo y empieza la picada polvorienta que nos llevaba a la casa de Don Jacinto .
El camión llegó puntual a las siete de la noche y se subieron todos los viejos. Costó trabajo subir en la cabina a doña Dominga Pallalef por su avanzada edad y las dificultades que tenía para moverse, pero entre tres hombres la subieron al camión. El resto del grupo, que éramos más de cincuenta personas, comenzamos a caminar. Cuando pasamos por el lugar donde espantaban los malos espíritus las mujeres comenzaron a rezar el rosario, luego llegamos a la quebrada donde aparecía la Luz Mala, allí hicimos un alto, nos quitamos los zapatos y las medias, nos enrollamos los pantalones y pasamos el arroyo, al otro lado repetimos la operación al revés, nos pusimos de nuevo las medias y los zapatos. Por suerte a nadie se le apareció la Luz Mala. Cuando llegamos a la casa de Don Jacinto, ya había bastante gente en su velorio.
El gran patio de tierra de la casa de campo había sido iluminado con una extensión eléctrica que tenía más de veinte focos, allí habían puesto varios bancos que habían pedido prestado en la iglesia católica y la evangélica y la gente se juntaba en grupos, sentados charlando sobre la vida del difunto.
En el alero de la casa había mas de 20 pollos colgados, recién pelados, y un capón colgado que lo habían abierto en canal, toda esa carne lista para la parrilla que seguramente pondrían a la madrugada.
En la cocina ya estaban listas varias docenas de empanadas y jarras grandes de café, amontonados en una esquina un montón de bolsas con pan de galleta y tortas fritas. Todo parecía que hasta después de muerto Don Jacinto iba a hacer su última obra benéfica, dándonos de comer a tanto hambriento que llegábamos a despedirlo. En el interior de la casa, habían quitado las cortinas de arpillera que dividían la sala de los dormitorios, con lo cual quedaba un gran salón, donde estaba el cajón que contenía el cuerpo de Don Jacinto y varios bancos ocupados todos por mujeres que rezaban el rosario, dirigidas por una rezadora profesional, contratada para esos efectos. Después de dar varias vueltas por el patio y recorrer el alero, yo me paré en la puerta desde la que se distinguía bien el cajón y las rezadoras al mirar para adentro, y una panorámica del patio al mirar para afuera. Allí estaba yo paradito, observando con curiosidad el cajón de Don Jacinto, cuando pasó algo que me heló la sangre. Comencé a ver que muy despacito se iba abriendo la tapa del cajón y una mano comenzaba a asomarse. Quería pegar un grito pero la lengua se me puso gruesa y tiesa y no emitía ningún sonido. Quise correr pero no me respondían las piernas, las tenía como congeladas o pegadas al suelo. Con horror me di cuenta que todas las rezadoras que tenían los ojos cerrados por la devoción, no se daban cuenta de lo que sucedía, miré angustiado al patio y allí todo pasaba con la normalidad de un velorio. Logré observar que al final del patio, en el alambrado que daba hacia los corrales, había una pequeña salida en forma de Y pero no me servía de nada porque no podía moverme, ni hablar de correr.
Un sudor helado y abundante me había mojado toda la camisa, el corazón me rebotaba con tanta fuerza que sentía que se me saldría por la boca.
De pronto Don Jacinto empujó con fuerza la tapa del cajón abriéndola de un solo golpe, se sentó, y ante la mirada horrorizada de todas las mujeres que con el golpe abrieron los ojos Don Jacinto exclamó
-¡¡Qué pasa acá!!.
El grito de Don Jacinto me devolvió la movilidad en las piernas y salí corriendo como loco hacia el final del patio donde había visto la salida en forma de Y. En mi carrera choqué con una vieja que servía empanadas, la que cayó de panza encima de un grupo de personas que estaban sentadas.
Una vieja me dijo
-Gringo tonto…ya andas en pedo.
Pero yo no estaba para pedir disculpas, seguí corriendo como en una carrera de obstáculos hasta que llegué a la pequeña salida. Al llegar al alambrado me sentí un poco mas seguro y miré hacia atrás. Ya en ese momento todos en el patio se habían parado y veían lo que pasaba en la entrada de la casa. Todas las mujeres se habían atorado en la puerta queriendo salir al mismo tiempo, algunas lo lograban a gatas y comenzaban a correr como condenadas dando gritos…
-¡¡Se levantó don Jacinto!! ,¡¡Se levantó don Jacinto!!.
En un primer momento, nadie en el patio sabía que pasaba, algunos se rieron y pensaron que las mujeres son cagonas y hacen escándalo de cualquier cosa. Pero cuando terminaron de salir las histéricas mujeres, detrás salió don Jacinto, quien volvió a exclamar a todo pulmón.
-¡¡Qué pasa acá!!. En ese momento hubo una locura colectiva, todos empezaron a gritar y a correr, chocaban unos con otros, muchos se caían al tropezarse con los bancos. Alguien en la carrera se enredó en la extensión eléctrica y cortó la luz. La oscuridad aumentó la confusión y los gritos. Un señor corriendo en lo oscuro chocó con el capón que estaba colgado, y ambos cayeron al suelo, el señor gritaba…
-¡¡Ay Dios mío… me agarró el muerto!!.
En la confusión le dieron vuelta a la olla de las empanadas, y varios se resbalaban y se caían reventando muchas de ellas. Los pollos pelados rodaban por el suelo y una vieja gritaba que había pisado la cabeza del muerto.
Poco a poco todos saltaron el alambrado de púas, varios pedazos de pantalones y de polleras quedaron enredados, pero a nadie le importaba.Pocos momentos después, más de doscientas cincuenta personas corríamos como almas que pierden el poncho, por aquella picada polvorienta, con el único objetivo de alejarnos de allí y llegar al pueblo. Algunos se tiraron por los jarillares y corrían por los cerros. Doña Dominga Pallalef, que con tanto esfuerzo la habían subido al camión, era la que iba corriendo adelante, y no la podíamos alcanzar, es increíble la fuerza que da la adrenalina cuando se tiene miedo. Ni nos dimos cuenta a que hora pasamos por el arroyo, ni a nadie se le ocurrió sacarse los zapatos y las medias para no mojarse. Yo corrí sin parar hasta la casa de mi amigo, a pesar de que a mis cuarenta años, hacia rato que no practicaba ningún deporte, no me sentía cansado. Toqué la puerta del zaguán del boliche con desesperación, ya que sentía que don Jacinto me arañaba la espalda. Gracias a Dios que Cristina, que era la mesera del bar de mi amigo, me abrió rápido, así pude entrar y contar lo sucedido. Al principio nadie me creía, pero poco a poco la noticia de que don Jacinto había vuelto del mas allá se comenzó a regar.
Pude dormirme después de que me tomé una gran taza de Tilo, que me prepararon para que me pasara el susto. Pero tuve pesadillas toda la noche. Al día siguiente temprano, espontáneamente se fue organizando una gran peregrinación para regresar a la casa de don Jacinto, y saber exactamente que había pasado y en que había terminado todo. Al llegar, todavía con un poco de miedo, nos encontramos a don Jacinto tomando mates, sentado tranquilo en una silla petiza de paja, recibiendo las visitas que llegaban a darle la bienvenida, por estar de regreso en el mundo de los vivos. Nos explicó con mucha paciencia que había tenido un ataque de catalepsia, que es una enfermedad por la cual la gente se muere aparentemente, pero en el fondo están vivos, y de repente vuelven a resucitar. Que él no sabía que padecía esa enfermedad, pero que ahora, ya sabedor, había hecho jurar ante Dios a su familia, que la próxima vez que se muera lo tendrían que velar durante tres días y tres noches, para asegurarse que estaba muerto de verdad y evitar la desgracia que lo fueran a enterrar vivo. Después nos contó que había devuelto el cajón a la funeraria, con el reclamo de que le devolvieran el dinero, porque él de organizado había pagado con anticipación un cofre Presidencial, pero le dieron uno que no llegaba ni al de un concejal suplente. Nos dijo además que esa tarde iría al juzgado, porque ya lo habían borrado de la lista de los vivos y lo habían anotado en la de los muertos, y era necesario reinscribirse, porque no es ninguna gracia estar naturalmente vivo y legalmente muerto.
A los pocos años volví a Ramos Mexía y todavía don Jacinto seguía vivo.Ahora ya no se que sucedió con él. Pero siempre le he deseado larga vida o buena muerte.
* Para escribir esto la consigna era “una experiencia cómica en un velorio”, obviamente esto es ficción.
Estaba de visita en la casa de un amigo, cuando apareció un paisano con cara de circunstancia.
- ¿ Que te pasa che que andas con cara de perro que a perdido al dueño? – Le preguntó Rosendo, que así se llamaba mi amigo.
- Se murió Don Jacinto…
La noticia se corrió de boca en boca a una velocidad extraordinaria. En pocos minutos todos estaban enterados en las cuatro cuadras de Ramos Mexía, pero también todos dudaban que fuera cierto.
- Se murió Don Jacinto…
- No puede ser, si ayer estuvo acá lo mas bien; si era joven, no llegaba ni a los cincuenta todavía.
Era difícil creer que Don Jacinto ya no era alma de este mundo.
Lo más trágico era que Don Jacinto había sido una especie de benefactor de la gente de Ramos y la Colonia Yaminué. Le hacía un favor a cualquiera que lo necesitara sin esperar recompensa. Prestaba pequeñas cantidades de plata sin interés, daba carne de oveja a las ancianas pobres, le compró zapatos a muchos pibes descalzos, daba remedios a muchos enfermos sin recursos. En fin, Don Jacinto tenía un gran corazón. Y mira vos como son las cosas, justamente Don Jacinto había fallecido del corazón. Un fulminante ataque cardíaco, sin previo aviso, que no dio tiempo de hacer nada por él, le arrebató la vida. Como bien dijo doña Maria Salim…
-Lo bueno… o se va… o se muere. Todos fuimos pasando de la sorpresa a la tristeza, de la tristeza a un sentimiento de desgracia, y de la desgracia a la resignación.
- Dios sabe lo que hace. - Sentenció Don Ángel Antenao.
Ahora lo único que podíamos hacer por él era acompañarlo en su velorio. Pero ir al velorio de Don Jacinto requería que todos nos pusiéramos de acuerdo y nos organizáramos, porque vivía en el campo fuera del pueblo.
Don Jacinto vivía a unos cinco kilómetros de Ramos por una picada polvorienta que conducía al Bajo.
Muchos decían que caminar de noche por esa picada era peligroso porque asustaban los malos espíritus.
Había que pasar una quebrada donde aseguraban que salía la luz mala. Por eso nos organizamos en dos grupos, los que nos iríamos a pie, y los que se irían en el camión de Antenao.
Se recomendó que nadie se fuera solo después de las seis de la tarde. Yo me anote para ir a pie, no lo conocía mucho al finado, pero no iba a dejar que mi amigo fuera solo. Y en el camión de Antenao solo irían las personas mayores, que por su edad tienen dificultades para caminar. De todos modos nos juntamos todos en la Estación del otro lado del boulevard de la ruta 23 que cruza el pueblo y empieza la picada polvorienta que nos llevaba a la casa de Don Jacinto .
El camión llegó puntual a las siete de la noche y se subieron todos los viejos. Costó trabajo subir en la cabina a doña Dominga Pallalef por su avanzada edad y las dificultades que tenía para moverse, pero entre tres hombres la subieron al camión. El resto del grupo, que éramos más de cincuenta personas, comenzamos a caminar. Cuando pasamos por el lugar donde espantaban los malos espíritus las mujeres comenzaron a rezar el rosario, luego llegamos a la quebrada donde aparecía la Luz Mala, allí hicimos un alto, nos quitamos los zapatos y las medias, nos enrollamos los pantalones y pasamos el arroyo, al otro lado repetimos la operación al revés, nos pusimos de nuevo las medias y los zapatos. Por suerte a nadie se le apareció la Luz Mala. Cuando llegamos a la casa de Don Jacinto, ya había bastante gente en su velorio.
El gran patio de tierra de la casa de campo había sido iluminado con una extensión eléctrica que tenía más de veinte focos, allí habían puesto varios bancos que habían pedido prestado en la iglesia católica y la evangélica y la gente se juntaba en grupos, sentados charlando sobre la vida del difunto.
En el alero de la casa había mas de 20 pollos colgados, recién pelados, y un capón colgado que lo habían abierto en canal, toda esa carne lista para la parrilla que seguramente pondrían a la madrugada.
En la cocina ya estaban listas varias docenas de empanadas y jarras grandes de café, amontonados en una esquina un montón de bolsas con pan de galleta y tortas fritas. Todo parecía que hasta después de muerto Don Jacinto iba a hacer su última obra benéfica, dándonos de comer a tanto hambriento que llegábamos a despedirlo. En el interior de la casa, habían quitado las cortinas de arpillera que dividían la sala de los dormitorios, con lo cual quedaba un gran salón, donde estaba el cajón que contenía el cuerpo de Don Jacinto y varios bancos ocupados todos por mujeres que rezaban el rosario, dirigidas por una rezadora profesional, contratada para esos efectos. Después de dar varias vueltas por el patio y recorrer el alero, yo me paré en la puerta desde la que se distinguía bien el cajón y las rezadoras al mirar para adentro, y una panorámica del patio al mirar para afuera. Allí estaba yo paradito, observando con curiosidad el cajón de Don Jacinto, cuando pasó algo que me heló la sangre. Comencé a ver que muy despacito se iba abriendo la tapa del cajón y una mano comenzaba a asomarse. Quería pegar un grito pero la lengua se me puso gruesa y tiesa y no emitía ningún sonido. Quise correr pero no me respondían las piernas, las tenía como congeladas o pegadas al suelo. Con horror me di cuenta que todas las rezadoras que tenían los ojos cerrados por la devoción, no se daban cuenta de lo que sucedía, miré angustiado al patio y allí todo pasaba con la normalidad de un velorio. Logré observar que al final del patio, en el alambrado que daba hacia los corrales, había una pequeña salida en forma de Y pero no me servía de nada porque no podía moverme, ni hablar de correr.
Un sudor helado y abundante me había mojado toda la camisa, el corazón me rebotaba con tanta fuerza que sentía que se me saldría por la boca.
De pronto Don Jacinto empujó con fuerza la tapa del cajón abriéndola de un solo golpe, se sentó, y ante la mirada horrorizada de todas las mujeres que con el golpe abrieron los ojos Don Jacinto exclamó
-¡¡Qué pasa acá!!.
El grito de Don Jacinto me devolvió la movilidad en las piernas y salí corriendo como loco hacia el final del patio donde había visto la salida en forma de Y. En mi carrera choqué con una vieja que servía empanadas, la que cayó de panza encima de un grupo de personas que estaban sentadas.
Una vieja me dijo
-Gringo tonto…ya andas en pedo.
Pero yo no estaba para pedir disculpas, seguí corriendo como en una carrera de obstáculos hasta que llegué a la pequeña salida. Al llegar al alambrado me sentí un poco mas seguro y miré hacia atrás. Ya en ese momento todos en el patio se habían parado y veían lo que pasaba en la entrada de la casa. Todas las mujeres se habían atorado en la puerta queriendo salir al mismo tiempo, algunas lo lograban a gatas y comenzaban a correr como condenadas dando gritos…
-¡¡Se levantó don Jacinto!! ,¡¡Se levantó don Jacinto!!.
En un primer momento, nadie en el patio sabía que pasaba, algunos se rieron y pensaron que las mujeres son cagonas y hacen escándalo de cualquier cosa. Pero cuando terminaron de salir las histéricas mujeres, detrás salió don Jacinto, quien volvió a exclamar a todo pulmón.
-¡¡Qué pasa acá!!. En ese momento hubo una locura colectiva, todos empezaron a gritar y a correr, chocaban unos con otros, muchos se caían al tropezarse con los bancos. Alguien en la carrera se enredó en la extensión eléctrica y cortó la luz. La oscuridad aumentó la confusión y los gritos. Un señor corriendo en lo oscuro chocó con el capón que estaba colgado, y ambos cayeron al suelo, el señor gritaba…
-¡¡Ay Dios mío… me agarró el muerto!!.
En la confusión le dieron vuelta a la olla de las empanadas, y varios se resbalaban y se caían reventando muchas de ellas. Los pollos pelados rodaban por el suelo y una vieja gritaba que había pisado la cabeza del muerto.
Poco a poco todos saltaron el alambrado de púas, varios pedazos de pantalones y de polleras quedaron enredados, pero a nadie le importaba.Pocos momentos después, más de doscientas cincuenta personas corríamos como almas que pierden el poncho, por aquella picada polvorienta, con el único objetivo de alejarnos de allí y llegar al pueblo. Algunos se tiraron por los jarillares y corrían por los cerros. Doña Dominga Pallalef, que con tanto esfuerzo la habían subido al camión, era la que iba corriendo adelante, y no la podíamos alcanzar, es increíble la fuerza que da la adrenalina cuando se tiene miedo. Ni nos dimos cuenta a que hora pasamos por el arroyo, ni a nadie se le ocurrió sacarse los zapatos y las medias para no mojarse. Yo corrí sin parar hasta la casa de mi amigo, a pesar de que a mis cuarenta años, hacia rato que no practicaba ningún deporte, no me sentía cansado. Toqué la puerta del zaguán del boliche con desesperación, ya que sentía que don Jacinto me arañaba la espalda. Gracias a Dios que Cristina, que era la mesera del bar de mi amigo, me abrió rápido, así pude entrar y contar lo sucedido. Al principio nadie me creía, pero poco a poco la noticia de que don Jacinto había vuelto del mas allá se comenzó a regar.
Pude dormirme después de que me tomé una gran taza de Tilo, que me prepararon para que me pasara el susto. Pero tuve pesadillas toda la noche. Al día siguiente temprano, espontáneamente se fue organizando una gran peregrinación para regresar a la casa de don Jacinto, y saber exactamente que había pasado y en que había terminado todo. Al llegar, todavía con un poco de miedo, nos encontramos a don Jacinto tomando mates, sentado tranquilo en una silla petiza de paja, recibiendo las visitas que llegaban a darle la bienvenida, por estar de regreso en el mundo de los vivos. Nos explicó con mucha paciencia que había tenido un ataque de catalepsia, que es una enfermedad por la cual la gente se muere aparentemente, pero en el fondo están vivos, y de repente vuelven a resucitar. Que él no sabía que padecía esa enfermedad, pero que ahora, ya sabedor, había hecho jurar ante Dios a su familia, que la próxima vez que se muera lo tendrían que velar durante tres días y tres noches, para asegurarse que estaba muerto de verdad y evitar la desgracia que lo fueran a enterrar vivo. Después nos contó que había devuelto el cajón a la funeraria, con el reclamo de que le devolvieran el dinero, porque él de organizado había pagado con anticipación un cofre Presidencial, pero le dieron uno que no llegaba ni al de un concejal suplente. Nos dijo además que esa tarde iría al juzgado, porque ya lo habían borrado de la lista de los vivos y lo habían anotado en la de los muertos, y era necesario reinscribirse, porque no es ninguna gracia estar naturalmente vivo y legalmente muerto.
A los pocos años volví a Ramos Mexía y todavía don Jacinto seguía vivo.Ahora ya no se que sucedió con él. Pero siempre le he deseado larga vida o buena muerte.
* Para escribir esto la consigna era “una experiencia cómica en un velorio”, obviamente esto es ficción.
* TE QUIERO
Seguro fuiste quien estuvo conmigo en este sitio, no existe otro motivo que ilumine mi sendero como el brillo de tus ojos, que tengo en mí como un recuerdo divino.
Esos dos luceros negros estupendos como el mismo cielo.
Sin proponérmelo, me encontré recorriendo esos hermosos momentos que vivimos juntos, donde es imposible esconder nuestros sentimientos, donde no existe rincón triste, solo inconvenientes de los que obtenemos un inmenso conocimiento.
Posiblemente no encuentre un modo mejor de vivir. ¿Como descubrirlo si no lo busco?.
¿Como lo busco si no lo quiero descubrir?. ¿Como vivir sin perseguir un deseo?. ¿Como ser todo esto sin ser ingenuo o sometido, o peor… presumido?.
Hemos sido imprudentes sin titubeos y eso fue discutido, sin un juicio y sin origen. Pero igualmente vivimos y somos felices, es nuestro modo.
Dos chicos sin cuentos, que hoy vemos lo construido y nos sorprendemos.
Quiero que no ignores mi respeto, sos mi mujer y por consiguiente un segmento de mi mismo ser. Si soy lo que soy y estoy donde estoy, es porque vos estuviste siempre conmigo.
Si tenemos los hijos que tenemos, es por vos.
Por eso es hoy un tiempo exclusivo, un momento tuyo, mi expresión de deseo…
Voz que lo cubre todo y que no se puede escribir de otro modo…Andrea.
* Para escribir esto la consigna era no utilizar la letra “a”, al final aparece mi rebeldía.
Seguro fuiste quien estuvo conmigo en este sitio, no existe otro motivo que ilumine mi sendero como el brillo de tus ojos, que tengo en mí como un recuerdo divino.
Esos dos luceros negros estupendos como el mismo cielo.
Sin proponérmelo, me encontré recorriendo esos hermosos momentos que vivimos juntos, donde es imposible esconder nuestros sentimientos, donde no existe rincón triste, solo inconvenientes de los que obtenemos un inmenso conocimiento.
Posiblemente no encuentre un modo mejor de vivir. ¿Como descubrirlo si no lo busco?.
¿Como lo busco si no lo quiero descubrir?. ¿Como vivir sin perseguir un deseo?. ¿Como ser todo esto sin ser ingenuo o sometido, o peor… presumido?.
Hemos sido imprudentes sin titubeos y eso fue discutido, sin un juicio y sin origen. Pero igualmente vivimos y somos felices, es nuestro modo.
Dos chicos sin cuentos, que hoy vemos lo construido y nos sorprendemos.
Quiero que no ignores mi respeto, sos mi mujer y por consiguiente un segmento de mi mismo ser. Si soy lo que soy y estoy donde estoy, es porque vos estuviste siempre conmigo.
Si tenemos los hijos que tenemos, es por vos.
Por eso es hoy un tiempo exclusivo, un momento tuyo, mi expresión de deseo…
Voz que lo cubre todo y que no se puede escribir de otro modo…Andrea.
* Para escribir esto la consigna era no utilizar la letra “a”, al final aparece mi rebeldía.
Capitulo XVI: POR ALGO SERÁ.
Ese verano pasó sin darme cuenta. Se confundieron los exámenes con el inicio de clases y de un golpe me encontré con mis nuevos compañeros que ya eran mis amigos.
Aquel colegio, Comercial Nro. 5, tenía fama de ser la arena entre la dictadura de las “Profesoras de Tiempo Completo”, un título inventado para jubilarse con el máximo haber posible, y los que me antecedieron en los cursos superiores, que buscaban la libertad, mezcla de San Martín y Guevara.
Y Dante Rapari, que como no lo dejaban fumar, dejo la secundaria en segundo año.
O alguno que, como el “papi” tenía plata no necesitaba estudiar.
Yo me quedaba azorado escuchando sus anécdotas en los asados, o en la casa de Elisa donde nos juntábamos a timbear o hacer un rato de tiempo para ir al boliche.
Pensaba que para dejar un recuerdo es ese colegio había que mandarse una cagada más grande, y sino... pasabas sin pena ni gloria. Ya habría tiempo, recién llegaba.
Había que recuperar el tiempo perdido y me anotaba en todas. Aunque no pasaba un día sin que mi viejo me mandara al campo o me diera alguna tarea.
Yo hacia el tiempo para, ir a entrenamiento de fútbol, jugar a las cartas en lo de Elisa, tomar mates y charlar en casa de Mabel Menchetti.
Salía al boliche de Martes a Domingo, hasta que el dueño un poco cansado nos preguntó si lo queríamos administrar. La sociedad tomo forma con Tito Marante en las compras y la atención de la barra, Pocholo Hockuart se encargó de la música y las luces, y yo en las relaciones públicas y otras actividades de promoción.
Ganábamos buena guita. Una medida del mejor costaba la botella. La plata dulce, cualquier peón pagaba la vuelta o tenía una de escocés con su nombre.
--Dame del mío, flaco...-
Mientras... ABBA preguntaba ¿Chiquitita dime porqué?....
De estudiar ni hablar.
En las madrugadas, me cruzaba con mi viejo. Él ya estaba preparando la carne para el reparto y yo llegaba arrastrando la resaca y el olor a pucho.
Más de una mañana dormí en la escuela o me hacia la rata en lo de Elisa, aprovechando que ella salía para trabajar en Agua y Energía y no volvía hasta pasado el mediodía.
En la hora de mecanografía, dormía o estudiaba matemática, total yo iba a ser veterinario y... ¿para que quería saber escribir a máquina?.
Me llevé solo cuatro materias, entre ellas Literatura. No me llevaba bien con Don Quijote ni con la Pochi Escudero, directora y “profesora de tiempo completo”; pero fueron suficientes para repetir aquel cuarto año de bachiller.
Insistí el Marzo siguiente, pero el aburrimiento pudo más, a la semana del comienzo de clases me pasé a Comercio, que se dictaba en el mismo colegio.
Hasta tercer año todos juntos y después, tenías la opción del bachiller o el comercial.
Pasaron los días y yo me había habituado, nuevas materias y nuevos amigos. Pero como no le había comunicado a nadie mi intención de mudarme de sección, quedé nuevamente libre. Ahora ya sabía lo que esto significaba y cambió mi vida. No podía repetir y tampoco podía perder otro año.
Las cosas con mi viejo se habían endurecido y empecé a tomar compromisos con el campo y la chacra para aflojar la bronca.
Me reincorporaron y me puse las pilas. Trabajaba y estudiaba, ni yo lo creía.
Recuperamos la buena relación hasta que Italia nos ganó 1 a 0 Y nos obligó a jugar en Rosario. Mundial del 78. Mirábamos el partido en la casa de mi abuela, que estaba enfrente de la Carnicería. Mi viejo desde el dintel, vigilaba si venía algún cliente. Cuando los tanos nos vacunaron, gritó el gol y yo no lo podía creer, voló un zapato y se fue cagandose de risa. Me las ingenié para estar en el Luna, cuando le ganamos a Perú y en el Monumental para la gran final.
Con 17 años y Ricardo Alvarez que tendría 15 o 16, en el 78, solos por las calles de ese Buenos Aires, el de los desaparecidos. Que locura.
Pero mi viejo estaba convencido que nada podía pasarme porque yo no estaba metido en nada y los que desaparecían, “por algo será”.
Ese verano pasó sin darme cuenta. Se confundieron los exámenes con el inicio de clases y de un golpe me encontré con mis nuevos compañeros que ya eran mis amigos.
Aquel colegio, Comercial Nro. 5, tenía fama de ser la arena entre la dictadura de las “Profesoras de Tiempo Completo”, un título inventado para jubilarse con el máximo haber posible, y los que me antecedieron en los cursos superiores, que buscaban la libertad, mezcla de San Martín y Guevara.
Y Dante Rapari, que como no lo dejaban fumar, dejo la secundaria en segundo año.
O alguno que, como el “papi” tenía plata no necesitaba estudiar.
Yo me quedaba azorado escuchando sus anécdotas en los asados, o en la casa de Elisa donde nos juntábamos a timbear o hacer un rato de tiempo para ir al boliche.
Pensaba que para dejar un recuerdo es ese colegio había que mandarse una cagada más grande, y sino... pasabas sin pena ni gloria. Ya habría tiempo, recién llegaba.
Había que recuperar el tiempo perdido y me anotaba en todas. Aunque no pasaba un día sin que mi viejo me mandara al campo o me diera alguna tarea.
Yo hacia el tiempo para, ir a entrenamiento de fútbol, jugar a las cartas en lo de Elisa, tomar mates y charlar en casa de Mabel Menchetti.
Salía al boliche de Martes a Domingo, hasta que el dueño un poco cansado nos preguntó si lo queríamos administrar. La sociedad tomo forma con Tito Marante en las compras y la atención de la barra, Pocholo Hockuart se encargó de la música y las luces, y yo en las relaciones públicas y otras actividades de promoción.
Ganábamos buena guita. Una medida del mejor costaba la botella. La plata dulce, cualquier peón pagaba la vuelta o tenía una de escocés con su nombre.
--Dame del mío, flaco...-
Mientras... ABBA preguntaba ¿Chiquitita dime porqué?....
De estudiar ni hablar.
En las madrugadas, me cruzaba con mi viejo. Él ya estaba preparando la carne para el reparto y yo llegaba arrastrando la resaca y el olor a pucho.
Más de una mañana dormí en la escuela o me hacia la rata en lo de Elisa, aprovechando que ella salía para trabajar en Agua y Energía y no volvía hasta pasado el mediodía.
En la hora de mecanografía, dormía o estudiaba matemática, total yo iba a ser veterinario y... ¿para que quería saber escribir a máquina?.
Me llevé solo cuatro materias, entre ellas Literatura. No me llevaba bien con Don Quijote ni con la Pochi Escudero, directora y “profesora de tiempo completo”; pero fueron suficientes para repetir aquel cuarto año de bachiller.
Insistí el Marzo siguiente, pero el aburrimiento pudo más, a la semana del comienzo de clases me pasé a Comercio, que se dictaba en el mismo colegio.
Hasta tercer año todos juntos y después, tenías la opción del bachiller o el comercial.
Pasaron los días y yo me había habituado, nuevas materias y nuevos amigos. Pero como no le había comunicado a nadie mi intención de mudarme de sección, quedé nuevamente libre. Ahora ya sabía lo que esto significaba y cambió mi vida. No podía repetir y tampoco podía perder otro año.
Las cosas con mi viejo se habían endurecido y empecé a tomar compromisos con el campo y la chacra para aflojar la bronca.
Me reincorporaron y me puse las pilas. Trabajaba y estudiaba, ni yo lo creía.
Recuperamos la buena relación hasta que Italia nos ganó 1 a 0 Y nos obligó a jugar en Rosario. Mundial del 78. Mirábamos el partido en la casa de mi abuela, que estaba enfrente de la Carnicería. Mi viejo desde el dintel, vigilaba si venía algún cliente. Cuando los tanos nos vacunaron, gritó el gol y yo no lo podía creer, voló un zapato y se fue cagandose de risa. Me las ingenié para estar en el Luna, cuando le ganamos a Perú y en el Monumental para la gran final.
Con 17 años y Ricardo Alvarez que tendría 15 o 16, en el 78, solos por las calles de ese Buenos Aires, el de los desaparecidos. Que locura.
Pero mi viejo estaba convencido que nada podía pasarme porque yo no estaba metido en nada y los que desaparecían, “por algo será”.
Capitulo XV: ASISTENCIA PERFECTA.
Si hubiera entendido la necesidad de ir a estudiar afuera, quizás lo hubiera aceptado. Pero es tan difícil, creer que eso era lo mejor para un chico de catorce años. Hoy tengo un hijo de esa edad y no me imagino viviendo lejos de él. Me va a doler cuando mis hijos se vayan, cuando la vida los separe de mi, cuando les crezcan las alas y echen en vuelo, ¿porque adelantarse a la naturaleza?, ¿con que derecho y con que motivo válido?...
El verano llegó y la esperanza de torcer la voluntad de mis viejos se renovaron. Tenía unos meses para demostrar que podía ayudar, si estuviera en casa. Me dedique a atender el campo y la chacra y a cumplir todas las órdenes del viejo.
Marzo implacable llegó y otra ves el calvario. Las despedidas y el bolso.
Pero este año sería diferente en muchos aspectos. Ya no viviría en la casita de Viamonte, ahora sería en un departamento de Zelarrayan al 600.
Desde el sexto miraba los techos y me imaginaba el monte, la jarilla, el piquillin, el matasebo, el campo; y sabía que este año sería diferente.
Doña Mercedes ya no nos acompaño y sería una hermana virtual la que debía controlar mis movimientos. Nuestros horarios no coincidían y nunca nos encontrábamos en casa. Algún mensaje escrito y pegado en la puerta de la heladera, me recordaba que no estaba solo.
Los fines de semana, Beltrán. Los lunes empecé a faltar y después serían contados los días que concurría al cole.
La primer reincorporación la firmé imitando a mi viejo. Don Manuel García era el secretario y quien me pedía que le dijera a mis viejos que el director deseaba verlos, claro las cosas no iban bien.
Yo seguía la rutina, el cine, el club, la tele con mandarinas que devoraba diariamente, y los libros iban y venían del cole, en la mochila sin ver la luz del día, creo que hasta olor a humedad tenían.
Algunas veces cocinaba algo más de chuletas y ensalada, recordará toda su vida mi hermana la primer tortilla de papas, cuando entró al edificio la baranda de la cebolla frita le pego entre los ojos.
-¿Quien será el animal que está de fritanga? –Se pregunto, como para dedicarle a alguien, semejante puteada.-
Los vahos aumentaban cuando el ascensor llegaba al sexto.
-Lo mato. ¡Hoy lo mato! –Murmuraba con los dientes apretados-
Cuando por fin llegó al B aún no lo podía creer. El animal era yo.
-¡¡Norberto!! –Grito cuando abrió la puerta-
-¡Callate boluda y vení a ayudar! –Le dije con las lágrimas que me empapaban, entre el humo del aceite y las cebollas quemadas.
La cuestión es que el pegote no se pudo comer.
Otra vez, intentamos hacer ñoquis. Quedamos de harina, como ratón de panadería, y los cascotes en la basura. No era fácil.
Lo que más me impresionó en la cocina por aquellos tiempos fue el arroz. Me dispuse a preparar una zopa, con mucho cuidado, elegí una cacerola del tamaño de mi apetito, puse agua en abundancia, porque sabia de la sed de estos desgraciados. Cuando creí conveniente y tal como me había asesorado mi vieja, agregue un pocillo de arroz. Estos desaparecieron en aquel recipiente, conociendo a mi vieja estaba seguro que esa era la porción que comía yo cuando tenía dos años, y no podía haber crecido tanto. Vertí un nuevo pocillo y pensé que si sobraba un poquito se lo guardaría a Graciela, y agregue dos pocillos más. Al cabo de unos minutos la espuma quería salir de la cacerolita y le puse más agua. Los bichos ya estaban más grandes pero aún mantenían cierta dureza.
El fuego y el agua los hincharon hasta que salieron del recipiente y colmaron mi paciencia, ya no los aguante más y a patadas fueron a dar al incinerador. Y otra vez, chuletas y ensalada.
La segunda reincorporación también la firmé como haría el viejo. Dn. Manuel insistía en ver a mis viejos.
-No pueden venir Dn. Manuel. Ud. Sabe..... mucho trabajo.
Cuando sumé la inasistencia número 75 injustificada, ya Dn. Manuel no me pudo salvar y me quede libre.
Yo no sabia bien de que se trataba, en primer momento pensé que era libre para irme a mi casa, pero era libre para rendir todas las materias. Hasta los recreos me parece que estaban en los dos ejemplares de permisos de exámenes, que había logrado llenar.
Cuando le botonearon a los viejos, en menos que canta un gallo la tuve a la vieja en Bahía, cagandome a pedos. Después lloró un rato y dijo que yo no la quería y que lo había echo a propósito y todas esa yerbas. Finalmente se tranquilizó y largué mi oferta, que tenía pensada desde hacía tiempo.
--Me llevas a estudiar a Beltrán y te rindo todas esas materias de mierda para no perder el año.
La espada y la pared encontraron a mi vieja en el medio.
Sonó su nariz y rugió...
--Ganaste, pero como no sea como vos decís, preparate para la pateadura que te dará tu padre.
No podía demostrar la alegría, pero el zurdo me iba a mil. A los pocos días preparé el bolso por última vez.
Unas quince materias me separaban de la prometida pateadura y me puse las pilas.
En una semana pasaron todas, de a tres por día. Ya estaba en Beltrán. En cuarto año de secundaria. Y esta es otra historia.
Si hubiera entendido la necesidad de ir a estudiar afuera, quizás lo hubiera aceptado. Pero es tan difícil, creer que eso era lo mejor para un chico de catorce años. Hoy tengo un hijo de esa edad y no me imagino viviendo lejos de él. Me va a doler cuando mis hijos se vayan, cuando la vida los separe de mi, cuando les crezcan las alas y echen en vuelo, ¿porque adelantarse a la naturaleza?, ¿con que derecho y con que motivo válido?...
El verano llegó y la esperanza de torcer la voluntad de mis viejos se renovaron. Tenía unos meses para demostrar que podía ayudar, si estuviera en casa. Me dedique a atender el campo y la chacra y a cumplir todas las órdenes del viejo.
Marzo implacable llegó y otra ves el calvario. Las despedidas y el bolso.
Pero este año sería diferente en muchos aspectos. Ya no viviría en la casita de Viamonte, ahora sería en un departamento de Zelarrayan al 600.
Desde el sexto miraba los techos y me imaginaba el monte, la jarilla, el piquillin, el matasebo, el campo; y sabía que este año sería diferente.
Doña Mercedes ya no nos acompaño y sería una hermana virtual la que debía controlar mis movimientos. Nuestros horarios no coincidían y nunca nos encontrábamos en casa. Algún mensaje escrito y pegado en la puerta de la heladera, me recordaba que no estaba solo.
Los fines de semana, Beltrán. Los lunes empecé a faltar y después serían contados los días que concurría al cole.
La primer reincorporación la firmé imitando a mi viejo. Don Manuel García era el secretario y quien me pedía que le dijera a mis viejos que el director deseaba verlos, claro las cosas no iban bien.
Yo seguía la rutina, el cine, el club, la tele con mandarinas que devoraba diariamente, y los libros iban y venían del cole, en la mochila sin ver la luz del día, creo que hasta olor a humedad tenían.
Algunas veces cocinaba algo más de chuletas y ensalada, recordará toda su vida mi hermana la primer tortilla de papas, cuando entró al edificio la baranda de la cebolla frita le pego entre los ojos.
-¿Quien será el animal que está de fritanga? –Se pregunto, como para dedicarle a alguien, semejante puteada.-
Los vahos aumentaban cuando el ascensor llegaba al sexto.
-Lo mato. ¡Hoy lo mato! –Murmuraba con los dientes apretados-
Cuando por fin llegó al B aún no lo podía creer. El animal era yo.
-¡¡Norberto!! –Grito cuando abrió la puerta-
-¡Callate boluda y vení a ayudar! –Le dije con las lágrimas que me empapaban, entre el humo del aceite y las cebollas quemadas.
La cuestión es que el pegote no se pudo comer.
Otra vez, intentamos hacer ñoquis. Quedamos de harina, como ratón de panadería, y los cascotes en la basura. No era fácil.
Lo que más me impresionó en la cocina por aquellos tiempos fue el arroz. Me dispuse a preparar una zopa, con mucho cuidado, elegí una cacerola del tamaño de mi apetito, puse agua en abundancia, porque sabia de la sed de estos desgraciados. Cuando creí conveniente y tal como me había asesorado mi vieja, agregue un pocillo de arroz. Estos desaparecieron en aquel recipiente, conociendo a mi vieja estaba seguro que esa era la porción que comía yo cuando tenía dos años, y no podía haber crecido tanto. Vertí un nuevo pocillo y pensé que si sobraba un poquito se lo guardaría a Graciela, y agregue dos pocillos más. Al cabo de unos minutos la espuma quería salir de la cacerolita y le puse más agua. Los bichos ya estaban más grandes pero aún mantenían cierta dureza.
El fuego y el agua los hincharon hasta que salieron del recipiente y colmaron mi paciencia, ya no los aguante más y a patadas fueron a dar al incinerador. Y otra vez, chuletas y ensalada.
La segunda reincorporación también la firmé como haría el viejo. Dn. Manuel insistía en ver a mis viejos.
-No pueden venir Dn. Manuel. Ud. Sabe..... mucho trabajo.
Cuando sumé la inasistencia número 75 injustificada, ya Dn. Manuel no me pudo salvar y me quede libre.
Yo no sabia bien de que se trataba, en primer momento pensé que era libre para irme a mi casa, pero era libre para rendir todas las materias. Hasta los recreos me parece que estaban en los dos ejemplares de permisos de exámenes, que había logrado llenar.
Cuando le botonearon a los viejos, en menos que canta un gallo la tuve a la vieja en Bahía, cagandome a pedos. Después lloró un rato y dijo que yo no la quería y que lo había echo a propósito y todas esa yerbas. Finalmente se tranquilizó y largué mi oferta, que tenía pensada desde hacía tiempo.
--Me llevas a estudiar a Beltrán y te rindo todas esas materias de mierda para no perder el año.
La espada y la pared encontraron a mi vieja en el medio.
Sonó su nariz y rugió...
--Ganaste, pero como no sea como vos decís, preparate para la pateadura que te dará tu padre.
No podía demostrar la alegría, pero el zurdo me iba a mil. A los pocos días preparé el bolso por última vez.
Unas quince materias me separaban de la prometida pateadura y me puse las pilas.
En una semana pasaron todas, de a tres por día. Ya estaba en Beltrán. En cuarto año de secundaria. Y esta es otra historia.
Capitulo XIV: DE ITALIA Y ARGENTINA.
Yo no recuerdo muchas vacaciones compartidas con mis viejos y menos en el exterior. Las comunicaciones no eran muy fluidas con el viejo continente y las cartas se habían echo muy espaciadas. Yo sabía que tenía abuelos paternos, pero no conocía sus caras. Las fotografías en blanco y negro y con veinte años encima, no me ilustraban para nada.
Pero los preparativos empezaron y la ansiedad fue alterando a la familia.
Los pasajes, los pasaportes, los encargues, los regalos para los parientes, el encargado del negocio, la recomendación para los empleados y los indescriptibles sentimientos de mi viejo al acercarse el tan esperado momento de presentar su familia. Vino solo y volvía con su mujer, dos hijos y un baúl cargado de anécdotas, afectos, nostalgias y la avidez de abrazar a sus padres y hermanos.
Veinticinco años habían pasado desde el momento de su partida. El menor de su sangre tenía apenas dos y se encontraría con un hombre desconocido, al que ya casi no podría cargar en hombros como lo hacía habitualmente.
Para mi vieja tampoco era sencillo, debía conocer a sus suegros y cuñados después de veinte años de matrimonio. Aunque algunos hoy digamos, que podría ser desgracia con suerte, creo por experiencia, que no debe haber mejor suegra, que suegra desconocida y a doce mil kilómetros de distancia.
Partimos para Buenos Aires. El vuelo no tenía día ni horario fijo. Conflicto en Aerolíneas, baya la novedad. Nos alojaron en un hotel en Ezeiza. Para mi la aventura había comenzado.
Antes del embarque un nuevo repaso, tenemos todo, no olvidamos nada.... los nervios traicionan a mi viejo y los pasajes no aparecen, revisa sus bolsillos, mira a mamá, deja todo en el piso, levanta los brazos y exclama...
--Allora si ce la cumbenamo.-
Cagandose de risa Graciela le dice..
--Yo los tengo, yo los tengo.
Chistes negros, característicos de mi hermana.
Finalmente el Boing 707 con destino a Madrid, haciendo escala en Río de Janeiro y las Islas Canarias, surco el cielo cobrizo de lluvia y frío. Doce horas interminables de vuelo nos dejaron en Madrid. Cuarenta y dos grados de temperatura y una sensación térmica de sesenta en las pistas, nos chocaron los sobretodos y toda la ropa de invierno que traíamos puesta.
Una nueva escala y estaríamos en Roma. Allí mi vieja perdió una valija con todo su ropa. Vamos Aerolíneas todavía.
En Roma nadie nos esperaba porque no teníamos día fijo de arribo.
Poder entendernos con los tanos, fue un poco complicado, mi viejo con su dialecto siciliano argentinisado, no entendía lo que hablaban en italiano. Después de un rato logramos llegar al aeropuerto nacional y volamos casi de inmediato a Messina, que es una ciudad muy importante en Sicilia. De allí, a las doce de la noche, tomamos un taxi hasta Barcelona.
La dirección que tenía mi viejo aparentemente ya no existía, pequeño detalle, nadie se había percatado que también en Italia en 25 años las cosas cambian.
Preguntando habíamos llegado a Roma y nos metimos en un café cerca de una plaza, cuando dijimos que éramos los Pirri de Argentina, rápidamente nos indicaron como encontrar la dirección que buscábamos.
Calle angosta, edificios viejos, paisaje diferente, Sicilia... Una reja con candado y a unos treinta metros, la casa de dos pisos, donde abajo vivían mis abuelos y arriba, la tía Vasilia y su familia.
Sin estar muy seguros de que sea la casa que buscábamos, mi viejo golpeó fuerte las manos.
En un pequeño balcón, apareció un joven, que sabríamos después, se trataba de nuestro primo Giovanni.
--¿Qui e?- Pregunto, como diciendo, son las dos de la mañana.
--Francesco- Respondió mi viejo.
Fue suficiente para que se desate la más maravillosa escena de amor que han visto mis ojos.
A medio vestir, entre llantos y gritos, salían de aquella casa, mis abuelos, tíos y primos.
Un manojo de llaves giraba interminablemente en las manos temblorosas de un anciano, que no lograba encontrar la correcta, mientras sostenía sus pantalones, más allá por entre las rejas mi viejo abrazaba a su madre. Y allí estaba yo, parado, quieto sintiendo como me temblaba el mentón y una lágrima me corría en la cara. En este momento le pido a Dios la lucidez suficiente, para poder escribir, lo que aún al recordar, estoy sintiendo.
Finalmente la reja se abrió, un abrazo eterno con sus padres su hermana y nosotros todos bajo ese cielo nuevo.
Sentí un alivio muy grande cuando, por fin, adentro de la casa encontré donde sentarme, las piernas me temblaban y miraba a mi viejo y estaba henchido de felicidad por él. Por eso que veían mis ojos y sentía mi corazón. Como puede un hombre ser tan duro y tan frágil. Dios, que gran poder has demostrado tener, al crear semejante criatura.
Como sin querer, la madrugada me encontró abrazado a mi abuelo y mi abuela. Cuanta ternura me despertaban esos dos ancianos, que acababa de conocer.
Con el día llegaron los vecinos, antiguos amigos.... y sus hermanos. Como verse en el espejo, y decir tantas cosas sin hablar.... porque te juro que no podes.... no tenés fuerza, más que para abrazarte con ellos, y darle rienda suelta al llanto, el mejor, el de la emoción y la felicidad.
Ya más tranquilos, pero sin dejar de tocarse, de acariciarse, de mirarse, llegaron las presentaciones y las preguntas, la ansiedad por recuperar tanto tiempo de lejanía, de tener el corazón apretado, atado, porque no era posible ser débil.
Yo veía a mi viejo, y debo ser sincero, sentía un poco de celos, pero sabía que estaba bien prestárselo a su mamá y a su papá. Que ellos deberían haber sufrido esa distancia, como una herida abierta, que en ese momento, después de veinticinco años, dejaba de sangrar un poco.
Con el día también pude ver el establo, con las dos vacas que alimentaba y cuidaba mi abuelo. Las conejeras y la quinta que atendía mi abuela.
Un patio sombreado de parrales y la mesa grande, la de la familia completa, después de todo.
¿Sabrán los que hacen las guerras y los que se corrompen, que pueden causar tanto dolor?.
El almuerzo, con mi abuelo en la cabecera, al menos por unos días tendría a mi viejo a la derecha y a mi vieja a la izquierda, y el resto de la familia, el aroma de la pasta, del aceite de olivo y del vino, los llevo guardados en lo más profundo de mi corazón.
Una vez ubicados, mi abuela, le acercó otro platito a mi viejo....
---Cuesto piato é il tuo, tu mangia qui. –Como un tesoro, había guardado el plato donde comía mi viejo, como para tener algo cerca, aunque fuera solo un plato.
Después, con mi viejo caminamos, por los lugares donde sus recuerdos lo estaban esperando, para que los compartiera conmigo.
Su casa natal y el monte de olivos, el molino y el galpón donde trabajara engordando terneros por primera vez siendo todavía un niño.
Recorrimos todo y en ese viaje admiré la historia y la belleza diferente de la tierra de mi viejo y la quiero por eso, como sé que papá, quiere a la Argentina.
Yo no recuerdo muchas vacaciones compartidas con mis viejos y menos en el exterior. Las comunicaciones no eran muy fluidas con el viejo continente y las cartas se habían echo muy espaciadas. Yo sabía que tenía abuelos paternos, pero no conocía sus caras. Las fotografías en blanco y negro y con veinte años encima, no me ilustraban para nada.
Pero los preparativos empezaron y la ansiedad fue alterando a la familia.
Los pasajes, los pasaportes, los encargues, los regalos para los parientes, el encargado del negocio, la recomendación para los empleados y los indescriptibles sentimientos de mi viejo al acercarse el tan esperado momento de presentar su familia. Vino solo y volvía con su mujer, dos hijos y un baúl cargado de anécdotas, afectos, nostalgias y la avidez de abrazar a sus padres y hermanos.
Veinticinco años habían pasado desde el momento de su partida. El menor de su sangre tenía apenas dos y se encontraría con un hombre desconocido, al que ya casi no podría cargar en hombros como lo hacía habitualmente.
Para mi vieja tampoco era sencillo, debía conocer a sus suegros y cuñados después de veinte años de matrimonio. Aunque algunos hoy digamos, que podría ser desgracia con suerte, creo por experiencia, que no debe haber mejor suegra, que suegra desconocida y a doce mil kilómetros de distancia.
Partimos para Buenos Aires. El vuelo no tenía día ni horario fijo. Conflicto en Aerolíneas, baya la novedad. Nos alojaron en un hotel en Ezeiza. Para mi la aventura había comenzado.
Antes del embarque un nuevo repaso, tenemos todo, no olvidamos nada.... los nervios traicionan a mi viejo y los pasajes no aparecen, revisa sus bolsillos, mira a mamá, deja todo en el piso, levanta los brazos y exclama...
--Allora si ce la cumbenamo.-
Cagandose de risa Graciela le dice..
--Yo los tengo, yo los tengo.
Chistes negros, característicos de mi hermana.
Finalmente el Boing 707 con destino a Madrid, haciendo escala en Río de Janeiro y las Islas Canarias, surco el cielo cobrizo de lluvia y frío. Doce horas interminables de vuelo nos dejaron en Madrid. Cuarenta y dos grados de temperatura y una sensación térmica de sesenta en las pistas, nos chocaron los sobretodos y toda la ropa de invierno que traíamos puesta.
Una nueva escala y estaríamos en Roma. Allí mi vieja perdió una valija con todo su ropa. Vamos Aerolíneas todavía.
En Roma nadie nos esperaba porque no teníamos día fijo de arribo.
Poder entendernos con los tanos, fue un poco complicado, mi viejo con su dialecto siciliano argentinisado, no entendía lo que hablaban en italiano. Después de un rato logramos llegar al aeropuerto nacional y volamos casi de inmediato a Messina, que es una ciudad muy importante en Sicilia. De allí, a las doce de la noche, tomamos un taxi hasta Barcelona.
La dirección que tenía mi viejo aparentemente ya no existía, pequeño detalle, nadie se había percatado que también en Italia en 25 años las cosas cambian.
Preguntando habíamos llegado a Roma y nos metimos en un café cerca de una plaza, cuando dijimos que éramos los Pirri de Argentina, rápidamente nos indicaron como encontrar la dirección que buscábamos.
Calle angosta, edificios viejos, paisaje diferente, Sicilia... Una reja con candado y a unos treinta metros, la casa de dos pisos, donde abajo vivían mis abuelos y arriba, la tía Vasilia y su familia.
Sin estar muy seguros de que sea la casa que buscábamos, mi viejo golpeó fuerte las manos.
En un pequeño balcón, apareció un joven, que sabríamos después, se trataba de nuestro primo Giovanni.
--¿Qui e?- Pregunto, como diciendo, son las dos de la mañana.
--Francesco- Respondió mi viejo.
Fue suficiente para que se desate la más maravillosa escena de amor que han visto mis ojos.
A medio vestir, entre llantos y gritos, salían de aquella casa, mis abuelos, tíos y primos.
Un manojo de llaves giraba interminablemente en las manos temblorosas de un anciano, que no lograba encontrar la correcta, mientras sostenía sus pantalones, más allá por entre las rejas mi viejo abrazaba a su madre. Y allí estaba yo, parado, quieto sintiendo como me temblaba el mentón y una lágrima me corría en la cara. En este momento le pido a Dios la lucidez suficiente, para poder escribir, lo que aún al recordar, estoy sintiendo.
Finalmente la reja se abrió, un abrazo eterno con sus padres su hermana y nosotros todos bajo ese cielo nuevo.
Sentí un alivio muy grande cuando, por fin, adentro de la casa encontré donde sentarme, las piernas me temblaban y miraba a mi viejo y estaba henchido de felicidad por él. Por eso que veían mis ojos y sentía mi corazón. Como puede un hombre ser tan duro y tan frágil. Dios, que gran poder has demostrado tener, al crear semejante criatura.
Como sin querer, la madrugada me encontró abrazado a mi abuelo y mi abuela. Cuanta ternura me despertaban esos dos ancianos, que acababa de conocer.
Con el día llegaron los vecinos, antiguos amigos.... y sus hermanos. Como verse en el espejo, y decir tantas cosas sin hablar.... porque te juro que no podes.... no tenés fuerza, más que para abrazarte con ellos, y darle rienda suelta al llanto, el mejor, el de la emoción y la felicidad.
Ya más tranquilos, pero sin dejar de tocarse, de acariciarse, de mirarse, llegaron las presentaciones y las preguntas, la ansiedad por recuperar tanto tiempo de lejanía, de tener el corazón apretado, atado, porque no era posible ser débil.
Yo veía a mi viejo, y debo ser sincero, sentía un poco de celos, pero sabía que estaba bien prestárselo a su mamá y a su papá. Que ellos deberían haber sufrido esa distancia, como una herida abierta, que en ese momento, después de veinticinco años, dejaba de sangrar un poco.
Con el día también pude ver el establo, con las dos vacas que alimentaba y cuidaba mi abuelo. Las conejeras y la quinta que atendía mi abuela.
Un patio sombreado de parrales y la mesa grande, la de la familia completa, después de todo.
¿Sabrán los que hacen las guerras y los que se corrompen, que pueden causar tanto dolor?.
El almuerzo, con mi abuelo en la cabecera, al menos por unos días tendría a mi viejo a la derecha y a mi vieja a la izquierda, y el resto de la familia, el aroma de la pasta, del aceite de olivo y del vino, los llevo guardados en lo más profundo de mi corazón.
Una vez ubicados, mi abuela, le acercó otro platito a mi viejo....
---Cuesto piato é il tuo, tu mangia qui. –Como un tesoro, había guardado el plato donde comía mi viejo, como para tener algo cerca, aunque fuera solo un plato.
Después, con mi viejo caminamos, por los lugares donde sus recuerdos lo estaban esperando, para que los compartiera conmigo.
Su casa natal y el monte de olivos, el molino y el galpón donde trabajara engordando terneros por primera vez siendo todavía un niño.
Recorrimos todo y en ese viaje admiré la historia y la belleza diferente de la tierra de mi viejo y la quiero por eso, como sé que papá, quiere a la Argentina.
Capitulo XII: LA SECUNDARIA-
No sería justo privar al lector, de conocer el sentimiento que me invade, al recordar para escribir los momentos que he vivido, en los años de secundaria.
Es difícil traducir en palabras, lo que el corazón me dicta a borbollones.
El primer año lo curse en el mismo colegio, que aún era Agrotécnico Enologico, ya que con sexto y séptimo te recibías, de Enólogo.
Nunca supe como lo hacían, cual era el sistema que utilizaban, para separar en dos grupos a los casi cien alumnos de cada año, A y B. Me ubicaron en el primero B.
Y allí estaban varios de los conocidos en la primaria, a los que se sumaron los nuevos, algunos del pueblo y otros de localidades más lejanas.
A los pocos días no se notaba la diferencia, rápidamente nos integramos, eran muchas horas las que compartíamos.
Eran tiempos ya difíciles, entre un gobierno Peronista se intercalaba un golpe militar. Año 1973.
Se percibía en el ánimo de la gente que algo no terminaría bien.
Mi hermana estudiaba en Bahía Blanca, colegio de monjas, pupila. Para mamá se hacia insostenible la presión que ejercía Graciela, magnificando su situación de esclava, presa en esa cárcel del Maria Auxiliadora y claro el nene estaba en casa con mamá y papá, era un privilegiado.
Tanto fue así que terminado el primer año me inscribieron en el Don Bosco y terminé viviendo en una casita de Viamonte al 1500 con mi hermana y una viejita, Doña Mercedes, a la que un día se me ocurrió decirle que me gustaban los guisos y empecé a verlos hasta en el desayuno.
El colegio no era muy diferente, salvo las caras desconocidas y yo me destacaba por ser el de afuera, jugaba de visitante.
Los Bahienses son cerrados y me costó un tiempo hacer amigos. Un primo lejano coincidió en el mismo curso y esto ayudó un poco.
En educación física podíamos optar por uno de tres deportes: Voleibol, fútbol y natación.
Elegí natación porque me atrajo la idea de poder practicar este deporte en invierno y en la pileta del club Olimpo.
Todas las horas en el canal del Calzoncillo, me habían adiestrado en este arte y rápidamente me impuse al resto de la clase. Se realizaban varios torneos, algunos intercolegiales, pero yo participaba solo cuando se hacían entre semana. En esa época ya jugaba en la primera de fútbol del Deportivo Luis Beltrán y todos los fines de semana viajaba. No me podía despegar de Beltrán, además... no me interesaba hacerlo... yo quería volver.
Aunque haga un esfuerzo no tengo recuerdos lindos de Bahía.
Mamá nos visitaba seguido y de alguna forma le daba los mensajes de desagrado por el exilio.
Cuando llegaba la recibía siempre a los gritos...
--Vino mamá!! Hoy comemos!!! –Como si no lo hiciéramos cuando ella no estaba.-
-- Nene, dejate de joder y ayúdame con las cajas.
Traía carne, verduras y algo de plata para los vicios.
Todos los fines de semana religiosamente me venía a Beltrán. Si había plata, en colectivo y sino a dedo.
Recuerdo el cumpleaños de quince de Marisa Llorente, no se porqué yo debía estar el viernes temprano y el cole salía recién a las 21 hs. llegando a Choele a las 02 hs. así es que me fui al Cholo, una estación de servicio a la salida de Bahía, donde normalmente hacíamos auto stop. A los pocos minutos, un camión de combustible del gallego Lamas, el camionero me reconoció y de inmediato estaba viajando a Beltrán. Estaba feliz, serían las 15 hs. y aunque el transporte fuera un poco más lento, yo calculaba que para las 22 hs. llegábamos seguro.
En Médanos, un pueblito a unos 45 km. de Bahía, el gordo Tagliaferro, dijo que dormiría un rato.
Yo pensé que sería buena idea hacerlo también y me recosté en la butaca. Cuando desperté, estaba oscuro, ya era de noche, no lo podía creer, ya eran las 21hs. y habíamos recorrido 45 km.
Finalmente llegue al cumpleaños a los postres y caliente como una moto.
Cada Viernes era una fiesta. Me venía a Beltrán.
Los Domingos a la tarde se renovaba el calvario. Cuanta tristeza.
Otra vez el cole y una nueva semana en Siberia, en la legión extranjera.
Me convertí en un adicto al cine y no me importaba demasiado la película, sino que allí el tiempo pasaba más rápido. Así me ví el estreno de Terremoto, Infierno en la Torre, y otras que eran bárbaras y a Beltrán llegaron como diez años después.
El resto del día que no estaba en el claustro o en Olimpo, lo dedicaba a la tele, El hombre Nuclear, Kojac, pero lo mejor, El Gran Chaparral.
Si a esto le agregamos que para ese entonces ya tenía alguna minita, yo me sentía como de visita en Bahía. Nunca sentí como propia esa casa, ni recuerdo lo que había en el patio. Ni quiénes eran nuestros vecinos.
Por suerte ese año mi viejo se decidió a viajar a Italia. Y entre pitos y flautas se pasó un mes y pico.
Quisiera detenerme, sé que el lector entenderá mi deseo, y compartir este viaje que no olvidaré jamás.
No sería justo privar al lector, de conocer el sentimiento que me invade, al recordar para escribir los momentos que he vivido, en los años de secundaria.
Es difícil traducir en palabras, lo que el corazón me dicta a borbollones.
El primer año lo curse en el mismo colegio, que aún era Agrotécnico Enologico, ya que con sexto y séptimo te recibías, de Enólogo.
Nunca supe como lo hacían, cual era el sistema que utilizaban, para separar en dos grupos a los casi cien alumnos de cada año, A y B. Me ubicaron en el primero B.
Y allí estaban varios de los conocidos en la primaria, a los que se sumaron los nuevos, algunos del pueblo y otros de localidades más lejanas.
A los pocos días no se notaba la diferencia, rápidamente nos integramos, eran muchas horas las que compartíamos.
Eran tiempos ya difíciles, entre un gobierno Peronista se intercalaba un golpe militar. Año 1973.
Se percibía en el ánimo de la gente que algo no terminaría bien.
Mi hermana estudiaba en Bahía Blanca, colegio de monjas, pupila. Para mamá se hacia insostenible la presión que ejercía Graciela, magnificando su situación de esclava, presa en esa cárcel del Maria Auxiliadora y claro el nene estaba en casa con mamá y papá, era un privilegiado.
Tanto fue así que terminado el primer año me inscribieron en el Don Bosco y terminé viviendo en una casita de Viamonte al 1500 con mi hermana y una viejita, Doña Mercedes, a la que un día se me ocurrió decirle que me gustaban los guisos y empecé a verlos hasta en el desayuno.
El colegio no era muy diferente, salvo las caras desconocidas y yo me destacaba por ser el de afuera, jugaba de visitante.
Los Bahienses son cerrados y me costó un tiempo hacer amigos. Un primo lejano coincidió en el mismo curso y esto ayudó un poco.
En educación física podíamos optar por uno de tres deportes: Voleibol, fútbol y natación.
Elegí natación porque me atrajo la idea de poder practicar este deporte en invierno y en la pileta del club Olimpo.
Todas las horas en el canal del Calzoncillo, me habían adiestrado en este arte y rápidamente me impuse al resto de la clase. Se realizaban varios torneos, algunos intercolegiales, pero yo participaba solo cuando se hacían entre semana. En esa época ya jugaba en la primera de fútbol del Deportivo Luis Beltrán y todos los fines de semana viajaba. No me podía despegar de Beltrán, además... no me interesaba hacerlo... yo quería volver.
Aunque haga un esfuerzo no tengo recuerdos lindos de Bahía.
Mamá nos visitaba seguido y de alguna forma le daba los mensajes de desagrado por el exilio.
Cuando llegaba la recibía siempre a los gritos...
--Vino mamá!! Hoy comemos!!! –Como si no lo hiciéramos cuando ella no estaba.-
-- Nene, dejate de joder y ayúdame con las cajas.
Traía carne, verduras y algo de plata para los vicios.
Todos los fines de semana religiosamente me venía a Beltrán. Si había plata, en colectivo y sino a dedo.
Recuerdo el cumpleaños de quince de Marisa Llorente, no se porqué yo debía estar el viernes temprano y el cole salía recién a las 21 hs. llegando a Choele a las 02 hs. así es que me fui al Cholo, una estación de servicio a la salida de Bahía, donde normalmente hacíamos auto stop. A los pocos minutos, un camión de combustible del gallego Lamas, el camionero me reconoció y de inmediato estaba viajando a Beltrán. Estaba feliz, serían las 15 hs. y aunque el transporte fuera un poco más lento, yo calculaba que para las 22 hs. llegábamos seguro.
En Médanos, un pueblito a unos 45 km. de Bahía, el gordo Tagliaferro, dijo que dormiría un rato.
Yo pensé que sería buena idea hacerlo también y me recosté en la butaca. Cuando desperté, estaba oscuro, ya era de noche, no lo podía creer, ya eran las 21hs. y habíamos recorrido 45 km.
Finalmente llegue al cumpleaños a los postres y caliente como una moto.
Cada Viernes era una fiesta. Me venía a Beltrán.
Los Domingos a la tarde se renovaba el calvario. Cuanta tristeza.
Otra vez el cole y una nueva semana en Siberia, en la legión extranjera.
Me convertí en un adicto al cine y no me importaba demasiado la película, sino que allí el tiempo pasaba más rápido. Así me ví el estreno de Terremoto, Infierno en la Torre, y otras que eran bárbaras y a Beltrán llegaron como diez años después.
El resto del día que no estaba en el claustro o en Olimpo, lo dedicaba a la tele, El hombre Nuclear, Kojac, pero lo mejor, El Gran Chaparral.
Si a esto le agregamos que para ese entonces ya tenía alguna minita, yo me sentía como de visita en Bahía. Nunca sentí como propia esa casa, ni recuerdo lo que había en el patio. Ni quiénes eran nuestros vecinos.
Por suerte ese año mi viejo se decidió a viajar a Italia. Y entre pitos y flautas se pasó un mes y pico.
Quisiera detenerme, sé que el lector entenderá mi deseo, y compartir este viaje que no olvidaré jamás.
Capitulo XI: Muñecas de Oro.
Con el Petiso Machado, empezamos a salir en auto, a dar la vuelta al perro o a pegarnos una coleadita por las calles menos transitadas. En un Valiant rojo, que tiraba lindo. No se como, desde el borde del asiento, colgado del volante y con las puntitas de los pies, el Petiso se las ingeniaba, para ponernos la adrenalina a mil.
Era la falopa nuestra, a veces necesitábamos salir a ponernos en órbita.
El domingo a la tardecita, era la mejor hora. El Petiso, lo encaró al viejo y salimos a pavonearnos por la Avellaneda, donde siempre se juntaba gente. Con el vidrio bajo y el codito afuera por la ventanilla, se mostraban los tipos. Saludando a los que comentaban.
--¡Mirá los pendejos!.
Hasta que de pronto nos tragamos al boludo que iba adelante y había frenado de golpe. No fue mucho, pero lo suficiente para que nos arruinara la tarde.
Enderezamos más o menos el paragolpe y la parrilla, y fuimos a devolver el auto. Despacito, ganando tiempo, para pensar que explicación le dábamos al viejo del Petiso. Decidimos decirle la verdad, total nosotros no teníamos la culpa, el boludo había sido el otro.
Cuando llegamos a la casa del Petiso, Chijete disparó a la mierda, Tony sacaba pan del horno como lo hacía siempre que se ponía nervioso y al Petiso no le salía nada.
---Íbamos lo más bien, paseando, cuando de pronto, ¡Pumm!, se abolló el paragolpe. –dijo el Petiso-
El viejo me miró y dijo.
--Norby,... vos sos el más grande. ¿Qué mierda pasó?
Le explique como habían sido los hechos. Él preguntó si alguno se había lastimado. Y como todos estábamos enteros, se terminó la historia de nuestro primer accidente. Yo era el mayor con doce años.
Ese mismo año, mi viejo me enseño a manejar y no se imaginó lo que sufriría por eso. Una Chevrolet roja, de las Bravas, con motor Indenor, era la que usaba mi viejo, cuando salía a revisar hacienda. Yo aprovechaba, lo convencía, él se ponía al lado y daba órdenes a los gritos como buen tano.
Así hice mis primeras armas. Después me prestaba otra Chevrolet, de las C10, modelo sesenta y pico. Que usaba Selso Troncoso, para llevarle la comida a los chanchos.
Hacíamos una vaca, le llenábamos el tanque y salíamos. Yo no tenía ni idea, pero en las esquinas le metía segunda, la pisaba y se nos hacía chica la calle.
Una empresa de estas que hacen movimientos de suelo, había estacionado varias maquinas topadoras, en ambos costados de la calle. Nosotros entramos cruzados y le apuntamos a una grande, volantazo y se cruzó otra y otra. Hasta que sola fue perdiendo velocidad y se acomodó en la calle. Levante la mano y le dije a Tony, que iba sentado al lado mio...
---¡Que muñeca! ¿No?.
Me miró, serio, apichonado todavía en el asiento, y dijo...
--¡Se!...La de la camioneta.
Durante el día salíamos a recorrer el pueblo en las bici. Esquina deshabitada que descubríamos, le cagábamos a toscazos el foco que la Municipalidad ponía, justo en el medio del cruce de calle. Después veníamos a la noche con la camioneta, metíamos segunda, apagábamos las luces y hacíamos un trompo. En la oscuridad nadie sabía quienes eran los enfermos.
Con el tiempo sentamos cabeza. Salíamos a pasearnos por el centro, a ver que pasa. Ya mi viejo me prestaba el Chevrón.
En una de esas.... regulábamos por la Avellaneda, cuando un Sr. En bicicleta nos empieza a pasar.
Iba a la altura de la puerta cuando Cochengo, sin moverse de su asiento de acompañante, nariz para arriba y mirando al tipo de reojo, me dice...
--Acelerale. –
El Sr. Intentó un esfuerzo, pero se dio cuenta que sería imposible.
El aflojaba y yo también. El encaraba y yo aceleraba. Hasta que el tipo, se metió atrás y venía muy cerca. Cochengo, con el mismo tono de voz anterior dijo...
--Frenale.
Sin pensarlo cumplí la orden del navegante.
El pobre hombre abrió los ojos grandes, intentó doblar para algún lado, pero era demasiado tarde. Estampó la rueda de la bici en el paragolpe, y cayo de jeta, desparramado en la luneta trasera. Se quedó a las puteadas con la bici hecha pelota, y nosotros nos fuimos, lo más chotos, como si no hubiera pasado nada.
Después, cuando éramos varios los que teníamos auto prestado, jugábamos a la mancha, tal como lo hiciéramos en bici, y al que tocábamos debía perseguir al resto, hasta que los autos se volvieran a tocar y valía en todo el pueblo; o a la escondida, y menos en la comisaría, nos podíamos esconder en cualquier lado.
Hacíamos como si el pueblo fuera nuestro, no respetábamos nada.
Entramos jugados en una esquina, persiguiendo a Luis en la Citroneta y a Davito en la Ford F100, celeste y blanca, y solo por casualidad, no atropellamos a la familia del milico Páez. Más allá, en la otra esquina, a la Citroneta, se le había salido la punta de eje y nos paramos para ayudar. En ese momento apareció el milico, con la 45 en la mano, caliente como jugo de chinchulin. Me encaró como para comerme...
--¿No te das cuenta pedazo de boludo, que casi matas a mi familia?....
Yo no estaba para contestarle y menos cuando revoleaba la 45.
--¿He, boludo? ¿Ves que no vales un tarro é mierda?....¿He, boludo?.
La 45 paso cerca de la cabeza de Luisito...
--¿He, boludo?....
--Ssssaaacccaa....saacccaaa.
Madre que lo parió. Qué cagaso. Después de eso se terminó el juego de la mancha.
Pero la coca de los autos nos tenía dominados. Cualquier cosa éramos capaz de hacer, por tener un cuatro ruedas. Yo no sé los kilómetros que hemos empujado el De Carlo, que le habían regalado al Petiso Machado. Ya estábamos convencidos que era un auto a pilas. Si, a pilas de boludos que empujaban.
Después apareció en escena el Dodge 1500 del Ricotón Alvarez. Ese auto nunca supo, porque cayó en las manos que cayó. Así le arreglaran la manija de la puerta, había que salir a probarlo. Durante un tiempo anduvimos sin embrague, lo empujábamos en segunda para que arranque y después subíamos a la carrera, si éramos varios daba una vuelta, pasaba con la puerta abierta y levantaba de a uno.
Con el Dodge andábamos por todas partes y nunca nos dejo a patas. Si he conocido auto sufrido, como el Dodge del Ricotón, ninguno. Bueno, la Citroneta de Luis también tubo lo suyo. Yo creo que ella sabía, que en la curva de los curas tenía que levantar la rueda trasera, y sino, había que pasar de vuelta.
Otras veces lo buscábamos a Manito.
Un viejito al que le gritábamos...
--¡¡Anda a pagar el pan!!
Y se salía de quicio. Se recalentaba y nos gritaba de todo.
Le decíamos Manito por un defecto que tenía en el brazo derecho. Lo llevaba siempre encogido y con la mano retraída. Según cuenta Elvin, un día entro a la panadería y como en ese momento no había nadie atendiendo, se sirvió una trincha y se fue.
A los pocos días, Elvin le preguntó...
---¿Pagaste el pan?...
Fue suficiente para que montara el picazo y lo insultara como sacado.
A partir de eso, pasó a formar parte de los personajes del pueblo. Sería motivo de distracción en los momentos de ocio que no eran pocos.
Cochengo, que se le hacía el amigo, se le arrimaba con un grabador y cuando pasábamos nosotros en el auto gritando.
--¡He, Manito! ¡Andá a pagar el pan!
El lo grababa, según decía para la posteridad.
En una oportunidad, decidimos que le haríamos un censo. Sabíamos más o menos donde vivía. Una casa grande con paredes de barro, que ya no existe, bastante grande. Tenía varias piezas y en cada una de ellas vivia una familia diferente. Las puertas daban a una galería, debimos censar a una familia hasta que, en una de esas puertas, nos atendió Manito.
Después de las explicaciones correspondientes.
Cochengo preguntaba y Tony, Chijete, Ricotón y yo, acompañábamos al censor.
--¿Apellido y Nombre?
Manito era flaco y petiso. Por eso también llamado Chiquitín.
Se echaba hacia atrás, para ver a la cara de quien le hablaba y como que tomara impulso para responder.
Siguieron las preguntas de rigor de cualquier censo, edad, estado civil, cuantos vivían en esa pieza, etc, etc...
Hasta que Cochengo pregunto con tono firme.
--¿Dónde compra el pan?
--¿Hé?..-Dijo Manito abriendo los ojos grandes y echándose hacia atrás con su brazo encogido.
--¿Dónde compra el pan? –Repitió el Censor-
--En lo de Clinton. –Respondió desconfiado el Chiquitín.-
Sin salir de su seriedad pasmosa Cochengo preguntó.
--¿Y lo paga el pan?
--¿Heeee? – Se echo hacia atrás el Chiquitín-
--¿Si pagaste el pan? –Le gritó Cochengo casi en la cara.
Fue suficiente para que explotáramos en carcajada y rajáramos porque llovían los cascotazos y las puteadas de Manito que estaba sacado.
Con Manito hay mil anécdotas. Como esa vez que Cochengo le gritaba desde adentro de la casa con la persiana baja.
--¡¡Anda a pagar el pan!!
Manito giró hacia la casa y justo la ve a Elisa, la madre de Cochengo, que en ese momento llegaba y se bajaba del auto.
--¡¡Mujer grande!! – Gritó Manito y le mandó el repertorio de puteadas.
Elisa miraba para todos lados sin entender lo que estaba pasando. Rápidamente se metió en la casa, para encontrarlo a Cochengo tirado de panza en el piso, cagandose de risa.
Una cosa parecida pasó cuando desde la ventana del colegio lo vimos pasar a Manito por la vereda de enfrente.
Sin pensarlo demasiado....
--¿Andá a pagar el pan?
Manito se transformó y cuando miró para el colegio la vió a Pochi Pedranti y Susana Costanzo, que charlaban junto a la ventana.
--¡¡Hay las tenes, a las conchas del brazo!!. ¿Pa que estudian ustedes? ¿Pa puuuutas estudian? -Y otras yerbas.
Las viejas se metieron a la Dirección, coloradas como huevo de chancho blanco. Cuando vinieron a preguntar si alguien gritaba por las ventanas del colegio, nos hicimos los boludos y como el único testigo era Manito, zafámos.
No sería en esta oportunidad que la Pochi, se dirigiera a mí para decirme, que era el último cero a la izquierda del colegio.
Con el Petiso Machado, empezamos a salir en auto, a dar la vuelta al perro o a pegarnos una coleadita por las calles menos transitadas. En un Valiant rojo, que tiraba lindo. No se como, desde el borde del asiento, colgado del volante y con las puntitas de los pies, el Petiso se las ingeniaba, para ponernos la adrenalina a mil.
Era la falopa nuestra, a veces necesitábamos salir a ponernos en órbita.
El domingo a la tardecita, era la mejor hora. El Petiso, lo encaró al viejo y salimos a pavonearnos por la Avellaneda, donde siempre se juntaba gente. Con el vidrio bajo y el codito afuera por la ventanilla, se mostraban los tipos. Saludando a los que comentaban.
--¡Mirá los pendejos!.
Hasta que de pronto nos tragamos al boludo que iba adelante y había frenado de golpe. No fue mucho, pero lo suficiente para que nos arruinara la tarde.
Enderezamos más o menos el paragolpe y la parrilla, y fuimos a devolver el auto. Despacito, ganando tiempo, para pensar que explicación le dábamos al viejo del Petiso. Decidimos decirle la verdad, total nosotros no teníamos la culpa, el boludo había sido el otro.
Cuando llegamos a la casa del Petiso, Chijete disparó a la mierda, Tony sacaba pan del horno como lo hacía siempre que se ponía nervioso y al Petiso no le salía nada.
---Íbamos lo más bien, paseando, cuando de pronto, ¡Pumm!, se abolló el paragolpe. –dijo el Petiso-
El viejo me miró y dijo.
--Norby,... vos sos el más grande. ¿Qué mierda pasó?
Le explique como habían sido los hechos. Él preguntó si alguno se había lastimado. Y como todos estábamos enteros, se terminó la historia de nuestro primer accidente. Yo era el mayor con doce años.
Ese mismo año, mi viejo me enseño a manejar y no se imaginó lo que sufriría por eso. Una Chevrolet roja, de las Bravas, con motor Indenor, era la que usaba mi viejo, cuando salía a revisar hacienda. Yo aprovechaba, lo convencía, él se ponía al lado y daba órdenes a los gritos como buen tano.
Así hice mis primeras armas. Después me prestaba otra Chevrolet, de las C10, modelo sesenta y pico. Que usaba Selso Troncoso, para llevarle la comida a los chanchos.
Hacíamos una vaca, le llenábamos el tanque y salíamos. Yo no tenía ni idea, pero en las esquinas le metía segunda, la pisaba y se nos hacía chica la calle.
Una empresa de estas que hacen movimientos de suelo, había estacionado varias maquinas topadoras, en ambos costados de la calle. Nosotros entramos cruzados y le apuntamos a una grande, volantazo y se cruzó otra y otra. Hasta que sola fue perdiendo velocidad y se acomodó en la calle. Levante la mano y le dije a Tony, que iba sentado al lado mio...
---¡Que muñeca! ¿No?.
Me miró, serio, apichonado todavía en el asiento, y dijo...
--¡Se!...La de la camioneta.
Durante el día salíamos a recorrer el pueblo en las bici. Esquina deshabitada que descubríamos, le cagábamos a toscazos el foco que la Municipalidad ponía, justo en el medio del cruce de calle. Después veníamos a la noche con la camioneta, metíamos segunda, apagábamos las luces y hacíamos un trompo. En la oscuridad nadie sabía quienes eran los enfermos.
Con el tiempo sentamos cabeza. Salíamos a pasearnos por el centro, a ver que pasa. Ya mi viejo me prestaba el Chevrón.
En una de esas.... regulábamos por la Avellaneda, cuando un Sr. En bicicleta nos empieza a pasar.
Iba a la altura de la puerta cuando Cochengo, sin moverse de su asiento de acompañante, nariz para arriba y mirando al tipo de reojo, me dice...
--Acelerale. –
El Sr. Intentó un esfuerzo, pero se dio cuenta que sería imposible.
El aflojaba y yo también. El encaraba y yo aceleraba. Hasta que el tipo, se metió atrás y venía muy cerca. Cochengo, con el mismo tono de voz anterior dijo...
--Frenale.
Sin pensarlo cumplí la orden del navegante.
El pobre hombre abrió los ojos grandes, intentó doblar para algún lado, pero era demasiado tarde. Estampó la rueda de la bici en el paragolpe, y cayo de jeta, desparramado en la luneta trasera. Se quedó a las puteadas con la bici hecha pelota, y nosotros nos fuimos, lo más chotos, como si no hubiera pasado nada.
Después, cuando éramos varios los que teníamos auto prestado, jugábamos a la mancha, tal como lo hiciéramos en bici, y al que tocábamos debía perseguir al resto, hasta que los autos se volvieran a tocar y valía en todo el pueblo; o a la escondida, y menos en la comisaría, nos podíamos esconder en cualquier lado.
Hacíamos como si el pueblo fuera nuestro, no respetábamos nada.
Entramos jugados en una esquina, persiguiendo a Luis en la Citroneta y a Davito en la Ford F100, celeste y blanca, y solo por casualidad, no atropellamos a la familia del milico Páez. Más allá, en la otra esquina, a la Citroneta, se le había salido la punta de eje y nos paramos para ayudar. En ese momento apareció el milico, con la 45 en la mano, caliente como jugo de chinchulin. Me encaró como para comerme...
--¿No te das cuenta pedazo de boludo, que casi matas a mi familia?....
Yo no estaba para contestarle y menos cuando revoleaba la 45.
--¿He, boludo? ¿Ves que no vales un tarro é mierda?....¿He, boludo?.
La 45 paso cerca de la cabeza de Luisito...
--¿He, boludo?....
--Ssssaaacccaa....saacccaaa.
Madre que lo parió. Qué cagaso. Después de eso se terminó el juego de la mancha.
Pero la coca de los autos nos tenía dominados. Cualquier cosa éramos capaz de hacer, por tener un cuatro ruedas. Yo no sé los kilómetros que hemos empujado el De Carlo, que le habían regalado al Petiso Machado. Ya estábamos convencidos que era un auto a pilas. Si, a pilas de boludos que empujaban.
Después apareció en escena el Dodge 1500 del Ricotón Alvarez. Ese auto nunca supo, porque cayó en las manos que cayó. Así le arreglaran la manija de la puerta, había que salir a probarlo. Durante un tiempo anduvimos sin embrague, lo empujábamos en segunda para que arranque y después subíamos a la carrera, si éramos varios daba una vuelta, pasaba con la puerta abierta y levantaba de a uno.
Con el Dodge andábamos por todas partes y nunca nos dejo a patas. Si he conocido auto sufrido, como el Dodge del Ricotón, ninguno. Bueno, la Citroneta de Luis también tubo lo suyo. Yo creo que ella sabía, que en la curva de los curas tenía que levantar la rueda trasera, y sino, había que pasar de vuelta.
Otras veces lo buscábamos a Manito.
Un viejito al que le gritábamos...
--¡¡Anda a pagar el pan!!
Y se salía de quicio. Se recalentaba y nos gritaba de todo.
Le decíamos Manito por un defecto que tenía en el brazo derecho. Lo llevaba siempre encogido y con la mano retraída. Según cuenta Elvin, un día entro a la panadería y como en ese momento no había nadie atendiendo, se sirvió una trincha y se fue.
A los pocos días, Elvin le preguntó...
---¿Pagaste el pan?...
Fue suficiente para que montara el picazo y lo insultara como sacado.
A partir de eso, pasó a formar parte de los personajes del pueblo. Sería motivo de distracción en los momentos de ocio que no eran pocos.
Cochengo, que se le hacía el amigo, se le arrimaba con un grabador y cuando pasábamos nosotros en el auto gritando.
--¡He, Manito! ¡Andá a pagar el pan!
El lo grababa, según decía para la posteridad.
En una oportunidad, decidimos que le haríamos un censo. Sabíamos más o menos donde vivía. Una casa grande con paredes de barro, que ya no existe, bastante grande. Tenía varias piezas y en cada una de ellas vivia una familia diferente. Las puertas daban a una galería, debimos censar a una familia hasta que, en una de esas puertas, nos atendió Manito.
Después de las explicaciones correspondientes.
Cochengo preguntaba y Tony, Chijete, Ricotón y yo, acompañábamos al censor.
--¿Apellido y Nombre?
Manito era flaco y petiso. Por eso también llamado Chiquitín.
Se echaba hacia atrás, para ver a la cara de quien le hablaba y como que tomara impulso para responder.
Siguieron las preguntas de rigor de cualquier censo, edad, estado civil, cuantos vivían en esa pieza, etc, etc...
Hasta que Cochengo pregunto con tono firme.
--¿Dónde compra el pan?
--¿Hé?..-Dijo Manito abriendo los ojos grandes y echándose hacia atrás con su brazo encogido.
--¿Dónde compra el pan? –Repitió el Censor-
--En lo de Clinton. –Respondió desconfiado el Chiquitín.-
Sin salir de su seriedad pasmosa Cochengo preguntó.
--¿Y lo paga el pan?
--¿Heeee? – Se echo hacia atrás el Chiquitín-
--¿Si pagaste el pan? –Le gritó Cochengo casi en la cara.
Fue suficiente para que explotáramos en carcajada y rajáramos porque llovían los cascotazos y las puteadas de Manito que estaba sacado.
Con Manito hay mil anécdotas. Como esa vez que Cochengo le gritaba desde adentro de la casa con la persiana baja.
--¡¡Anda a pagar el pan!!
Manito giró hacia la casa y justo la ve a Elisa, la madre de Cochengo, que en ese momento llegaba y se bajaba del auto.
--¡¡Mujer grande!! – Gritó Manito y le mandó el repertorio de puteadas.
Elisa miraba para todos lados sin entender lo que estaba pasando. Rápidamente se metió en la casa, para encontrarlo a Cochengo tirado de panza en el piso, cagandose de risa.
Una cosa parecida pasó cuando desde la ventana del colegio lo vimos pasar a Manito por la vereda de enfrente.
Sin pensarlo demasiado....
--¿Andá a pagar el pan?
Manito se transformó y cuando miró para el colegio la vió a Pochi Pedranti y Susana Costanzo, que charlaban junto a la ventana.
--¡¡Hay las tenes, a las conchas del brazo!!. ¿Pa que estudian ustedes? ¿Pa puuuutas estudian? -Y otras yerbas.
Las viejas se metieron a la Dirección, coloradas como huevo de chancho blanco. Cuando vinieron a preguntar si alguien gritaba por las ventanas del colegio, nos hicimos los boludos y como el único testigo era Manito, zafámos.
No sería en esta oportunidad que la Pochi, se dirigiera a mí para decirme, que era el último cero a la izquierda del colegio.
Capitulo X: AMIGOS ERAN LOS DE ANTES.
Los espacios de nuestros juegos, habían ampliado sus fronteras notablemente. Nos aventurábamos hasta la Avda Roca.
Habíamos armado una barra en el barrio. Éramos varios, entre los que me acuerdo estaban: Tony Corona, Rafael Davito Scandroglio, Marcelo Pilia, Claudio Piojo Reverte, el Pechuga y el Pechuguín García, los Gatica el Omar y el Carlitos. Con estos se armaban los partidos de fútbol, los policías y ladrones, los cowboys y los indios. Solíamos usar la casa de Davito como si fuera el fuerte, donde algunos eran los soldados y otros los indios que debían atacar.
Normalmente las balas salían de nuestras gargantas y al grito de.....
--!!Paaa... Fulano¡¡
Fulano caía. Y ya no jugaba, hasta que murieran todos los de su bando. Se complicaba con las flechas y las espadas. Así que, jugábamos todos con armas de fuego.
Otras veces armábamos tortas de barro y nos sacudíamos con eso. El de la mancha de barro estaba muerto.
Un día aparecieron unos guachitos de otro barrio. El Gordo Barrera, el Chijete Bernardi, el Petiso Machado, el Colichito Costanzo hijo del Colicho viejo, el Ricotón Alvarez....y otros más, pero estos eran los cabecilla.
Sabían pasar por donde estábamos jugando, provocándonos. Boludeces. Pero para nosotros se trataba de una ofensa tremenda, que solo se pagaba con la guerra. Y los sacábamos cagando. Se metían en la casa del Ricotón y se armaba la de tortasos de barro. Hasta que alguna vieja se quejaba por el ojo de alguno o por la ropa de otro, y nos tomábamos una tregua.
Los pibes de otros barrios enterados de las guerras nuestras, empezaron a atacarnos. Pero los hijos de puta se venían de a muchos, así que nos aliamos en contra de los Ocquard, los Días, los López, los Carranza, los... que los parió, algunos eran indios en serio. Y se venían con todo, no había ¡Pa! Que valiera, flechas con clavos en la punta, lanzas con cuchillos, boleadoras con piedras.... se habían ido al carajo, eso ya no era joda y cada vez se reforzaban más los dos bandos. Hasta que un día terminamos todos en cana y se terminó la guerra.
Pero las alianzas que habíamos hecho, habían engrosado nuestro parque de amigos y la Avenida Roca dejó de ser una frontera.
Limpiábamos algún baldío y allí nos dedicábamos al Karate de Bruce Lee y a Titanes en el Ring, fútbol y túneles donde nos metíamos a contar boludeces y a fumar nuestros primeros cigarros. Con los túneles se prendieron las mujeres, Marisa, Viviana, Betina, Norma, Adriana..... ya venían a limpiar, o se les daba por cocinar y terminaron siendo las dueñas. Y cuando nos empezaron a cagar a pedo por cualquier cosa, tomamos otros rumbos.
Solíamos ir a lo del Nino Ignasi a jugar al fútbol, pero el Nino, cuando perdía, se calentaba y empezaba un partido de nuevo.
---Vo pa ya y vo pa ya y dale boludo.
Tenía un charré que todavía lo usaban, con las ruedas altas. Algunos se subían y otros tiraban de las varas, pero el chiste era soltarlas cuando los de arriba estaban distraídos, y quedaba el desparramo y las puteadas. Sacábamos las gomeras y los rifles de aire comprimido y nos sacudíamos, ponga y deje hasta la noche.
En invierno, cuando oscurece temprano, salíamos a cazar gatos con los perros y a robarle granadas al viejo Escoto.
En esas correrías conocí al Cochengo Joselito Moratelli. Él me enseño a cazar palomas con la trampa del hilo y el cajón sostenido con un palito. Ni bien salía el sol había que estar, porque es cuando las tipas están con hambre. De paso hacíamos cagar algún gato del loco Almendra.
Al loco le gustaban las palomas mensajeras y un chico de nuestra edad, que había venido de las chacras a vivir a la escuela once, se las vendía. El loco se las llevaba a la casa y las soltaba. Por supuesto, las palomas se le iban, y vuelta a comprar más. ¿Quién sino Luisito Bernardi puede haber tenido la habilidad para venderle varias veces la misma paloma?
Con estas incorporaciones éramos una banda.
Cuando había llovido, con las bicis preparadas, es decir, sin guardabarros y frenos, porque se usaba frenar con la zapatilla.... arrancábamos para el charco del barrio Manosalva. Nos poníamos la ropa al revés y jugábamos a la mancha en medio del barro. Quedábamos como monos. Después nos lavábamos un poco la cara y las manos, nos poníamos la ropa con lo sucio para adentro, y cuando llegábamos a la casa pasábamos derecho a bañarnos.
Solíamos ir a pescar a la laguna de Gundín, que se conectaba con el Río grande en la chacra del Chivo Abad.
Allá comíamos un asadito y pasábamos el día, la mayoría de las veces los viejos ni se enteraban.
A la siesta en verano, nos juntábamos en la estación de servicios YPF, donde a, Néstor Tucutucu Lamas le hacían cubrir el turno y después nos íbamos con él al canal principal o al río.
Le decían Tucutucu porque se había hecho el canchero con uno de esos animalitos y casi perdió un dedo. Resulta que en época de secundaria, la novia, había llevado un tucutucu, para estudiarlo en la clase de naturales o biología. En el momento que intentaban sacarlo de la caja, apareció Nestor.... apoyado en el marco de la puerta, patita cruzada apoyada con la punta del pié, camisa desprendida, por donde asomaban cinco pelos amarillos del pecho, mentón para arriba, sonrisa sobradora y...
---¿Adonde está el tucutucu? –Dijo, ofreciéndose a sacarlo de la caja, como si para el fuera cuestión de todos los días-
Abriéndose paso entre los alumnos que rodeaban la caja, metió la mano como para manotear un gatito.
Pegó un grito y salió el tucutucu prendido de los dedos del comedido, que al sacar la mano con tanta violencia, se desprendió el animalito estampándose en el techo para caer muerto a los pies, donde recibió una suculenta puteada del gallego Lamas, que sería apodado Tucutucu por mucho tiempo.
De vez en cuando hacíamos un “asalto”, así le decían a la reunión donde comíamos algo y bailábamos con el Winco.
La mayor parte del tiempo sueltos, pero casi al final de la noche venían los lentos. Aprovechábamos para declarar nuestro amor a la chica que nos quitaba el sueño y si cuadraba apretábamos un poco.
Yo me encargaba del chupi y la de Smugler no faltaba. Ocasionalmente se mamaba alguno. En una oportunidad la mamá del Petiso Machado, nos repartía después de la fiesta en un 128 amarillo. El Pechuga García bastante chupado, se había ubicado en el medio del asiento de atrás y aprovechando el espacio medio tirado hacia delante. Cuando la vieja preguntó..
---¿Pechuga, estás descompuesto?.
---Nup –respondió pechuga, con los dientes apretados, los ojos vidriosos y saltones, y la boca llena de saliva.
Al poco rato después de una frenada, la vieja insistió.
--¿Estás descompuesto pechuga?...
---Nnnnuaaaagglallllggjfhddhsss. –El degenerado soltó los chanchos en el auto lleno de gente y buscando la salida, le abría para todos lados, así que no quedo nadie ileso.
Las puteadas del momento dieron paso a la risa y no nos olvidaríamos nunca del.....
---¿Estás descompuesto pechuga?
Los espacios de nuestros juegos, habían ampliado sus fronteras notablemente. Nos aventurábamos hasta la Avda Roca.
Habíamos armado una barra en el barrio. Éramos varios, entre los que me acuerdo estaban: Tony Corona, Rafael Davito Scandroglio, Marcelo Pilia, Claudio Piojo Reverte, el Pechuga y el Pechuguín García, los Gatica el Omar y el Carlitos. Con estos se armaban los partidos de fútbol, los policías y ladrones, los cowboys y los indios. Solíamos usar la casa de Davito como si fuera el fuerte, donde algunos eran los soldados y otros los indios que debían atacar.
Normalmente las balas salían de nuestras gargantas y al grito de.....
--!!Paaa... Fulano¡¡
Fulano caía. Y ya no jugaba, hasta que murieran todos los de su bando. Se complicaba con las flechas y las espadas. Así que, jugábamos todos con armas de fuego.
Otras veces armábamos tortas de barro y nos sacudíamos con eso. El de la mancha de barro estaba muerto.
Un día aparecieron unos guachitos de otro barrio. El Gordo Barrera, el Chijete Bernardi, el Petiso Machado, el Colichito Costanzo hijo del Colicho viejo, el Ricotón Alvarez....y otros más, pero estos eran los cabecilla.
Sabían pasar por donde estábamos jugando, provocándonos. Boludeces. Pero para nosotros se trataba de una ofensa tremenda, que solo se pagaba con la guerra. Y los sacábamos cagando. Se metían en la casa del Ricotón y se armaba la de tortasos de barro. Hasta que alguna vieja se quejaba por el ojo de alguno o por la ropa de otro, y nos tomábamos una tregua.
Los pibes de otros barrios enterados de las guerras nuestras, empezaron a atacarnos. Pero los hijos de puta se venían de a muchos, así que nos aliamos en contra de los Ocquard, los Días, los López, los Carranza, los... que los parió, algunos eran indios en serio. Y se venían con todo, no había ¡Pa! Que valiera, flechas con clavos en la punta, lanzas con cuchillos, boleadoras con piedras.... se habían ido al carajo, eso ya no era joda y cada vez se reforzaban más los dos bandos. Hasta que un día terminamos todos en cana y se terminó la guerra.
Pero las alianzas que habíamos hecho, habían engrosado nuestro parque de amigos y la Avenida Roca dejó de ser una frontera.
Limpiábamos algún baldío y allí nos dedicábamos al Karate de Bruce Lee y a Titanes en el Ring, fútbol y túneles donde nos metíamos a contar boludeces y a fumar nuestros primeros cigarros. Con los túneles se prendieron las mujeres, Marisa, Viviana, Betina, Norma, Adriana..... ya venían a limpiar, o se les daba por cocinar y terminaron siendo las dueñas. Y cuando nos empezaron a cagar a pedo por cualquier cosa, tomamos otros rumbos.
Solíamos ir a lo del Nino Ignasi a jugar al fútbol, pero el Nino, cuando perdía, se calentaba y empezaba un partido de nuevo.
---Vo pa ya y vo pa ya y dale boludo.
Tenía un charré que todavía lo usaban, con las ruedas altas. Algunos se subían y otros tiraban de las varas, pero el chiste era soltarlas cuando los de arriba estaban distraídos, y quedaba el desparramo y las puteadas. Sacábamos las gomeras y los rifles de aire comprimido y nos sacudíamos, ponga y deje hasta la noche.
En invierno, cuando oscurece temprano, salíamos a cazar gatos con los perros y a robarle granadas al viejo Escoto.
En esas correrías conocí al Cochengo Joselito Moratelli. Él me enseño a cazar palomas con la trampa del hilo y el cajón sostenido con un palito. Ni bien salía el sol había que estar, porque es cuando las tipas están con hambre. De paso hacíamos cagar algún gato del loco Almendra.
Al loco le gustaban las palomas mensajeras y un chico de nuestra edad, que había venido de las chacras a vivir a la escuela once, se las vendía. El loco se las llevaba a la casa y las soltaba. Por supuesto, las palomas se le iban, y vuelta a comprar más. ¿Quién sino Luisito Bernardi puede haber tenido la habilidad para venderle varias veces la misma paloma?
Con estas incorporaciones éramos una banda.
Cuando había llovido, con las bicis preparadas, es decir, sin guardabarros y frenos, porque se usaba frenar con la zapatilla.... arrancábamos para el charco del barrio Manosalva. Nos poníamos la ropa al revés y jugábamos a la mancha en medio del barro. Quedábamos como monos. Después nos lavábamos un poco la cara y las manos, nos poníamos la ropa con lo sucio para adentro, y cuando llegábamos a la casa pasábamos derecho a bañarnos.
Solíamos ir a pescar a la laguna de Gundín, que se conectaba con el Río grande en la chacra del Chivo Abad.
Allá comíamos un asadito y pasábamos el día, la mayoría de las veces los viejos ni se enteraban.
A la siesta en verano, nos juntábamos en la estación de servicios YPF, donde a, Néstor Tucutucu Lamas le hacían cubrir el turno y después nos íbamos con él al canal principal o al río.
Le decían Tucutucu porque se había hecho el canchero con uno de esos animalitos y casi perdió un dedo. Resulta que en época de secundaria, la novia, había llevado un tucutucu, para estudiarlo en la clase de naturales o biología. En el momento que intentaban sacarlo de la caja, apareció Nestor.... apoyado en el marco de la puerta, patita cruzada apoyada con la punta del pié, camisa desprendida, por donde asomaban cinco pelos amarillos del pecho, mentón para arriba, sonrisa sobradora y...
---¿Adonde está el tucutucu? –Dijo, ofreciéndose a sacarlo de la caja, como si para el fuera cuestión de todos los días-
Abriéndose paso entre los alumnos que rodeaban la caja, metió la mano como para manotear un gatito.
Pegó un grito y salió el tucutucu prendido de los dedos del comedido, que al sacar la mano con tanta violencia, se desprendió el animalito estampándose en el techo para caer muerto a los pies, donde recibió una suculenta puteada del gallego Lamas, que sería apodado Tucutucu por mucho tiempo.
De vez en cuando hacíamos un “asalto”, así le decían a la reunión donde comíamos algo y bailábamos con el Winco.
La mayor parte del tiempo sueltos, pero casi al final de la noche venían los lentos. Aprovechábamos para declarar nuestro amor a la chica que nos quitaba el sueño y si cuadraba apretábamos un poco.
Yo me encargaba del chupi y la de Smugler no faltaba. Ocasionalmente se mamaba alguno. En una oportunidad la mamá del Petiso Machado, nos repartía después de la fiesta en un 128 amarillo. El Pechuga García bastante chupado, se había ubicado en el medio del asiento de atrás y aprovechando el espacio medio tirado hacia delante. Cuando la vieja preguntó..
---¿Pechuga, estás descompuesto?.
---Nup –respondió pechuga, con los dientes apretados, los ojos vidriosos y saltones, y la boca llena de saliva.
Al poco rato después de una frenada, la vieja insistió.
--¿Estás descompuesto pechuga?...
---Nnnnuaaaagglallllggjfhddhsss. –El degenerado soltó los chanchos en el auto lleno de gente y buscando la salida, le abría para todos lados, así que no quedo nadie ileso.
Las puteadas del momento dieron paso a la risa y no nos olvidaríamos nunca del.....
---¿Estás descompuesto pechuga?
Capitulo IX: LA PRIMARIA.
De mi escuela primaria puedo contar dos etapas. La primera en La Comercial, que funcionaba atrás de la Municipalidad y donde luego fue la biblioteca pública curse mi primer grado.
En mi primer día de clases, llovía bastante y papá nos llevó a Roberto y a mí. Se despidió con un beso y me dijo...
-- Pórtate bien.
Una señora gordita nos dijo que seria nuestra maestra y que nos ubicáramos donde quisiéramos. Con Roberto rumbeamos para el fondo y nos acomodamos en uno de esos bancos doble de madera que estaban unidos al pupitre.
La primer tarea, como para romper el hielo...
-- Dibujen una casita. - Dijo con voz de maestra antigua la gordita.-
Yo no tenía ni idea. Mis viejos ya me enseñaban algunos números y cuentas, pero de arte ni hablar. Sin embargo tenia a Roberto, que de números no sabía, pero en pocos minutos había dibujado una hermosa casa con líneas rectas, porque usó su impecable regla nueva, con caminito de acceso y la chimenea de la que salía el humo, dando la sensación que estaba habitada y todo. Yo me quedé‚ impresionado. No podía ni siquiera, intentar copiarla, nunca sería igual. Roberto, seguro, viendo mi cara de estúpido, dijo...
-- Traé‚ para acá.
Manoteo mi cuaderno y otra casita igual, comenzó a tomar forma. En ese momento supimos que la deuda se pagaría con la llegada de los números.
Ese fue nuestro primer: Muy Bien (10) diez. ¡¡¡Felicitado!!!, que mostré orgulloso en casa y mi vieja se enteraría, que esa casa no la hice yo, cuando lea este libro. Está bien que lo sepa, pasaron treinta y tres años y ya no me importa demasiado. No creo que sea lo correcto, sentirse orgulloso de algo que no hicimos.
Los recreos eran agotadores, el juego de la liebre, consistía en que alguien oficiara de liebre y el resto la perrada. El perro que la atrapaba se convertía, y la liebre pasaba a ser perro y así no parábamos de correr. Valía todo el patio incluso por entre las maestras que más de una vez quedaron en el suelo pisoteadas por la perrada. De los guardapolvos ni acordarse.
--Nene, ¿qué haces en la escuela?.-Preguntaba mi vieja cuando intentaba juntar las hilachas del blanco y almidonado.-
También jugábamos a policías y ladrones, algo parecido a la Liebre, con la diferencia que había dos bandos, más o menos iguales y cuando te metían preso, los demás debían intentar sacarte. Casi siempre terminábamos a las patadas.
Con Roberto nos metíamos a ladrones, para cagarlo a piñas al Chicato Crespo, que era el hijo de un milico que nos corría hasta la casa, cuando nos veía atorranteando en el pueblo.
De los varones me acuerdo de Oscar Villanova, Patricio Mellado, Melchor Martínez, un Pastor y un Otero. De las chicas Leticia Zanne, Marisa Llorente, Alicia Becerra...
En esa escuela llegué‚ hasta tercer grado y lo tuve de maestro al negro Díaz. Con el Negro el que se portaba mal, pagaba el asado para todo el grado. Y en esas reuniones él tocaba la guitarra, acompañaba al que se animara a cantar alguna última de Palito Ortega, Sandro, Leo Dan, y otros. Nunca faltó la foto, que, con mucho oportunismo, el negro tomaba para el recuerdo.
Era común verlo, con la cámara colgando del hombro. Sin el guardapolvo, mostraba su estilo demasiado informal, en verano, remera afuera, bermudas y hojotas gastadas desparejas, siguiendo la curva de sus piernas chuecas; el invierno lo encontraba envuelto en una larga y colorida bufanda con flecos; su andar desparramado lo hacia disimular las oportunidades en que el codo se le enpinaba demasiado. Según decían, el negro empedo te saca mejores fotos. Se ponía de gauchito... Despojado de sus escasos pudores, no tenia problemas en treparse al altar de la Iglesia, para encontrar una óptica diferente de la pareja de novios. Más que un fotógrafo, se contrataba el show del negro.
Personajes de pueblo... Cuantos cuentos se inspiran en la realidad y que muchas veces, por ser común, no le damos la oportunidad de ser graciosos y nos fastidian, cuando deberían ser motivos de risa.
La segunda, cuando pasé a cuarto grado, me mandaron al colegio de los curas, porque debía terminarse la joda y allí sí que me pondrían en vereda.
El cambio fue muy grande, el colegio no era mixto y entre hombres el trato fue realmente distinto, como si dejara de ser el niño tal, para ser el Sr. Tal.
Entre internos que vivían en el mismo colegio y los externos que se retiraban al mediodía a comer a sus casas y volvían a las horas de deporte y estudios hasta las dieciocho; estábamos los medio pupilos que almorzábamos en el colegio.
La Nena Zavala se debatía entre la caricia y el cuaderno, donde, si no cumplías las reglas, te anotaba para que el cura Zatti te hiciera entender, que era un colegio democrático, siempre y cuando, se hiciera solo lo que él decía. Entre los métodos que utilizo, me acuerdo haber sufrido, las vueltas corriendo alrededor del colegio, con la amenaza de una varilla de tamarisco, si el paso se consideraba lento, limpié‚ tantos vidrios como nunca lo hice en toda mi vida, pasé el lampazo hasta dejar brillosas las eternas galerías del claustro, escarbé y arranque tamariscos hasta perder la cuenta de las ampollas, que la pala y el hacha se encargaron de sacarme y también pele pollos que se criaban en el colegio. No siempre me contaban entre los anotados pero tampoco me consideraba un timorato. Del cuaderno no safabas, tarde o temprano te pescaba la Nena y con todo el dolor del alma te anotaba sabiendo que te mandaba al matadero. Pero lo peor no consistía en el castigo sino que el horario para ejecutarlo te impedía jugar al fútbol antes de la hora de estudios. Dos horas en que nos disputábamos diariamente el triunfo entre cuarto y quinto; ocupábamos la primer cancha, a continuación y paralela la de sexto y séptimo y así hasta la de los grandes (quinto, sexto y séptimo de secundaria) cruzando el tamariscal.
Por primera vez en mi vida, pude ver como un equipo de riego por aspersión, resultaba en beneficio de las uvas, que detrás de una pared de hielo, soportaban las temperaturas dañinas, manteniéndose en cero, hasta que el calor del sol, gota a gota, desenvolvía el racimo que ya tomaba color.
Nos paseaban por entre las hileras de las vides, que con mucha paciencia, Jorge Furlan nos enseñara a podar.
Y la época de la vendimia llegaba como una bendición, dorados racimos se desprendían de las plantas, a través de cientos de manos como las mías, que con orgullo mostraban los vales de tambores llenados, que serían canjeados en el quiosco del colegio, por algún cuaderno, juego de lápices o alguna golosina.
Como se quiere diferente, el fruto del esfuerzo compartido, el fin último que persigue el trabajo, el cuidado de la vid, la molienda, el mosto, el tiempo, la bodega y el vino.
Ese vino, que yo no sabía si era bueno o malo, pero era nuestro y se llamaba Patagonia.
Esos eran buenos tiempos, que me van a contar los que hoy se enorgullecen de la matricula del colegio y no se dan cuenta que si la tienen, no es por merito propio, sino por la masacre que hicieron los gobiernos con la escuela pública. Si Zatti y Pecoraro, volvieran al colegio, a más de uno le meterían una zapatería en el trasero. Cambia todo cambia... hoy da lo mismo un burro que un gran profesor.
Nunca voy a entender porque la Iglesia no practica, lo que predica con tanto recelo. Se premia al incapaz y desanima al hacedor. Cuan triste sería la agonía de Pecoraro, sabiendo que otro cura, remataba las camas, mesas de luz, armarios y colchones, para depositar en un plazo fijo, el sacrificio, la garra y el coraje, de aquel cura, que demostró tener pantalones debajo de la sotana; y la esperanza de los que aprendimos, a fuerza de cuaderno y tirones de patilla, cuantos pares eran tres botas.
La sana competencia nos obligaba a estudiar y a comportarnos, para llegar a fin de mes con una mención de honor, un papelito impreso en azul y con la imagen de Don Bosco, un tintero, la pluma y el libro; y servía para arrancarle una sonrisa y una caricia a la vieja, que cada mañana me despedía en la vereda de mi casa, mientras me veía alejarme cansinamente, en mi briosa Aurorita.
--¡¡¡Pórtate bien y andá por la orilla!!!. -Repitió cada día de los cinco años que me mandó a ese colegio- Quinto grado, maestro Silva, flaco con fama de malo, que supo ganarse a reglazos en las nalgas, que nos recordara mal a su madre.
En sexto lo teníamos al Bebe Morales que junto con los buenos días aclaraba su garganta esputando por la ventana, hasta que el tejido mosquitero le jugó una mala pasada. El Teacher Rodrigues en Lenguaje, decía.
---¡¡Hablan... Hablan!! ¿Quién les dijo que hablen?...-mientras nos indicaba cual era el sujeto y el predicado-
En séptimo otro Zavala, hermano de la Nena, y la Sra. Debbaut, se intercalaban las matemáticas y la lengua.
El deporte formaba parte importante en nuestra vida, además del fútbol, el Cholo Fons nos enseñaba algunas destrezas que mostrábamos en la fiesta de fin de año. Aún hoy escucho la marcha del deporte y me llena el pecho un soberbio ideal... vencer y vencer.
Diariamente, con el último bocado del almuerzo, repartíamos algunos para cada lado y tirando la pelota para arriba, dábamos comienzo al partido.
Que satisfacción tan grande, ser parte del equipo de fútbol seleccionado del colegio, que orgullo tan hermoso representar la institución y si además, estabas en el equipo de destreza, la hacías completa.
Tuve ese privilegio desde cuarto grado, hasta que terminé‚ la primaria.
Otra hora imborrable en mi memoria, será la del almuerzo en el colegio. Casi sin pensarlo allí estábamos siempre los mismos, Ignacio Gonzáles Codoni, Norberto Castro Ares, Daniel Belloso y yo. Choele ganaba siempre, tres a uno, pero nunca hubo necesidad de irnos a las manos, teníamos otro nivel de discusión, éramos como adultos.
Un día cada uno limpiábamos la mesa y servíamos al resto, hemos compartido e intercambiado desde un trozo de pan, a una milanesa de guanaco que el cura había cazado con los grandes. Es triste ver al colegio tan deteriorado, baños destruidos, espacios abandonados y hombres con ganas, colmados de impotencia, luchando desde un espacio cada ves más reducido de poder. No seria justo no reconocer la tarea de quien como un quijote, a cargado en sus hombros la responsabilidad de mantener intacto, al menos el nombre del Sagrado Corazón, en contra de mezquinos intereses, puramente económicos de los que pasaron después de Pecoraro. Querido maestro y amigo Jorge Furlan, ojalá pudiera decirte en un cogollo, simplemente... gracias...
De mi escuela primaria puedo contar dos etapas. La primera en La Comercial, que funcionaba atrás de la Municipalidad y donde luego fue la biblioteca pública curse mi primer grado.
En mi primer día de clases, llovía bastante y papá nos llevó a Roberto y a mí. Se despidió con un beso y me dijo...
-- Pórtate bien.
Una señora gordita nos dijo que seria nuestra maestra y que nos ubicáramos donde quisiéramos. Con Roberto rumbeamos para el fondo y nos acomodamos en uno de esos bancos doble de madera que estaban unidos al pupitre.
La primer tarea, como para romper el hielo...
-- Dibujen una casita. - Dijo con voz de maestra antigua la gordita.-
Yo no tenía ni idea. Mis viejos ya me enseñaban algunos números y cuentas, pero de arte ni hablar. Sin embargo tenia a Roberto, que de números no sabía, pero en pocos minutos había dibujado una hermosa casa con líneas rectas, porque usó su impecable regla nueva, con caminito de acceso y la chimenea de la que salía el humo, dando la sensación que estaba habitada y todo. Yo me quedé‚ impresionado. No podía ni siquiera, intentar copiarla, nunca sería igual. Roberto, seguro, viendo mi cara de estúpido, dijo...
-- Traé‚ para acá.
Manoteo mi cuaderno y otra casita igual, comenzó a tomar forma. En ese momento supimos que la deuda se pagaría con la llegada de los números.
Ese fue nuestro primer: Muy Bien (10) diez. ¡¡¡Felicitado!!!, que mostré orgulloso en casa y mi vieja se enteraría, que esa casa no la hice yo, cuando lea este libro. Está bien que lo sepa, pasaron treinta y tres años y ya no me importa demasiado. No creo que sea lo correcto, sentirse orgulloso de algo que no hicimos.
Los recreos eran agotadores, el juego de la liebre, consistía en que alguien oficiara de liebre y el resto la perrada. El perro que la atrapaba se convertía, y la liebre pasaba a ser perro y así no parábamos de correr. Valía todo el patio incluso por entre las maestras que más de una vez quedaron en el suelo pisoteadas por la perrada. De los guardapolvos ni acordarse.
--Nene, ¿qué haces en la escuela?.-Preguntaba mi vieja cuando intentaba juntar las hilachas del blanco y almidonado.-
También jugábamos a policías y ladrones, algo parecido a la Liebre, con la diferencia que había dos bandos, más o menos iguales y cuando te metían preso, los demás debían intentar sacarte. Casi siempre terminábamos a las patadas.
Con Roberto nos metíamos a ladrones, para cagarlo a piñas al Chicato Crespo, que era el hijo de un milico que nos corría hasta la casa, cuando nos veía atorranteando en el pueblo.
De los varones me acuerdo de Oscar Villanova, Patricio Mellado, Melchor Martínez, un Pastor y un Otero. De las chicas Leticia Zanne, Marisa Llorente, Alicia Becerra...
En esa escuela llegué‚ hasta tercer grado y lo tuve de maestro al negro Díaz. Con el Negro el que se portaba mal, pagaba el asado para todo el grado. Y en esas reuniones él tocaba la guitarra, acompañaba al que se animara a cantar alguna última de Palito Ortega, Sandro, Leo Dan, y otros. Nunca faltó la foto, que, con mucho oportunismo, el negro tomaba para el recuerdo.
Era común verlo, con la cámara colgando del hombro. Sin el guardapolvo, mostraba su estilo demasiado informal, en verano, remera afuera, bermudas y hojotas gastadas desparejas, siguiendo la curva de sus piernas chuecas; el invierno lo encontraba envuelto en una larga y colorida bufanda con flecos; su andar desparramado lo hacia disimular las oportunidades en que el codo se le enpinaba demasiado. Según decían, el negro empedo te saca mejores fotos. Se ponía de gauchito... Despojado de sus escasos pudores, no tenia problemas en treparse al altar de la Iglesia, para encontrar una óptica diferente de la pareja de novios. Más que un fotógrafo, se contrataba el show del negro.
Personajes de pueblo... Cuantos cuentos se inspiran en la realidad y que muchas veces, por ser común, no le damos la oportunidad de ser graciosos y nos fastidian, cuando deberían ser motivos de risa.
La segunda, cuando pasé a cuarto grado, me mandaron al colegio de los curas, porque debía terminarse la joda y allí sí que me pondrían en vereda.
El cambio fue muy grande, el colegio no era mixto y entre hombres el trato fue realmente distinto, como si dejara de ser el niño tal, para ser el Sr. Tal.
Entre internos que vivían en el mismo colegio y los externos que se retiraban al mediodía a comer a sus casas y volvían a las horas de deporte y estudios hasta las dieciocho; estábamos los medio pupilos que almorzábamos en el colegio.
La Nena Zavala se debatía entre la caricia y el cuaderno, donde, si no cumplías las reglas, te anotaba para que el cura Zatti te hiciera entender, que era un colegio democrático, siempre y cuando, se hiciera solo lo que él decía. Entre los métodos que utilizo, me acuerdo haber sufrido, las vueltas corriendo alrededor del colegio, con la amenaza de una varilla de tamarisco, si el paso se consideraba lento, limpié‚ tantos vidrios como nunca lo hice en toda mi vida, pasé el lampazo hasta dejar brillosas las eternas galerías del claustro, escarbé y arranque tamariscos hasta perder la cuenta de las ampollas, que la pala y el hacha se encargaron de sacarme y también pele pollos que se criaban en el colegio. No siempre me contaban entre los anotados pero tampoco me consideraba un timorato. Del cuaderno no safabas, tarde o temprano te pescaba la Nena y con todo el dolor del alma te anotaba sabiendo que te mandaba al matadero. Pero lo peor no consistía en el castigo sino que el horario para ejecutarlo te impedía jugar al fútbol antes de la hora de estudios. Dos horas en que nos disputábamos diariamente el triunfo entre cuarto y quinto; ocupábamos la primer cancha, a continuación y paralela la de sexto y séptimo y así hasta la de los grandes (quinto, sexto y séptimo de secundaria) cruzando el tamariscal.
Por primera vez en mi vida, pude ver como un equipo de riego por aspersión, resultaba en beneficio de las uvas, que detrás de una pared de hielo, soportaban las temperaturas dañinas, manteniéndose en cero, hasta que el calor del sol, gota a gota, desenvolvía el racimo que ya tomaba color.
Nos paseaban por entre las hileras de las vides, que con mucha paciencia, Jorge Furlan nos enseñara a podar.
Y la época de la vendimia llegaba como una bendición, dorados racimos se desprendían de las plantas, a través de cientos de manos como las mías, que con orgullo mostraban los vales de tambores llenados, que serían canjeados en el quiosco del colegio, por algún cuaderno, juego de lápices o alguna golosina.
Como se quiere diferente, el fruto del esfuerzo compartido, el fin último que persigue el trabajo, el cuidado de la vid, la molienda, el mosto, el tiempo, la bodega y el vino.
Ese vino, que yo no sabía si era bueno o malo, pero era nuestro y se llamaba Patagonia.
Esos eran buenos tiempos, que me van a contar los que hoy se enorgullecen de la matricula del colegio y no se dan cuenta que si la tienen, no es por merito propio, sino por la masacre que hicieron los gobiernos con la escuela pública. Si Zatti y Pecoraro, volvieran al colegio, a más de uno le meterían una zapatería en el trasero. Cambia todo cambia... hoy da lo mismo un burro que un gran profesor.
Nunca voy a entender porque la Iglesia no practica, lo que predica con tanto recelo. Se premia al incapaz y desanima al hacedor. Cuan triste sería la agonía de Pecoraro, sabiendo que otro cura, remataba las camas, mesas de luz, armarios y colchones, para depositar en un plazo fijo, el sacrificio, la garra y el coraje, de aquel cura, que demostró tener pantalones debajo de la sotana; y la esperanza de los que aprendimos, a fuerza de cuaderno y tirones de patilla, cuantos pares eran tres botas.
La sana competencia nos obligaba a estudiar y a comportarnos, para llegar a fin de mes con una mención de honor, un papelito impreso en azul y con la imagen de Don Bosco, un tintero, la pluma y el libro; y servía para arrancarle una sonrisa y una caricia a la vieja, que cada mañana me despedía en la vereda de mi casa, mientras me veía alejarme cansinamente, en mi briosa Aurorita.
--¡¡¡Pórtate bien y andá por la orilla!!!. -Repitió cada día de los cinco años que me mandó a ese colegio- Quinto grado, maestro Silva, flaco con fama de malo, que supo ganarse a reglazos en las nalgas, que nos recordara mal a su madre.
En sexto lo teníamos al Bebe Morales que junto con los buenos días aclaraba su garganta esputando por la ventana, hasta que el tejido mosquitero le jugó una mala pasada. El Teacher Rodrigues en Lenguaje, decía.
---¡¡Hablan... Hablan!! ¿Quién les dijo que hablen?...-mientras nos indicaba cual era el sujeto y el predicado-
En séptimo otro Zavala, hermano de la Nena, y la Sra. Debbaut, se intercalaban las matemáticas y la lengua.
El deporte formaba parte importante en nuestra vida, además del fútbol, el Cholo Fons nos enseñaba algunas destrezas que mostrábamos en la fiesta de fin de año. Aún hoy escucho la marcha del deporte y me llena el pecho un soberbio ideal... vencer y vencer.
Diariamente, con el último bocado del almuerzo, repartíamos algunos para cada lado y tirando la pelota para arriba, dábamos comienzo al partido.
Que satisfacción tan grande, ser parte del equipo de fútbol seleccionado del colegio, que orgullo tan hermoso representar la institución y si además, estabas en el equipo de destreza, la hacías completa.
Tuve ese privilegio desde cuarto grado, hasta que terminé‚ la primaria.
Otra hora imborrable en mi memoria, será la del almuerzo en el colegio. Casi sin pensarlo allí estábamos siempre los mismos, Ignacio Gonzáles Codoni, Norberto Castro Ares, Daniel Belloso y yo. Choele ganaba siempre, tres a uno, pero nunca hubo necesidad de irnos a las manos, teníamos otro nivel de discusión, éramos como adultos.
Un día cada uno limpiábamos la mesa y servíamos al resto, hemos compartido e intercambiado desde un trozo de pan, a una milanesa de guanaco que el cura había cazado con los grandes. Es triste ver al colegio tan deteriorado, baños destruidos, espacios abandonados y hombres con ganas, colmados de impotencia, luchando desde un espacio cada ves más reducido de poder. No seria justo no reconocer la tarea de quien como un quijote, a cargado en sus hombros la responsabilidad de mantener intacto, al menos el nombre del Sagrado Corazón, en contra de mezquinos intereses, puramente económicos de los que pasaron después de Pecoraro. Querido maestro y amigo Jorge Furlan, ojalá pudiera decirte en un cogollo, simplemente... gracias...
Capitulo VIII: MI MASCOTA.
Como escribo sin plan y a medida que los recuerdos vienen, me detengo en uno que ha quedado presente en mi memoria con una clara persistencia.
Estoy convencido que la mayoría de los cuentos fantásticos, tienen una parte real, después la habilidad y la imaginación del narrador, completan el entorno de ficción.
Mamá tubo siempre por costumbre aprovechar los últimos usos de la ropa que ya no nos quedaba, vistiendo algún chico que reuniera la condición de humilde y trabajador. Esta condición no quitaba lo agradecido, honrado y respetuoso de su deuda, aunque lo recibido no esperara recompensa.
En una oportunidad, uno de ellos, le obsequió un pollito BB, de los camperos de la época.
---Esto le manda la mamá. Y dice que muchas gracias. -dijo tímidamente el gauchito de unos diez años-
---Pero... Decile que no se hubiera molestado, y que si necesita algo, que te mande nomás.
Cuando el chico pegó la vuelta, quedo mi vieja mirando la cajita donde tiernamente piaba el pollito.
--¿Y ahora que hago con esto?.. -Pensó en voz alta-
--Yo lo cuido mami, dámelo. -Extendí los brazos para recibir en una caja de zapatos, mi primera mascota.-
Claro, como era el único ejemplar de la especie, no justificaba la construcción de un habitáculo especial. Una jaula de lechuga sirvió algún tiempo, hasta que se empezó a salir y no era grato encontrar, esparcidos en la cocina, los desechos del pollo.
A modo de solución inmediata, invertí el envase de madera, convirtiéndolo en una perfecta jaula, para contener al animal feroz, en que se estaba convirtiendo paulatinamente, mi tierna mascota.
El crecimiento natural, primero, obligaba al ave a bajar el cuello, luego, con su lomo levantaba el cajón; era común ver el compartimiento con patas de pollo, recorrer la cocina y encontrarlo donde no lo habíamos dejado.
Ante las quejas de la familia, resolví cambiar de hábitat a mi animalito.
Con un collar para perro y unos cuantos metros de cadena, me las ingenié‚ para acomodarlo al palo del tendal de ropa, en el fondo del patio.
Como recuerdo de los tiempos en la jaula de lechuga, conservó la cabeza, el cuello y el lomo, en una misma línea horizontal. Mostraba ya una apariencia feroz. Atado a la cadena, con el collar enroscado en una de sus patas, y su cuello estirado hacia adelante en amenazante postura, en mi imaginación de niño, representaba un perfecto dragón de la edad media, al que alimentaba como a un perro, con las sobras de la cocina.
Después de un tiempo, note que la pata atada, se destacaba con una mayor musculatura. Deduje acertadamente, que se debía al esfuerzo que realizaba, para arrastrar la cadena, hoy me doy cuenta, que si le hubiera alternado a la otra cada tanto, la deformación no hubiera sido tan notable.
A veces lo soltaba para jugar con él.
Le ordenaba y él se echaba, me daba la pata o me traía algún palito en el pico.
Más de un perro huyo despavorido cuando a la orden de...
---¡¡¡Ataque Rex!!!
Erizaba las plumas de su cuello, agazapándose, abría las alas y encaraba.
Daba risa ver algunos canes, con la cola entre las patas, perderse en la polvareda.
---Tranquilo Rex. -Le ordenaba suavemente y como un felino ronroneaba a mis pies.-
Allí estaba, pollificado, un verdadero Jorobado de Notre Dame, un gladiador romano, con su cuello encogido, la columna vertebral, ligeramente torcida por el cajón de lechuga, y la gran pata, que no podía coordinar, cuando sin el peso de la cadena, salía disparada hacia adelante.
Caminaba patojamente. La cadena le impedía correr.
Continuó su metamorfosis hasta ser un tremendo gallo bataráz.
Nunca pensé‚ que tener una mascota de este tipo me acarrearía tantos inconvenientes.
Debería atribuirle al modo de alimentación y trato, el magnifico exponente de la especie, en que se había convertido mi mascota.
A pesar de su eterna soledad, los naturales instintos sexuales, despertaron una tremenda fuerza acumulada, en tanto tiempo de claustro y trabajo forzado.
El patio se cerraba con un paredón de ladrillos, algo carcomidos por el salitre, en las primeras ocho o diez filas.
Del otro lado, en el fondo de la casa de Félix Pérez y Dn. Emiliano Candela, en un concurrido y variado gallinero, rompía el silencio de las madrugadas, el caudillo masculino, que era orgullo de la raza y de su dueño. A la hora de la siesta, cacareaban las gallinas que habían puesto algún huevo.
Todo este concierto excitaba sobremanera a mi "Gallinosaurio Rex", hasta que un día, un tremendo tirón impartido a la cadena, hizo ceder algún eslabón, y una vez liberado, encaró ciegamente el derruido paredón; en una nube de polvo, arrastrando varios ladrillos, cruzó el único obstáculo hasta el gallinero de mis vecinos.
Lograda la invasión territorial, se dispuso a destruir las fuerzas enemigas, encabezadas por un esbelto y seductor cantor del amanecer, quien, en sangrienta lucha cuerpo a cuerpo, perdió la vida en alas de mi mascota.
Afianzado su dominio, se dispuso a someter a todo tipo de vejaciones a las pobladoras femeninas del gallinero, causando el exterminio de varias de ellas y la mutilación de otras tantas.
Fue imposible para mis vecinos detener tanta locura desatada, tanta sangre derramada y la impotencia de saber, que no acabaría el desastre, sin mediar alguna ejecución.
Ante este panorama aterrador, Félix, corrió hasta la carnicera, para que mi viejo tomara cartas en el asunto.
Sin saber como disculparse de la tragedia y con la bronca por haber tenido que abandonar su trabajo, para ocuparse de mi gallo, mi viejo se encaminó al gallinero con toda la intención de terminar con la vida de mi mascota.
Enterado a tiempo de las intenciones de mi viejo, me colgué‚ de sus pantalones abogando por extender los días de mi animal, aunque fuera en el exilio.
En medio del corral, rodeado de heridos y una leve cortina de tierra... se recortaba la siniestra figura de Rex. El pico entreabierto, con un hilo de sangre y espuma corriendo por la comisura, los ojos rojos de insania y ebrio de violencia y degradación. Como expectante, no se movió, mientras con las manos temblorosas, con un nuevo tramo de cadena, sujeté al jorobado una vez más al poste del tendal, hasta gestionar asilo en la chacra de la tía Negra.
Atendiendo a mis súplicas, no le pudo negar refugio a la bestia.
No lo volví a ver. Con el tiempo supe que, en poco rato, se había convertido en el Atila de la zona, hasta terminar, después de varios años, en algún escabeche que diestramente preparó mi tía.
Como escribo sin plan y a medida que los recuerdos vienen, me detengo en uno que ha quedado presente en mi memoria con una clara persistencia.
Estoy convencido que la mayoría de los cuentos fantásticos, tienen una parte real, después la habilidad y la imaginación del narrador, completan el entorno de ficción.
Mamá tubo siempre por costumbre aprovechar los últimos usos de la ropa que ya no nos quedaba, vistiendo algún chico que reuniera la condición de humilde y trabajador. Esta condición no quitaba lo agradecido, honrado y respetuoso de su deuda, aunque lo recibido no esperara recompensa.
En una oportunidad, uno de ellos, le obsequió un pollito BB, de los camperos de la época.
---Esto le manda la mamá. Y dice que muchas gracias. -dijo tímidamente el gauchito de unos diez años-
---Pero... Decile que no se hubiera molestado, y que si necesita algo, que te mande nomás.
Cuando el chico pegó la vuelta, quedo mi vieja mirando la cajita donde tiernamente piaba el pollito.
--¿Y ahora que hago con esto?.. -Pensó en voz alta-
--Yo lo cuido mami, dámelo. -Extendí los brazos para recibir en una caja de zapatos, mi primera mascota.-
Claro, como era el único ejemplar de la especie, no justificaba la construcción de un habitáculo especial. Una jaula de lechuga sirvió algún tiempo, hasta que se empezó a salir y no era grato encontrar, esparcidos en la cocina, los desechos del pollo.
A modo de solución inmediata, invertí el envase de madera, convirtiéndolo en una perfecta jaula, para contener al animal feroz, en que se estaba convirtiendo paulatinamente, mi tierna mascota.
El crecimiento natural, primero, obligaba al ave a bajar el cuello, luego, con su lomo levantaba el cajón; era común ver el compartimiento con patas de pollo, recorrer la cocina y encontrarlo donde no lo habíamos dejado.
Ante las quejas de la familia, resolví cambiar de hábitat a mi animalito.
Con un collar para perro y unos cuantos metros de cadena, me las ingenié‚ para acomodarlo al palo del tendal de ropa, en el fondo del patio.
Como recuerdo de los tiempos en la jaula de lechuga, conservó la cabeza, el cuello y el lomo, en una misma línea horizontal. Mostraba ya una apariencia feroz. Atado a la cadena, con el collar enroscado en una de sus patas, y su cuello estirado hacia adelante en amenazante postura, en mi imaginación de niño, representaba un perfecto dragón de la edad media, al que alimentaba como a un perro, con las sobras de la cocina.
Después de un tiempo, note que la pata atada, se destacaba con una mayor musculatura. Deduje acertadamente, que se debía al esfuerzo que realizaba, para arrastrar la cadena, hoy me doy cuenta, que si le hubiera alternado a la otra cada tanto, la deformación no hubiera sido tan notable.
A veces lo soltaba para jugar con él.
Le ordenaba y él se echaba, me daba la pata o me traía algún palito en el pico.
Más de un perro huyo despavorido cuando a la orden de...
---¡¡¡Ataque Rex!!!
Erizaba las plumas de su cuello, agazapándose, abría las alas y encaraba.
Daba risa ver algunos canes, con la cola entre las patas, perderse en la polvareda.
---Tranquilo Rex. -Le ordenaba suavemente y como un felino ronroneaba a mis pies.-
Allí estaba, pollificado, un verdadero Jorobado de Notre Dame, un gladiador romano, con su cuello encogido, la columna vertebral, ligeramente torcida por el cajón de lechuga, y la gran pata, que no podía coordinar, cuando sin el peso de la cadena, salía disparada hacia adelante.
Caminaba patojamente. La cadena le impedía correr.
Continuó su metamorfosis hasta ser un tremendo gallo bataráz.
Nunca pensé‚ que tener una mascota de este tipo me acarrearía tantos inconvenientes.
Debería atribuirle al modo de alimentación y trato, el magnifico exponente de la especie, en que se había convertido mi mascota.
A pesar de su eterna soledad, los naturales instintos sexuales, despertaron una tremenda fuerza acumulada, en tanto tiempo de claustro y trabajo forzado.
El patio se cerraba con un paredón de ladrillos, algo carcomidos por el salitre, en las primeras ocho o diez filas.
Del otro lado, en el fondo de la casa de Félix Pérez y Dn. Emiliano Candela, en un concurrido y variado gallinero, rompía el silencio de las madrugadas, el caudillo masculino, que era orgullo de la raza y de su dueño. A la hora de la siesta, cacareaban las gallinas que habían puesto algún huevo.
Todo este concierto excitaba sobremanera a mi "Gallinosaurio Rex", hasta que un día, un tremendo tirón impartido a la cadena, hizo ceder algún eslabón, y una vez liberado, encaró ciegamente el derruido paredón; en una nube de polvo, arrastrando varios ladrillos, cruzó el único obstáculo hasta el gallinero de mis vecinos.
Lograda la invasión territorial, se dispuso a destruir las fuerzas enemigas, encabezadas por un esbelto y seductor cantor del amanecer, quien, en sangrienta lucha cuerpo a cuerpo, perdió la vida en alas de mi mascota.
Afianzado su dominio, se dispuso a someter a todo tipo de vejaciones a las pobladoras femeninas del gallinero, causando el exterminio de varias de ellas y la mutilación de otras tantas.
Fue imposible para mis vecinos detener tanta locura desatada, tanta sangre derramada y la impotencia de saber, que no acabaría el desastre, sin mediar alguna ejecución.
Ante este panorama aterrador, Félix, corrió hasta la carnicera, para que mi viejo tomara cartas en el asunto.
Sin saber como disculparse de la tragedia y con la bronca por haber tenido que abandonar su trabajo, para ocuparse de mi gallo, mi viejo se encaminó al gallinero con toda la intención de terminar con la vida de mi mascota.
Enterado a tiempo de las intenciones de mi viejo, me colgué‚ de sus pantalones abogando por extender los días de mi animal, aunque fuera en el exilio.
En medio del corral, rodeado de heridos y una leve cortina de tierra... se recortaba la siniestra figura de Rex. El pico entreabierto, con un hilo de sangre y espuma corriendo por la comisura, los ojos rojos de insania y ebrio de violencia y degradación. Como expectante, no se movió, mientras con las manos temblorosas, con un nuevo tramo de cadena, sujeté al jorobado una vez más al poste del tendal, hasta gestionar asilo en la chacra de la tía Negra.
Atendiendo a mis súplicas, no le pudo negar refugio a la bestia.
No lo volví a ver. Con el tiempo supe que, en poco rato, se había convertido en el Atila de la zona, hasta terminar, después de varios años, en algún escabeche que diestramente preparó mi tía.
Capitulo VII: JUEGOS DE VIDA
Los espacios donde uno se mueve se agrandan con el tiempo. Lo que nos parece lejano de chicos esta a la vuelta de la esquina, cuando ya somos mayores.
Pegado a mi casa y al fondo vivía Roberto, debe haber sido mi primer amigo porque no era necesario salir a la calle para juntarnos a jugar.
Le encantaba construir casitas con los materiales que tuviera a la mano, desde cajones de frutas hasta los yuyos morenita, que abundaban en los baldíos que rodeaban a casi todas las casas.
Hoy no quedan tantos espacios en blanco alrededor de mi casa.
De un lado ya se había construido la carnicería, del otro, con el tiempo, compro mi viejo y construyo un galpón. Roberto y su familia se fueron a vivir enfrente. Un terreno bastante grande ocupaba media manzana, rodeado de tamariscos que ponían verde a mi viejo porque decía que servían para juntar mugre y le daba un mal aspecto al barrio de la carnicería. La otra media manzana, estaba pelada, salitral del bueno, ni pasto salado venia. Una huella hecha a fuerza de pie y bicicleta la cortaba en diagonal, ya que por allí, cortaban camino los del barrio Manosalva, un caserío que se veía perfectamente desde mi casa, porque no existía ninguna edificación en toda la manzana que sigue. Salvo la casa del Sargento Gonzáles y lo de Arias.
En esa media manzana aterrizaban siempre los parques de diversiones y los circos.
Yo la pegaba, porque mi viejo los dejaba sacar agua de la canilla que estaba frente a la casa y pagaban con las entradas al circo para el nene o los boletos para la calesita. Talonarios completos me daban y encima, como igual andaba gratis, me dejaban sacar la sortija que era una chaveta incrustada en una pera de madera del tamaño de un zapallo Anco y el que atendía la calesita la ofrecía a los que nos colgábamos de los parantes con una mano y con la otra intentábamos adivinar los esquives para poder meter un dedo dentro y quedarnos con la sortija que valía una vuelta gratis.
De temprano en la tarde me subía y cuando ya estaba medio cansado y un poco mareado de dar tantas vueltas, era cuando mejor se ponía, porque a la tardecita, venían los otros pibes con las mamás.
Algunas veces abusaba y lo que debería ser un entretenimiento, se tornaba un martirio, como esa vez, que no aguantaba las ganas de ir al baño y la vuelta no terminaba; probé, como hacemos tantas veces en estos casos, para ver si con dejar escapar un gas, tiramos otro rato. El gas salió acompañado y un calor húmedo empezó a correr por mi pierna, y la calesita no paraba. Juré‚ en ese momento no volver a subir. Me parecía que todos se habían dado cuenta y cuando por fin se detuvo el carrusel, disimuladamente agarre la salida y derechito sin doblar las rodillas camine hasta mi casa sintiendo como me ensuciaba hasta las medias.
Ahí no termina la historia. Como explicaba en casa que por una vueltita más... , que pensé que era un gas...no encontraba justificativo. La mejor explicación es que uno es un boludo, pero tampoco la podes usar. Así que, lo que te queda es hacer de tripas corazón y por lo menos lavar lo que tan negligentemente ensuciaste. A esta altura del relato me imagino caras de asco, pero yo pregunto.... quien no se ha cagado alguna vez.
Después pensaba, que fue desgracia con suerte, porque un rato antes había dado unas vueltas en las sillas voladoras y si me hubiera ocurrido el percance en ese momento, habría sido una verdadera catástrofe.
Mi viejo me llevaba, de cuando en cuando, a carnear algún vacuno. Le ayudaba a encerrar y después desde afuera del corral, observaba como él elegía al más gordo y lo apartaba para despenarlo de un tiro en la cabeza. Rápido con el cuchillo abría un canal en el cogote por donde un río púrpura inundaba el sector. Le pisaba la panza, al ritmo cardíaco, para que se desangrara lo mejor posible.
Yo no me perdía detalle, prendido al alambre del corral con la cara metida entre los hilos, seguía cada paso del trabajo.
Hoy, la televisión ha ocupado el lugar de maestro, que antes ejercía la vida cotidiana. Nuestros juegos se inspiraban en hechos reales y lo que, en menor escala, el cine, generalmente de vaqueros, nos mostraba.
Jugábamos a la casita, que construíamos con el material que encontrábamos a mano. Al doctor, que nos visitaba con tremendas jeringas o simplemente venia a revisar al enfermo y de paso descubríamos algo de nuestras amigas.
En general todos estos juegos representaban de alguna manera la realidad que vivíamos, la tele no intervenía, porque no existió hasta que cumpliera yo los diez años.
Algún circo que visitaba el pueblo, servía de ejemplo para ser malabaristas, domadores, nuestras mascotas se convertían en tigres y leones según fueran gatos o perros, y payasos.
En el baldío de la esquina, rodeado de tamariscos, montábamos nuestra carpa y la entrada se pagaba con algún dulce o la prestada de un juguete o hacer algún mandado por nosotros. Lo que mejor nos salía eran lo payasos, hacíamos malabares, equilibrio y todo lo demás vestidos como payasos, de manera que los errores causaran risa y no burla.
El trabajo de mi viejo, también fue motivo de inspiración para nuestros juegos y alguien hacia las veces de novillo y otro le golpeaba en la cabeza, procedía al degüello y la mecánica de apretar la panza, para mejorar el desangre.
Estábamos un día con Roberto, en el fondo del patio de casa, jugando como lo hacíamos habitualmente, cuando por sobre el paredón asomó un tal Gaviña, que era un poco más grande que nosotros, pero con algunas neuronas menos y bastante agresivo. Era normal tener alguna disputa con él. Bastó una mirada para entendernos con Roberto e invitarlo a Gaviña a participar de nuestro juego siempre y cuando estuviera dispuesto a ocupar el lugar del novillo. Aceptó de buena gana sin sospechar nuestras intenciones. Con algunos cajones dispusimos una manga, por donde en cuatro patas se desplazaba el novillo, recibiendo algunos palos para que avance hacia un extremo, donde procedí a asestarle un buen golpe con el martillo para noquear al novillo. Este cayo enterrando su nariz en la tierra. Desde la ventana de la cocina, mi vieja que seguía la acción con detenimiento, gritó mi nombre, trayéndome de golpe a la realidad de Gaviña, inmóvil en el piso y con la cabeza sangrando, con la velocidad que el miedo te impone, disparé a la calle y recién me detuve en la esquina de Don Beolchi. A media cuadra mi vieja.
--¿Que hiciste Norberto?... -Pregunto mi vieja, como buscando una explicación, a lo que habían visto sus ojos.-
--¿ Lo maté‚ mamá?... -Interrogué‚ con la voz quebrada por el cagazo, que me embargaba de los pies hasta la punta de los pelos-
Por suerte, con un poco de agua fría, reaccionó el desdichado y el tajo en la cabeza dejó de sangrar. Por un tiempo tuvimos que cuidarnos con Roberto, porque cuando se recupero Gaviña, nos amenazó bastante feo.
Los espacios donde uno se mueve se agrandan con el tiempo. Lo que nos parece lejano de chicos esta a la vuelta de la esquina, cuando ya somos mayores.
Pegado a mi casa y al fondo vivía Roberto, debe haber sido mi primer amigo porque no era necesario salir a la calle para juntarnos a jugar.
Le encantaba construir casitas con los materiales que tuviera a la mano, desde cajones de frutas hasta los yuyos morenita, que abundaban en los baldíos que rodeaban a casi todas las casas.
Hoy no quedan tantos espacios en blanco alrededor de mi casa.
De un lado ya se había construido la carnicería, del otro, con el tiempo, compro mi viejo y construyo un galpón. Roberto y su familia se fueron a vivir enfrente. Un terreno bastante grande ocupaba media manzana, rodeado de tamariscos que ponían verde a mi viejo porque decía que servían para juntar mugre y le daba un mal aspecto al barrio de la carnicería. La otra media manzana, estaba pelada, salitral del bueno, ni pasto salado venia. Una huella hecha a fuerza de pie y bicicleta la cortaba en diagonal, ya que por allí, cortaban camino los del barrio Manosalva, un caserío que se veía perfectamente desde mi casa, porque no existía ninguna edificación en toda la manzana que sigue. Salvo la casa del Sargento Gonzáles y lo de Arias.
En esa media manzana aterrizaban siempre los parques de diversiones y los circos.
Yo la pegaba, porque mi viejo los dejaba sacar agua de la canilla que estaba frente a la casa y pagaban con las entradas al circo para el nene o los boletos para la calesita. Talonarios completos me daban y encima, como igual andaba gratis, me dejaban sacar la sortija que era una chaveta incrustada en una pera de madera del tamaño de un zapallo Anco y el que atendía la calesita la ofrecía a los que nos colgábamos de los parantes con una mano y con la otra intentábamos adivinar los esquives para poder meter un dedo dentro y quedarnos con la sortija que valía una vuelta gratis.
De temprano en la tarde me subía y cuando ya estaba medio cansado y un poco mareado de dar tantas vueltas, era cuando mejor se ponía, porque a la tardecita, venían los otros pibes con las mamás.
Algunas veces abusaba y lo que debería ser un entretenimiento, se tornaba un martirio, como esa vez, que no aguantaba las ganas de ir al baño y la vuelta no terminaba; probé, como hacemos tantas veces en estos casos, para ver si con dejar escapar un gas, tiramos otro rato. El gas salió acompañado y un calor húmedo empezó a correr por mi pierna, y la calesita no paraba. Juré‚ en ese momento no volver a subir. Me parecía que todos se habían dado cuenta y cuando por fin se detuvo el carrusel, disimuladamente agarre la salida y derechito sin doblar las rodillas camine hasta mi casa sintiendo como me ensuciaba hasta las medias.
Ahí no termina la historia. Como explicaba en casa que por una vueltita más... , que pensé que era un gas...no encontraba justificativo. La mejor explicación es que uno es un boludo, pero tampoco la podes usar. Así que, lo que te queda es hacer de tripas corazón y por lo menos lavar lo que tan negligentemente ensuciaste. A esta altura del relato me imagino caras de asco, pero yo pregunto.... quien no se ha cagado alguna vez.
Después pensaba, que fue desgracia con suerte, porque un rato antes había dado unas vueltas en las sillas voladoras y si me hubiera ocurrido el percance en ese momento, habría sido una verdadera catástrofe.
Mi viejo me llevaba, de cuando en cuando, a carnear algún vacuno. Le ayudaba a encerrar y después desde afuera del corral, observaba como él elegía al más gordo y lo apartaba para despenarlo de un tiro en la cabeza. Rápido con el cuchillo abría un canal en el cogote por donde un río púrpura inundaba el sector. Le pisaba la panza, al ritmo cardíaco, para que se desangrara lo mejor posible.
Yo no me perdía detalle, prendido al alambre del corral con la cara metida entre los hilos, seguía cada paso del trabajo.
Hoy, la televisión ha ocupado el lugar de maestro, que antes ejercía la vida cotidiana. Nuestros juegos se inspiraban en hechos reales y lo que, en menor escala, el cine, generalmente de vaqueros, nos mostraba.
Jugábamos a la casita, que construíamos con el material que encontrábamos a mano. Al doctor, que nos visitaba con tremendas jeringas o simplemente venia a revisar al enfermo y de paso descubríamos algo de nuestras amigas.
En general todos estos juegos representaban de alguna manera la realidad que vivíamos, la tele no intervenía, porque no existió hasta que cumpliera yo los diez años.
Algún circo que visitaba el pueblo, servía de ejemplo para ser malabaristas, domadores, nuestras mascotas se convertían en tigres y leones según fueran gatos o perros, y payasos.
En el baldío de la esquina, rodeado de tamariscos, montábamos nuestra carpa y la entrada se pagaba con algún dulce o la prestada de un juguete o hacer algún mandado por nosotros. Lo que mejor nos salía eran lo payasos, hacíamos malabares, equilibrio y todo lo demás vestidos como payasos, de manera que los errores causaran risa y no burla.
El trabajo de mi viejo, también fue motivo de inspiración para nuestros juegos y alguien hacia las veces de novillo y otro le golpeaba en la cabeza, procedía al degüello y la mecánica de apretar la panza, para mejorar el desangre.
Estábamos un día con Roberto, en el fondo del patio de casa, jugando como lo hacíamos habitualmente, cuando por sobre el paredón asomó un tal Gaviña, que era un poco más grande que nosotros, pero con algunas neuronas menos y bastante agresivo. Era normal tener alguna disputa con él. Bastó una mirada para entendernos con Roberto e invitarlo a Gaviña a participar de nuestro juego siempre y cuando estuviera dispuesto a ocupar el lugar del novillo. Aceptó de buena gana sin sospechar nuestras intenciones. Con algunos cajones dispusimos una manga, por donde en cuatro patas se desplazaba el novillo, recibiendo algunos palos para que avance hacia un extremo, donde procedí a asestarle un buen golpe con el martillo para noquear al novillo. Este cayo enterrando su nariz en la tierra. Desde la ventana de la cocina, mi vieja que seguía la acción con detenimiento, gritó mi nombre, trayéndome de golpe a la realidad de Gaviña, inmóvil en el piso y con la cabeza sangrando, con la velocidad que el miedo te impone, disparé a la calle y recién me detuve en la esquina de Don Beolchi. A media cuadra mi vieja.
--¿Que hiciste Norberto?... -Pregunto mi vieja, como buscando una explicación, a lo que habían visto sus ojos.-
--¿ Lo maté‚ mamá?... -Interrogué‚ con la voz quebrada por el cagazo, que me embargaba de los pies hasta la punta de los pelos-
Por suerte, con un poco de agua fría, reaccionó el desdichado y el tajo en la cabeza dejó de sangrar. Por un tiempo tuvimos que cuidarnos con Roberto, porque cuando se recupero Gaviña, nos amenazó bastante feo.
Capitulo VI EL SIFON.
Seguramente la niñez de pueblo, es mucho más rica en historias y aventuras, que aquellas de la ciudad.
Los domingos mis viejos y un grupo importante de amigos, tenían por costumbre, ir a pasar el día al Sifón.
Para aquellos que no conocen, El Sifón, es un lugar donde el canal principal de riego, pasa por debajo del brazo sur del río Negro, entrando de esa forma en la isla de Choele Choel, dividiéndose después, en canales menores, hasta terminar en las acequias que riegan gran parte de la zona rural del Valle Medio del Río Negro. Es una obra muy importante, teniendo en cuenta la época en que fue construida.
Del otro lado, al canal se lo devoraba la tierra, para emerger de este lado, como un gran manantial encausado en cemento.
Era muy común ver los peces que intentaban sumergirse en ese torrente y la fuerza del agua los empujaba casi hasta la superficie.
En una pasarela que cruzaba, supongo que con los fines de realizar la limpieza de ramas, los mayores solían pasar horas tirados de panza, con algún arma apuntando la boca del canal, esperando cazar algún pez. Los aturdían y cuando el agua los sacaba a la superficie, con un medio mundo, los levantaban del otro lado de la pasarela, antes que la corriente se los llevara.
Tantas horas al sol, entretenidos con este novedoso sistema de cazar peces, a más de uno como a mi viejo, le costo el pellejo, temperatura y alguna que otra insolación.
A la hora del baño el más osado era el viejo Reverte, nos asombraba tirándose dando vueltas carnero en el aire, en plena correntada.
Para no perdernos el espectáculo, siempre alguno quedaba de guardia.
--¡¡Ahí se tira!! ¡¡Ahí se tira!! -gritaba el centinela-
Salíamos como disparados para no perdernos detalle del espectáculo.
Relojeando nuestros movimientos, más de una vez nos hizo comer algún amague. Corría hasta la orilla del canal, allí se paraba y nos miraba como diciendo... ooossooo...
Otras veces, aprovechaba nuestra distracción, y se tiraba para reírse, de nuestros gestos de desazón, por habernos perdido el triple salto mortal. Con palabras irreproducibles y golpeándonos ambos costados del cuerpo con las palmas de las manos, demostrábamos la bronca.
El viejo Reverte era el gomero del pueblo y siempre llevaba una gigantesca cámara de tractor en la que pasábamos horas jugando en un sector más profundo del río al que solo podíamos ir con los mayores. Para los más chicos el lugar ideal era “el paso”.
Allí el río permitía el paso de vehículos, que iban y venían de la zona de meseta saliendo del valle. Lugar ideal para disfrutar de las aguas claras en familia, comer un buen asadito y dormir una regia siesta a la sombra de frondosos sauces que bordeaban el río.
Un monte de olivos que se encontraba cruzando la huella y el alambrado, nos atraía a buscar nidos de torcazas y algún hornero o gorriones y los tordos, que empollan en nido ajeno.
El silencio del momento solo interrumpido por las inoportunas cotorras, nos obligaba a caminar con sigilo para poder acercarnos lo más posible.
Si el clima lo permitía, nos quedamos a cenar y después, el Pelado Carente, sacaba su bandoneón y se armaba el bailongo, el repertorio surtido pasaba por los pasos dobles, rancheras, tarantelas, balsees y el infaltable dos por cuatro.
Un domingo de estos, cuando ya estábamos juntando las cosas para regresar, un camión jaula cargado de vacas, cuando intentaba cruzar, volcó en medio del río.
En un momento de quebró la tranquilidad del lugar para convertirse en un caos de gritos y madres desesperadas por saber donde estaban sus hijos. Corridas y llantos.
Mi vieja salió corriendo, llevándome de la mano casi en el aire, haciéndome perder una hojota.
El hecho, a los ojos de mis escasos, según mi vieja, cuatro años, era dantesco.
Los animales eran arrastrados por la corriente, pero algunos habían quedado atrapados dentro de la jaula.
No olvidaré nunca el cagaso que me daba, ver a mi viejo, metido en el río, tratando de liberarlos.
Y mi vieja...
--¡¡Ten cuidado Francisco!! ¡Por favor... salí de allí...! –le rogaba angustiada-
Él no aceptaba la muerte inútil de un vacuno, aunque ni sabía de quien eran.
Esa imagen me acompaño durante años.
Poco conocedor el camionero, entro aguas abajo, cuando la experiencia indica hacerlo, siempre aguas arriba hasta la mitad, y luego, dejándose llevar en diagonal aguas abajo, llegas sin problemas al otro lado.
Cuantas cosas me enseño la vida en pocos minutos, como cruzar un río, como salvar una vaca y... como el instinto te lleva, a no medir consecuencias, ni pensar demasiado en situaciones críticas... y actuar.
Este hecho quedó en el anecdotario del lugar y nadie que no lo haya vivido puede imaginarlo, al ver tanta belleza.
Yo creo que hemos sido privilegiados, los que como yo, disfrutamos de tanta libertad, aire puro y espacios tan bonitos.
Los hijos deberían criarse en el campo, en los pueblos como Beltrán. Aunque muchos cajetillas con bolsillo de pobre no compartan esta idea y prefieran vivir en las ciudades donde el famoso "no te metas", te endurece el corazón como el cemento que te rodea.
Seguramente la niñez de pueblo, es mucho más rica en historias y aventuras, que aquellas de la ciudad.
Los domingos mis viejos y un grupo importante de amigos, tenían por costumbre, ir a pasar el día al Sifón.
Para aquellos que no conocen, El Sifón, es un lugar donde el canal principal de riego, pasa por debajo del brazo sur del río Negro, entrando de esa forma en la isla de Choele Choel, dividiéndose después, en canales menores, hasta terminar en las acequias que riegan gran parte de la zona rural del Valle Medio del Río Negro. Es una obra muy importante, teniendo en cuenta la época en que fue construida.
Del otro lado, al canal se lo devoraba la tierra, para emerger de este lado, como un gran manantial encausado en cemento.
Era muy común ver los peces que intentaban sumergirse en ese torrente y la fuerza del agua los empujaba casi hasta la superficie.
En una pasarela que cruzaba, supongo que con los fines de realizar la limpieza de ramas, los mayores solían pasar horas tirados de panza, con algún arma apuntando la boca del canal, esperando cazar algún pez. Los aturdían y cuando el agua los sacaba a la superficie, con un medio mundo, los levantaban del otro lado de la pasarela, antes que la corriente se los llevara.
Tantas horas al sol, entretenidos con este novedoso sistema de cazar peces, a más de uno como a mi viejo, le costo el pellejo, temperatura y alguna que otra insolación.
A la hora del baño el más osado era el viejo Reverte, nos asombraba tirándose dando vueltas carnero en el aire, en plena correntada.
Para no perdernos el espectáculo, siempre alguno quedaba de guardia.
--¡¡Ahí se tira!! ¡¡Ahí se tira!! -gritaba el centinela-
Salíamos como disparados para no perdernos detalle del espectáculo.
Relojeando nuestros movimientos, más de una vez nos hizo comer algún amague. Corría hasta la orilla del canal, allí se paraba y nos miraba como diciendo... ooossooo...
Otras veces, aprovechaba nuestra distracción, y se tiraba para reírse, de nuestros gestos de desazón, por habernos perdido el triple salto mortal. Con palabras irreproducibles y golpeándonos ambos costados del cuerpo con las palmas de las manos, demostrábamos la bronca.
El viejo Reverte era el gomero del pueblo y siempre llevaba una gigantesca cámara de tractor en la que pasábamos horas jugando en un sector más profundo del río al que solo podíamos ir con los mayores. Para los más chicos el lugar ideal era “el paso”.
Allí el río permitía el paso de vehículos, que iban y venían de la zona de meseta saliendo del valle. Lugar ideal para disfrutar de las aguas claras en familia, comer un buen asadito y dormir una regia siesta a la sombra de frondosos sauces que bordeaban el río.
Un monte de olivos que se encontraba cruzando la huella y el alambrado, nos atraía a buscar nidos de torcazas y algún hornero o gorriones y los tordos, que empollan en nido ajeno.
El silencio del momento solo interrumpido por las inoportunas cotorras, nos obligaba a caminar con sigilo para poder acercarnos lo más posible.
Si el clima lo permitía, nos quedamos a cenar y después, el Pelado Carente, sacaba su bandoneón y se armaba el bailongo, el repertorio surtido pasaba por los pasos dobles, rancheras, tarantelas, balsees y el infaltable dos por cuatro.
Un domingo de estos, cuando ya estábamos juntando las cosas para regresar, un camión jaula cargado de vacas, cuando intentaba cruzar, volcó en medio del río.
En un momento de quebró la tranquilidad del lugar para convertirse en un caos de gritos y madres desesperadas por saber donde estaban sus hijos. Corridas y llantos.
Mi vieja salió corriendo, llevándome de la mano casi en el aire, haciéndome perder una hojota.
El hecho, a los ojos de mis escasos, según mi vieja, cuatro años, era dantesco.
Los animales eran arrastrados por la corriente, pero algunos habían quedado atrapados dentro de la jaula.
No olvidaré nunca el cagaso que me daba, ver a mi viejo, metido en el río, tratando de liberarlos.
Y mi vieja...
--¡¡Ten cuidado Francisco!! ¡Por favor... salí de allí...! –le rogaba angustiada-
Él no aceptaba la muerte inútil de un vacuno, aunque ni sabía de quien eran.
Esa imagen me acompaño durante años.
Poco conocedor el camionero, entro aguas abajo, cuando la experiencia indica hacerlo, siempre aguas arriba hasta la mitad, y luego, dejándose llevar en diagonal aguas abajo, llegas sin problemas al otro lado.
Cuantas cosas me enseño la vida en pocos minutos, como cruzar un río, como salvar una vaca y... como el instinto te lleva, a no medir consecuencias, ni pensar demasiado en situaciones críticas... y actuar.
Este hecho quedó en el anecdotario del lugar y nadie que no lo haya vivido puede imaginarlo, al ver tanta belleza.
Yo creo que hemos sido privilegiados, los que como yo, disfrutamos de tanta libertad, aire puro y espacios tan bonitos.
Los hijos deberían criarse en el campo, en los pueblos como Beltrán. Aunque muchos cajetillas con bolsillo de pobre no compartan esta idea y prefieran vivir en las ciudades donde el famoso "no te metas", te endurece el corazón como el cemento que te rodea.
Capitulo V: EL PATITO FEO.
Habían pasado unos dos meses desde la inauguración de la nueva carnicería, cuando mi abuela Vicenta enfermó. Su vesícula no estaba bien y ya se notaba la perdida de unos cuantos kilos de peso.
La indicada para acompañarla a Buenos Aires era mi tía Negra, considerando que mamá estaba en su séptimo mes de embarazo.
Pero la abuela se sentía más a gusto con mamá y no tenía un carácter como para que se la contradiga.
En tren, como medio de transporte más cómodo y en los camarotes, como le decían al coche cama, viajó también mi hermana. Hasta Constitución, donde esperaba mi tío Luis para acompañarlas en otro a San Martín.
El Thomson, alojó enseguida a la abuela y en casa de Luis, mi vieja y mi hermana tenían ya preparada su habitación.
No era fácil manejar la situación del régimen de té y galletitas, al que habían sometido a mi abuela. Por lo demás, estaba todo bien. Yo no daba problemas.
Como siempre, mi vieja planificaba y resultaban muy diferentes las cosas. Esperaba mi nacimiento para mediados de Octubre y me demoré‚ un mes más.
La abuela ya estaba en casa de los tíos, pero faltaba lo principal de aquel viaje, yo...
Cuando el quince de Octubre pasó, la ansiedad empezó a molestar a mi vieja.
En Beltrán, mi viejo ya pensaba que lo habían abandonado y llamaba por teléfono a diario. Siempre la misma respuesta.
--Acá estoy en la dulce espera.-decía resignada mi vieja-
El quince de Noviembre empecé‚ a golpear la puerta de la vida, como a las once de la noche.
En el coche de Dn. Pepe, un vecino de enfrente, con Luis y Nelly, rumbeamos para el hospital Eva Perón. En el cuarto piso estaba la maternidad y no me hice esperar más. A la una de la madrugada del día dieciséis de Noviembre, llegue a este mundo como N.N., porque aún no se decidían por mi nombre. Grande fue el susto de mi vieja cuando vio al negrito feo que le mostraron como su hijo.
-- ¿Cómo se va a llamar el nene señora...?-Pregunto apresurada una enfermera-
--Déjeme pensarlo un momento. -se sorprendió mi vieja-
Estaba segura que se llamaría Darío, pero que tendría un segundo. Pensó en los nombres de los personajes de las telenovelas, y apareció, Rubén.
--Rubén Darío. -no la convenció-
Norberto.
--Norberto Darío. -ahora si, ese estaba bien-
Con mi nombre recién estrenado, escrito en un cartelito que me ataron en el pie, me llevaron, llorando a los gritos, adonde estaban los de mi clase. Flor de concierto metimos esa noche.
Por la mañana conocí a mis tíos, Graciela tubo que esperar para verme porque a los chicos no los dejaban entrar a la maternidad. Y eso me parece justo, al menos por un rato no tenes que compartir a la vieja.
A los quince días, ya estaba en camino de regreso a casa. Mi casa. Beltrán...
Estoy absolutamente convencido, que uno no es de donde nace. Pertenece al pueblo en el cual crece, vive y construye su historia. A este pueblo le pertenezco y me pertenece.
El tren nos dejo en Choele Choel y me estaba esperando mi viejo y mi tía Negra.
Como el vagón de los camarotes no quedaba justo en el anden, mi vieja tubo que caminar unos metros con la valija en una mano y el fardito del otro lado bajo el brazo. La expresión de la tía Negra cuando me descubrió, negrito y feo, entre las ropas que me tapaban hasta los ojos, era la misma de aquel que no cree en lo que ve.
--¡¡Este no es mi sobrino!! ¡¡Te lo cambiaron Yoly!! -exclamó-
Por fin me encontré con mi viejo. No me conocía y ya le había costado varios asados. En una palabra, era el Patito Feo de la fábula. Pero igual me sentía querido.
Durante este tiempo fuera de casa, algunas cosas se habían salido de curso. Con mucho carácter mi vieja se ocupo de encaminar la familia, aunque nada volvería a ser como antes. Hay heridas que no cierran y sangran todavía. La mecha estaba encendida y solo era cuestión de tiempo.
En lo que a mí respecta, me fui blanqueando un poco pero no mucho, conservare el bronceado hasta el final de mis días.
Habían pasado unos dos meses desde la inauguración de la nueva carnicería, cuando mi abuela Vicenta enfermó. Su vesícula no estaba bien y ya se notaba la perdida de unos cuantos kilos de peso.
La indicada para acompañarla a Buenos Aires era mi tía Negra, considerando que mamá estaba en su séptimo mes de embarazo.
Pero la abuela se sentía más a gusto con mamá y no tenía un carácter como para que se la contradiga.
En tren, como medio de transporte más cómodo y en los camarotes, como le decían al coche cama, viajó también mi hermana. Hasta Constitución, donde esperaba mi tío Luis para acompañarlas en otro a San Martín.
El Thomson, alojó enseguida a la abuela y en casa de Luis, mi vieja y mi hermana tenían ya preparada su habitación.
No era fácil manejar la situación del régimen de té y galletitas, al que habían sometido a mi abuela. Por lo demás, estaba todo bien. Yo no daba problemas.
Como siempre, mi vieja planificaba y resultaban muy diferentes las cosas. Esperaba mi nacimiento para mediados de Octubre y me demoré‚ un mes más.
La abuela ya estaba en casa de los tíos, pero faltaba lo principal de aquel viaje, yo...
Cuando el quince de Octubre pasó, la ansiedad empezó a molestar a mi vieja.
En Beltrán, mi viejo ya pensaba que lo habían abandonado y llamaba por teléfono a diario. Siempre la misma respuesta.
--Acá estoy en la dulce espera.-decía resignada mi vieja-
El quince de Noviembre empecé‚ a golpear la puerta de la vida, como a las once de la noche.
En el coche de Dn. Pepe, un vecino de enfrente, con Luis y Nelly, rumbeamos para el hospital Eva Perón. En el cuarto piso estaba la maternidad y no me hice esperar más. A la una de la madrugada del día dieciséis de Noviembre, llegue a este mundo como N.N., porque aún no se decidían por mi nombre. Grande fue el susto de mi vieja cuando vio al negrito feo que le mostraron como su hijo.
-- ¿Cómo se va a llamar el nene señora...?-Pregunto apresurada una enfermera-
--Déjeme pensarlo un momento. -se sorprendió mi vieja-
Estaba segura que se llamaría Darío, pero que tendría un segundo. Pensó en los nombres de los personajes de las telenovelas, y apareció, Rubén.
--Rubén Darío. -no la convenció-
Norberto.
--Norberto Darío. -ahora si, ese estaba bien-
Con mi nombre recién estrenado, escrito en un cartelito que me ataron en el pie, me llevaron, llorando a los gritos, adonde estaban los de mi clase. Flor de concierto metimos esa noche.
Por la mañana conocí a mis tíos, Graciela tubo que esperar para verme porque a los chicos no los dejaban entrar a la maternidad. Y eso me parece justo, al menos por un rato no tenes que compartir a la vieja.
A los quince días, ya estaba en camino de regreso a casa. Mi casa. Beltrán...
Estoy absolutamente convencido, que uno no es de donde nace. Pertenece al pueblo en el cual crece, vive y construye su historia. A este pueblo le pertenezco y me pertenece.
El tren nos dejo en Choele Choel y me estaba esperando mi viejo y mi tía Negra.
Como el vagón de los camarotes no quedaba justo en el anden, mi vieja tubo que caminar unos metros con la valija en una mano y el fardito del otro lado bajo el brazo. La expresión de la tía Negra cuando me descubrió, negrito y feo, entre las ropas que me tapaban hasta los ojos, era la misma de aquel que no cree en lo que ve.
--¡¡Este no es mi sobrino!! ¡¡Te lo cambiaron Yoly!! -exclamó-
Por fin me encontré con mi viejo. No me conocía y ya le había costado varios asados. En una palabra, era el Patito Feo de la fábula. Pero igual me sentía querido.
Durante este tiempo fuera de casa, algunas cosas se habían salido de curso. Con mucho carácter mi vieja se ocupo de encaminar la familia, aunque nada volvería a ser como antes. Hay heridas que no cierran y sangran todavía. La mecha estaba encendida y solo era cuestión de tiempo.
En lo que a mí respecta, me fui blanqueando un poco pero no mucho, conservare el bronceado hasta el final de mis días.
Capitulo IV: LA CARNICERIA.
En estos pueblos es relativamente sencillo inducir un negocio. Mi amigo Luis Bernardi dice que si vos queres vender algo, debes correr la bola de que estás muerto, que no tenés un mango y las deudas te aprietan. Las ofertas de compra te llueven, todos vienen a sacar ramas del árbol caído.
En el sentido inverso, si las cosas te van bien y tenés trabajo, todos te quieren vender algo.
A mis viejos no le podía ir mejor. Empezaron la construcción de su propia carnicería.
--Una puerta para entrar y otra para salir. Todo azulejado y un ”mostradore” de seis metros de largo con mármol blanco. -el sueño de mi viejo-
A cada cliente se lo describía orgulloso. Les contaba lo bien que los iba a poder atender y de como se acomodarían mejor las cosas de almacén y las verduras y las frutas y...
Se levantaban las paredes del nuevo negocio y las ofertas de terrenos mejores, chacras, campos y cuanta cosa se vendiera en el pueblo, le llegaban al viejo.
Creo que si no le hubiera puesto algún freno mi vieja, todavía estaríamos pagando algún campo.
A buen ritmo Francisco Corona y Aurelio Zanne, construían la ya famosa carnicería. Pero el ideólogo y diseñador del toro, que caracterizó el edificio durante toda la vida, fue Corona.
--Yo te lo dibujo y te lo muestro. -dijo con entusiasmo a mi viejo-
Aprobado el proyecto, pusieron manos a la obra y fue tomando forma un hermoso ejemplar de la raza Herefor astado. Tantas veces subió y bajo de esa escalera Corona, dibujaba en la pared y con la cuchara, rellenaba a la bestia de cinco metros de largo, por dos de alto en el tremendo cogote, que de alguna manera representaba la fuerza, el empuje y la garra del dueño.
El día esperado llegó. Miércoles dieciséis de Junio de 1960. Como en el día de la patria, lloviznaba finito, lindo invierno, de los de antes.
El mostrador memorablemente presentado con la mejor carne, las comunes de almacén y las novedades en frutas y verduras que personalmente, una vez por semana, traía mi viejo de Bahía Blanca.
Con el sol alto las clientas del pueblo ya se juntaban en la carnicería.
¡Como le gustaba al viejo ver el negocio lleno de gente!. Siempre con respeto, alegre, jamás demostró cansancio.
--Siñorina, que va llevar. -si la clienta era joven-
Cuando por la edad podía ser:
--Bon día, suegra. ¿Come sta?.
Con las mayores el tono diferente, calmado... cariñoso...
--Abuela... ¿Qué le vendo hoy?...
Posiblemente, en cada una de ellas veía la suya, tan lejana.
Presumía siempre de la carne que ofrecía.
--No me dé vaca. -se quejaba alguna-
--Ma` nooo... Boccaditto di cardenale.
--Mire que la otra vez no lo pudimos comer. -mentía la clienta para devolverle lo de suegra-
--¡¡¡No pode ser!!!.... Esto e` vittelino. -decía con un trozo de carne en la mano-
Y eternamente entre cliente y cliente el trapo rejilla recorría el mostrador, la balanza y más de una vez, por debajo de algún hueso que ponía nuevamente en el lugar.
Cerca del mediodía, el ritmo aflojaba. Aprovechaba para ordenar la verdura o tomar un mate caliente que le alcanzaba mi vieja, o algún amigo que pasaba a saludar y se quedaba un rato.
No faltó la clienta que compró bananas para ver como eran, y volvió a reclamar que habían resultado una fruta de puro carozo y la cáscara muy amarga.
Con mucha paciencia, tuvieron que explicar como se cocinaban los alcauciles, y que eran las paltas.
Los pollos de criadero y los lácteos no se conseguían en cualquier lado. El yogurt era solo con sabor a vainilla y venía en un envase petiso de vidrio, que había que devolver.
Lo que le pedían, lo conseguía. Aunque fuera para un solo cliente.
Muy pronto se transformó en paseo de compras, no solo de los cajetillas de Beltrán sino de las localidades vecinas. La mejor pilcha y los autos de último modelo, desfilaron por el negocio del viejo.
--La carnicería de los ricos... - se comentaba en el pueblo-
--¿Porqué‚ ese apodo?.. -Preguntó mi vieja, preocupada- Si acá la carne vale igual que en otro lado.
No les gustó que se hicieran esa idea, porque ya mis viejos sabían, que los que gastan en comida, no son los de cuello duro, sino el común, el obrero que labura para eso, para comer. Y además, nunca en el negocio y en la vida social, se hizo la menor diferencia. Me enseñaron que la gente no vale por lo que tiene, sino por lo que hace.
En estos pueblos es relativamente sencillo inducir un negocio. Mi amigo Luis Bernardi dice que si vos queres vender algo, debes correr la bola de que estás muerto, que no tenés un mango y las deudas te aprietan. Las ofertas de compra te llueven, todos vienen a sacar ramas del árbol caído.
En el sentido inverso, si las cosas te van bien y tenés trabajo, todos te quieren vender algo.
A mis viejos no le podía ir mejor. Empezaron la construcción de su propia carnicería.
--Una puerta para entrar y otra para salir. Todo azulejado y un ”mostradore” de seis metros de largo con mármol blanco. -el sueño de mi viejo-
A cada cliente se lo describía orgulloso. Les contaba lo bien que los iba a poder atender y de como se acomodarían mejor las cosas de almacén y las verduras y las frutas y...
Se levantaban las paredes del nuevo negocio y las ofertas de terrenos mejores, chacras, campos y cuanta cosa se vendiera en el pueblo, le llegaban al viejo.
Creo que si no le hubiera puesto algún freno mi vieja, todavía estaríamos pagando algún campo.
A buen ritmo Francisco Corona y Aurelio Zanne, construían la ya famosa carnicería. Pero el ideólogo y diseñador del toro, que caracterizó el edificio durante toda la vida, fue Corona.
--Yo te lo dibujo y te lo muestro. -dijo con entusiasmo a mi viejo-
Aprobado el proyecto, pusieron manos a la obra y fue tomando forma un hermoso ejemplar de la raza Herefor astado. Tantas veces subió y bajo de esa escalera Corona, dibujaba en la pared y con la cuchara, rellenaba a la bestia de cinco metros de largo, por dos de alto en el tremendo cogote, que de alguna manera representaba la fuerza, el empuje y la garra del dueño.
El día esperado llegó. Miércoles dieciséis de Junio de 1960. Como en el día de la patria, lloviznaba finito, lindo invierno, de los de antes.
El mostrador memorablemente presentado con la mejor carne, las comunes de almacén y las novedades en frutas y verduras que personalmente, una vez por semana, traía mi viejo de Bahía Blanca.
Con el sol alto las clientas del pueblo ya se juntaban en la carnicería.
¡Como le gustaba al viejo ver el negocio lleno de gente!. Siempre con respeto, alegre, jamás demostró cansancio.
--Siñorina, que va llevar. -si la clienta era joven-
Cuando por la edad podía ser:
--Bon día, suegra. ¿Come sta?.
Con las mayores el tono diferente, calmado... cariñoso...
--Abuela... ¿Qué le vendo hoy?...
Posiblemente, en cada una de ellas veía la suya, tan lejana.
Presumía siempre de la carne que ofrecía.
--No me dé vaca. -se quejaba alguna-
--Ma` nooo... Boccaditto di cardenale.
--Mire que la otra vez no lo pudimos comer. -mentía la clienta para devolverle lo de suegra-
--¡¡¡No pode ser!!!.... Esto e` vittelino. -decía con un trozo de carne en la mano-
Y eternamente entre cliente y cliente el trapo rejilla recorría el mostrador, la balanza y más de una vez, por debajo de algún hueso que ponía nuevamente en el lugar.
Cerca del mediodía, el ritmo aflojaba. Aprovechaba para ordenar la verdura o tomar un mate caliente que le alcanzaba mi vieja, o algún amigo que pasaba a saludar y se quedaba un rato.
No faltó la clienta que compró bananas para ver como eran, y volvió a reclamar que habían resultado una fruta de puro carozo y la cáscara muy amarga.
Con mucha paciencia, tuvieron que explicar como se cocinaban los alcauciles, y que eran las paltas.
Los pollos de criadero y los lácteos no se conseguían en cualquier lado. El yogurt era solo con sabor a vainilla y venía en un envase petiso de vidrio, que había que devolver.
Lo que le pedían, lo conseguía. Aunque fuera para un solo cliente.
Muy pronto se transformó en paseo de compras, no solo de los cajetillas de Beltrán sino de las localidades vecinas. La mejor pilcha y los autos de último modelo, desfilaron por el negocio del viejo.
--La carnicería de los ricos... - se comentaba en el pueblo-
--¿Porqué‚ ese apodo?.. -Preguntó mi vieja, preocupada- Si acá la carne vale igual que en otro lado.
No les gustó que se hicieran esa idea, porque ya mis viejos sabían, que los que gastan en comida, no son los de cuello duro, sino el común, el obrero que labura para eso, para comer. Y además, nunca en el negocio y en la vida social, se hizo la menor diferencia. Me enseñaron que la gente no vale por lo que tiene, sino por lo que hace.
Capitulo II: 200 metros Para Una Vida.
Patatín, famoso guardavallas del equipo de la rinconada, era la esperanza de la chacra de los abuelos. Con buen criterio pensó que, si no lograban la propiedad, no valía la pena el esfuerzo.
Empezó a rodar solo, luego se casó y siguió rodando. Tubo un hijo, Dany, y los tres también partieron a Buenos Aires. Esporádicas visitas de compromiso, como si Río Negro tuviera la culpa de lo duro de esos días.
Cuando se jubiló, quiso volver a dejar sus huesos, en la tierra que lo viera nacer. Aquellas pasiones de su juventud, la banda roja, el River Plate de sus amores, y la quiniela, lo acompañaron en sus últimos días de soledad.
Mamá, tiene buenos recuerdos de su infancia. Aunque la adolescencia la sorprendió casada.
Y según dice fue la que tomó la iniciativa.
Un domingo de verano, la sobremesa en el patio sombreado de parrales y la charla con los abuelos, no distraían la mirada de papá. A través de la puerta, estratégicamente sentado, la veía a mamá seguir el hilo, mientras lavaba los platos.
--Tengo que conseguire una segretaria, porque no se puede despachare carne y manejare la plata. Debe sere alguna de confianza.
Decía con la mirada clavada en la espalda de mamá que giró lentamente su cintura, y por sobre el hombro, lo miró expresivamente agrandando los ojos, levantando las cejas, sin sonreír y con el índice apuntándose al pecho -indicando que bien podría ser ella, la persona para esa función-
Papá, asintió afirmativa y disimuladamente con la cabeza.
No se retomó el tema hasta la despedida.
Cuando se marchaba, lo acompañó hasta donde había dejado su bicicleta, recostada en el cerco tupido de tamarisco, que cerraba el patio de la casa.
Él pidió que caminaran hasta la tranquera. Unos doscientos metros con la bici de tiro, les fueron suficientes, para intercambiar promesas. El primer beso, la despedida y la sensación de que algo importante estaba naciendo.
Las visitas se hicieron más frecuentes y ahora también venía a cenar. La charla solitaria, una vez que se retiraban los abuelos, servía para ordenar ideas. Tan difícil tarea, cuando son tantos los hechos y los sentimientos cruzados, la edad y la responsabilidad. La sensatez proponía esperar dos años para el matrimonio.
Cuando oficialmente se enteró la abuela, la idea de los dos años, la dejo respirar aliviada.
--¡Por suerte no tiene apuro!.
La soledad, la ropa ordenada, la comida caliente... tantos espacios cubre una mujer. Y, tantas veces, no reconocido.
El compromiso no se hizo esperar.
Vivir atrás de la heladera no era lo más indicado, ni siquiera para un hombre. El invierno se hacía notar y ya era hora de vivir un poco mejor. Una casita a pocos metros de la carnicería se alquilaba... Mamá estuvo de acuerdo, le parecía bien... Quince años cumplidos y seis meses de novios ya eran más que suficientes para encarar la aventura de compartir una vida.
Un viaje de compras, el registro civil, la iglesia y el viaje de bodas. Así de pronto. En una semana, mamá se vio con el delantal blanco, vendiendo carne.
Papá había salido, como de costumbre, después de comer, a carnear algún vacuno y por alguna razón, se tardó más de la cuenta. La hora de abrir llegó y con mucha determinación, mamá sacó de la heladera la carne trozada y la dispuso en el mostrador, como lo hiciera el viejo.
--Usted indíqueme lo que quiere. -le solicitaba al cliente, que con el dedo se lo pida, ya que por el nombre, no conocía más que el asado y las chuletas.-
Ya una cosa similar le había tocado a Dn. Emiliano y Patatín, cuando la luna de miel se estiró más del fin de semana por la hospitalidad de Dn. Antonio, que era un primo de francisco y como el padrino siciliano de la familia..
Con la carne el problema se campeaba, porque, como se vendía al corte, con la pulpa un huesito y todo valía lo mismo.
El libro de precios, se lo había llevado consigo papá en la memoria y las cosas de almacén se vendieron al rumbo. Lo que llamó la atención, fue la señora que al rato de haber comprado un trapo de piso, volvió por otros seis.
El entorno de papá se movilizaba a su paso. Alguien lo describió una vez, como una máquina que va haciendo pozos. Los que estaban alrededor debían tener la capacidad para profundizar los que servían y tapar el resto.
En la madrugada despostaba y cortaba lo que podía con la sierra eléctrica mientras había energía, después con el serrucho de mano terminaba de preparar la carne para las cuadrillas de Agua y Energía
El primer año vivieron en la casita del otro lado de la escuela. Después, un Ingeniero de Agua y Energía, por algunas cuestiones con su mujer, les vendió su casa nueva, a estrenar, en la Sargento Cabral.
Cuando mamá entró por primera vez, supo que sería su casa para toda la vida. Era su palacio, tres dormitorios, amplio living comedor y cocina. Dn. Beolchi, que vivía a la vuelta de la esquina, la había construido y con materiales de primera.
Buen constructor y buen hombre, tenia tres hijas de más o menos la misma edad que mamá.
En el festejo por el nuevo domicilio, estuvieron todos, la familia, los Candela y los Beolchi.
Que más se le podía pedir a la vida. Tenían casa, trabajo y amigos.
Como era de costumbre, programaban todo, dos años para casarse y hasta que mamá no cumpliera los veinte no tendrían hijos. Con el tiempo también se haría costumbre que todo sea distinto a lo planeado.
Todavía se notaba lo comido y bebido en la inauguración de la casa, cuando mamá tubo algunos mareos, náuseas y no se sentía nada bien.
Decidió ir al doctor. El consultorio de Cepeda, cirujano grandote, pelo rubio despeinado, amigo de la farra, el boliche y las trasnochadas con amigos, se encontraba doblando la esquina de la misma cuadra, a continuación de la casa de Beolchi. Y aunque dicen que no hay zurdo bueno ni burro parejero, este era otro claro ejemplo de la falacie del refrán. Nunca se iba a dormir sin haber visitado a sus pacientes internados, la mayoría parturientas, en esa época era muy difícil que te internen por otra cosa. Más de una le debe la vida a esa costumbre.
Allá fue la vieja preocupada, enseguida Cepeda la hizo pasar, se sentó cómodamente detrás de un escritorio y escuchó atentamente el relato de los síntomas. Luego echó hacia atrás y tranquilamente dijo:
--Aunque sea prematuro, por los síntomas, no puede ser otra cosa. Estás embarazada.
Un balde de agua fría, recibió mi vieja. Lejos de ponerse contenta, el cagazo se apoderó de ella.
Salió despacio y cuando cerró la puerta no pudo contener el llanto. Al pasar frente a la casa de Beolchi, las mujeres que estaban cociendo, por la ventana alcanzaron a ver que mamá iba llorando. Salieron corriendo, preocupadas, porque, quien sale en ese estado del consultorio del medico no puede ser por buenas noticias.
--¿Qué te pasó? ¿Qué te dijo el medico?.
-- No... Nada...
-- ¿Pero como nada? ¿Algo te dijo, para que te pusieras así?.. ¿Estás enferma? -preguntaron nerviosas-
--Me dijo que estaba embarazada. -dijo entrecortada y sollozando-
--¡¡¡Aaaa... Pero vos estás loca... como vas a llorar por eso!!!.
La alegría de las vecinas tranquilizó a mamá. Pasó por casa y no pudo esperar para ir a contarle a papá.
--No puede ser. ¡¡Te esta jodiendo!!. -Exclamó semblanteando, a ver si mamá le daba algún indicio de broma-
Siguió acomodando los huesos sobre el mostrador mientras sonreía nervioso y cada tanto la miraba a mamá.
--Y bueno... si tiene que ser será. -seguía-
--¿Qué vamos a hacer? Ya está. -
Le cambió el semblante y empezó con que sería el varón. Porque él sabía lo que hacía y no podía ser de otra manera.
Copó las apuestas a favor del machito que se sucedieron una tras otra.
Mi abuelo Enrique, como era su costumbre, con los nombres completos de los futuros padres, hacía algunas cuentas y siendo el primogénito, dijo sin dudar:
--E` una bambina.-con ese tono particular que utilizaba cuando disfrutaba de la furia ajena-
¡Cómo se divertía!.
--¡¡¡Pero que puede saber!!! -exclamaba mi viejo-
Con mucha facilidad se calentaba, pura espuma y al rato toda la tormenta había pasado.
Cualquiera que lo viera pensaría que se comería todo, era su forma de descargar tensiones. Típico gringo del sur. Siempre pensamos que por esa descarga, no se enfermó.
El trabajo ocupaba todo su tiempo y la vieja ayudaba, mientras su embarazo avanzaba tranquilo.
Hasta que el día de la verdad irremediablemente llegó. La madrugada del 16 de Octubre de 1957, mi vieja empezó el trabajo de parto. Mi viejo la llevó a la casa que oficiaba de maternidad y fue hasta la chacra a buscar a la abuela. Cuando llegó la hora de abrir la carnicería, se fue.
Promediando la tarde, nació mi hermana. Enseguida le avisaron al viejo, que como no estaba mamá, tenía la carnicería llena de gente.
Todo estaba muy bien, pero fue nena y la felicidad no era completa. Había muchas apuestas que pagar y lo peor, tenía que seguir esperando al hijo varón.
A pesar de estar solo a una cuadra de donde su hija recién nacida ya reclamaba atención, no fue sino hasta después de la hora de cerrar la carnicería, que fue a conocerla.
Gorda tranquila no daba problemas, algunas veces, las chicas de Beolchi, le pedían a mamá, que se las dejara cuidar para jugar un rato, lástima que en más de una oportunidad, dormía todo el tiempo y la práctica de madres se veía frustrada.
Mamá recorría el camino de la casa a la carnicería, cada vez que se hacía la hora de la teta.
Y Dios fue tan generoso, que alcanzaba para otros chicos que, por distintos motivos, necesitaron los servicios de madre nodriza. Tanto Graciela como yo, tenemos varios hermanos de leche.
Patatín, famoso guardavallas del equipo de la rinconada, era la esperanza de la chacra de los abuelos. Con buen criterio pensó que, si no lograban la propiedad, no valía la pena el esfuerzo.
Empezó a rodar solo, luego se casó y siguió rodando. Tubo un hijo, Dany, y los tres también partieron a Buenos Aires. Esporádicas visitas de compromiso, como si Río Negro tuviera la culpa de lo duro de esos días.
Cuando se jubiló, quiso volver a dejar sus huesos, en la tierra que lo viera nacer. Aquellas pasiones de su juventud, la banda roja, el River Plate de sus amores, y la quiniela, lo acompañaron en sus últimos días de soledad.
Mamá, tiene buenos recuerdos de su infancia. Aunque la adolescencia la sorprendió casada.
Y según dice fue la que tomó la iniciativa.
Un domingo de verano, la sobremesa en el patio sombreado de parrales y la charla con los abuelos, no distraían la mirada de papá. A través de la puerta, estratégicamente sentado, la veía a mamá seguir el hilo, mientras lavaba los platos.
--Tengo que conseguire una segretaria, porque no se puede despachare carne y manejare la plata. Debe sere alguna de confianza.
Decía con la mirada clavada en la espalda de mamá que giró lentamente su cintura, y por sobre el hombro, lo miró expresivamente agrandando los ojos, levantando las cejas, sin sonreír y con el índice apuntándose al pecho -indicando que bien podría ser ella, la persona para esa función-
Papá, asintió afirmativa y disimuladamente con la cabeza.
No se retomó el tema hasta la despedida.
Cuando se marchaba, lo acompañó hasta donde había dejado su bicicleta, recostada en el cerco tupido de tamarisco, que cerraba el patio de la casa.
Él pidió que caminaran hasta la tranquera. Unos doscientos metros con la bici de tiro, les fueron suficientes, para intercambiar promesas. El primer beso, la despedida y la sensación de que algo importante estaba naciendo.
Las visitas se hicieron más frecuentes y ahora también venía a cenar. La charla solitaria, una vez que se retiraban los abuelos, servía para ordenar ideas. Tan difícil tarea, cuando son tantos los hechos y los sentimientos cruzados, la edad y la responsabilidad. La sensatez proponía esperar dos años para el matrimonio.
Cuando oficialmente se enteró la abuela, la idea de los dos años, la dejo respirar aliviada.
--¡Por suerte no tiene apuro!.
La soledad, la ropa ordenada, la comida caliente... tantos espacios cubre una mujer. Y, tantas veces, no reconocido.
El compromiso no se hizo esperar.
Vivir atrás de la heladera no era lo más indicado, ni siquiera para un hombre. El invierno se hacía notar y ya era hora de vivir un poco mejor. Una casita a pocos metros de la carnicería se alquilaba... Mamá estuvo de acuerdo, le parecía bien... Quince años cumplidos y seis meses de novios ya eran más que suficientes para encarar la aventura de compartir una vida.
Un viaje de compras, el registro civil, la iglesia y el viaje de bodas. Así de pronto. En una semana, mamá se vio con el delantal blanco, vendiendo carne.
Papá había salido, como de costumbre, después de comer, a carnear algún vacuno y por alguna razón, se tardó más de la cuenta. La hora de abrir llegó y con mucha determinación, mamá sacó de la heladera la carne trozada y la dispuso en el mostrador, como lo hiciera el viejo.
--Usted indíqueme lo que quiere. -le solicitaba al cliente, que con el dedo se lo pida, ya que por el nombre, no conocía más que el asado y las chuletas.-
Ya una cosa similar le había tocado a Dn. Emiliano y Patatín, cuando la luna de miel se estiró más del fin de semana por la hospitalidad de Dn. Antonio, que era un primo de francisco y como el padrino siciliano de la familia..
Con la carne el problema se campeaba, porque, como se vendía al corte, con la pulpa un huesito y todo valía lo mismo.
El libro de precios, se lo había llevado consigo papá en la memoria y las cosas de almacén se vendieron al rumbo. Lo que llamó la atención, fue la señora que al rato de haber comprado un trapo de piso, volvió por otros seis.
El entorno de papá se movilizaba a su paso. Alguien lo describió una vez, como una máquina que va haciendo pozos. Los que estaban alrededor debían tener la capacidad para profundizar los que servían y tapar el resto.
En la madrugada despostaba y cortaba lo que podía con la sierra eléctrica mientras había energía, después con el serrucho de mano terminaba de preparar la carne para las cuadrillas de Agua y Energía
El primer año vivieron en la casita del otro lado de la escuela. Después, un Ingeniero de Agua y Energía, por algunas cuestiones con su mujer, les vendió su casa nueva, a estrenar, en la Sargento Cabral.
Cuando mamá entró por primera vez, supo que sería su casa para toda la vida. Era su palacio, tres dormitorios, amplio living comedor y cocina. Dn. Beolchi, que vivía a la vuelta de la esquina, la había construido y con materiales de primera.
Buen constructor y buen hombre, tenia tres hijas de más o menos la misma edad que mamá.
En el festejo por el nuevo domicilio, estuvieron todos, la familia, los Candela y los Beolchi.
Que más se le podía pedir a la vida. Tenían casa, trabajo y amigos.
Como era de costumbre, programaban todo, dos años para casarse y hasta que mamá no cumpliera los veinte no tendrían hijos. Con el tiempo también se haría costumbre que todo sea distinto a lo planeado.
Todavía se notaba lo comido y bebido en la inauguración de la casa, cuando mamá tubo algunos mareos, náuseas y no se sentía nada bien.
Decidió ir al doctor. El consultorio de Cepeda, cirujano grandote, pelo rubio despeinado, amigo de la farra, el boliche y las trasnochadas con amigos, se encontraba doblando la esquina de la misma cuadra, a continuación de la casa de Beolchi. Y aunque dicen que no hay zurdo bueno ni burro parejero, este era otro claro ejemplo de la falacie del refrán. Nunca se iba a dormir sin haber visitado a sus pacientes internados, la mayoría parturientas, en esa época era muy difícil que te internen por otra cosa. Más de una le debe la vida a esa costumbre.
Allá fue la vieja preocupada, enseguida Cepeda la hizo pasar, se sentó cómodamente detrás de un escritorio y escuchó atentamente el relato de los síntomas. Luego echó hacia atrás y tranquilamente dijo:
--Aunque sea prematuro, por los síntomas, no puede ser otra cosa. Estás embarazada.
Un balde de agua fría, recibió mi vieja. Lejos de ponerse contenta, el cagazo se apoderó de ella.
Salió despacio y cuando cerró la puerta no pudo contener el llanto. Al pasar frente a la casa de Beolchi, las mujeres que estaban cociendo, por la ventana alcanzaron a ver que mamá iba llorando. Salieron corriendo, preocupadas, porque, quien sale en ese estado del consultorio del medico no puede ser por buenas noticias.
--¿Qué te pasó? ¿Qué te dijo el medico?.
-- No... Nada...
-- ¿Pero como nada? ¿Algo te dijo, para que te pusieras así?.. ¿Estás enferma? -preguntaron nerviosas-
--Me dijo que estaba embarazada. -dijo entrecortada y sollozando-
--¡¡¡Aaaa... Pero vos estás loca... como vas a llorar por eso!!!.
La alegría de las vecinas tranquilizó a mamá. Pasó por casa y no pudo esperar para ir a contarle a papá.
--No puede ser. ¡¡Te esta jodiendo!!. -Exclamó semblanteando, a ver si mamá le daba algún indicio de broma-
Siguió acomodando los huesos sobre el mostrador mientras sonreía nervioso y cada tanto la miraba a mamá.
--Y bueno... si tiene que ser será. -seguía-
--¿Qué vamos a hacer? Ya está. -
Le cambió el semblante y empezó con que sería el varón. Porque él sabía lo que hacía y no podía ser de otra manera.
Copó las apuestas a favor del machito que se sucedieron una tras otra.
Mi abuelo Enrique, como era su costumbre, con los nombres completos de los futuros padres, hacía algunas cuentas y siendo el primogénito, dijo sin dudar:
--E` una bambina.-con ese tono particular que utilizaba cuando disfrutaba de la furia ajena-
¡Cómo se divertía!.
--¡¡¡Pero que puede saber!!! -exclamaba mi viejo-
Con mucha facilidad se calentaba, pura espuma y al rato toda la tormenta había pasado.
Cualquiera que lo viera pensaría que se comería todo, era su forma de descargar tensiones. Típico gringo del sur. Siempre pensamos que por esa descarga, no se enfermó.
El trabajo ocupaba todo su tiempo y la vieja ayudaba, mientras su embarazo avanzaba tranquilo.
Hasta que el día de la verdad irremediablemente llegó. La madrugada del 16 de Octubre de 1957, mi vieja empezó el trabajo de parto. Mi viejo la llevó a la casa que oficiaba de maternidad y fue hasta la chacra a buscar a la abuela. Cuando llegó la hora de abrir la carnicería, se fue.
Promediando la tarde, nació mi hermana. Enseguida le avisaron al viejo, que como no estaba mamá, tenía la carnicería llena de gente.
Todo estaba muy bien, pero fue nena y la felicidad no era completa. Había muchas apuestas que pagar y lo peor, tenía que seguir esperando al hijo varón.
A pesar de estar solo a una cuadra de donde su hija recién nacida ya reclamaba atención, no fue sino hasta después de la hora de cerrar la carnicería, que fue a conocerla.
Gorda tranquila no daba problemas, algunas veces, las chicas de Beolchi, le pedían a mamá, que se las dejara cuidar para jugar un rato, lástima que en más de una oportunidad, dormía todo el tiempo y la práctica de madres se veía frustrada.
Mamá recorría el camino de la casa a la carnicería, cada vez que se hacía la hora de la teta.
Y Dios fue tan generoso, que alcanzaba para otros chicos que, por distintos motivos, necesitaron los servicios de madre nodriza. Tanto Graciela como yo, tenemos varios hermanos de leche.
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