viernes, 30 de octubre de 2009

No creas que siempre lo ves todo...

A veces la apariencia no es todo.
Me levante del banco, estire la chaqueta de mi uniforme de soldado y estudie a la muchedumbre que hormigueaba en el Centro Cívico de Bariloche observando el mejor ángulo para la foto. Buscaba a la chica cuyo corazón conocía, pero cuya cara no había visto jamás, la chica con una rosa en el pelo. Mi interés en ella había empezado trece meses antes en una biblioteca de Bariloche. Al tomar un libro de un estante, me sentí intrigado, no por las palabras del libro, sino por las notas escritas a lápiz en el margen.
Uno escuchó muchas veces anécdotas de la colimba y seguramente muy pocas tienen que ver con mujeres, normalmente uno se acuerda de aquel cabo o sargento que nos pegara un buen baile por dormir en la guardia o por no hacer como corresponde el cuerpo a tierra sobre el barro que deja la nieve.
Recuerdo haber estado tres días en el calabozo de la guardia por quedarme a pasar el primero de año en Las Grutas, pero la playa estaba hermosa y el sol doraba mi piel mientras hacia fiaca panza arriba y miraba las minas que pasaban, unas mas buenas que otras, cruzaba seriamente por mi mente la posibilidad de hacerme desertor.
De todos modos no me quejo, pasaron muchas cosas interesantes en ese año.
Mi carácter extrovertido y calentón siempre me destaco del resto de la tropa, eso me trajo algunos bailes extras y algunos beneficios. Al poco tiempo de haber terminado la instrucción en el campo y habernos instalado en el cuartel, me designaron presidente del club de soldados. De nuestro magro, casi ridículo, sueldo de soldado, nos descontaban unas chirolas para el club. Con eso había que comprar desde pelotitas de ping pong hasta algunos libros, que servían en los momentos de ocio. Mi antecesor en el cargo, un colimba de la 59, se destaco por ser muy conservador y cuando me hice cargo del inventario me encontré con unos cuantos mangos depositados en caja de ahorro en un banco de la ciudad.
Hice una lista de las cosas que hacían falta en el club y el resto decidí invertirlo en algunos libros. Mientras seleccionaba los que pudieran ser de interés me detuve en uno que llamo mi atención por aquellas notas en lápiz. La suave letra reflejaba un alma pensativa y una mente lucida. En la primera pagina del libro, descubrí el nombre de la antigua propietaria del libro, Ana Schumm. Invirtiendo tiempo y esfuerzo, conseguí su dirección.
Ella vivía en Buenos Aires. Le escribí una carta presentándome e invitándola a cartearnos, hoy le hubiera pedido el msn o el celu, pero tengan en cuenta que esto fue en la prehistoria, recuerdo haberme sorprendido con un radiograbador, imagínate, dos en uno, increíble proeza de la tecnología.
Durante el año y el mes que siguieron, ambos llegamos a conocernos a través de la correspondencia. Cada carta era una semilla que caía en un corazón fértil; un romance comenzaba a nacer. Le pedí una fotografía, pero ella se rehusó.
Ella pensaba que si realmente estaba interesado en ella, su apariencia no debía importarme.
Yo la imaginaba de distintas maneras, según las cartas que me escribiera y pensaba si algún día la conocería en persona. Seguramente hoy pasan estas situaciones con aquellas personas que se conocen en un chat del Internet. Pero en esos tiempos todo era mas lento, tan lento como el correo, la vida era mas lenta, quizás por eso se tienen mas recuerdos, hoy todo es tan rápido y efímero como el amor mismo. Te ibas a la cama con alguien después de meses de haberte conocido y hoy se van a la cama a conocerse. Algunas veces escuchas que tuvieron sexo pero no daba para preguntarle el apellido.

Cuando finalmente llego el día en que me daban la baja, fijamos nuestra primera cita a las siete de la tarde en el Centro Cívico de Bariloche.
Ella escribió: "Me reconocerás por la rosa roja que llevare puesta en el pelo." Así que a las siete en punto, estaba en el Centro, buscando a la chica cuyo corazón amaba, pero cuya cara desconocía.
Una joven venia hacia mi, y su figura era larga y delgada. Su cabello rubio caía hacia atrás en rizos dorados; sus ojos eran tan azules como flores. Sus labios carnosos y rosados, dejaban ver una dentadura perfecta, enfundada en su traje verde claro, era como la primavera encarnada. Comencé a caminar hacia ella, olvidando por completo que debía buscar una rosa roja en su pelo. Al acercarme, una pequeña y provocativa sonrisa curvo sus labios.
-¿Hola soldado?- murmuro.
Casi incontrolablemente, di un paso para seguirla y en ese momento vi a Ana Schumm. Estaba parada casi detrás de la chica. Era una mujer de más de cincuenta años, con cabello entrecano que asomaba bajo un sombrero gastado. Era bastante rellenita y sus pies, anchos como sus tobillos, lucían unos zapatos de tacón bajo.
La chica del traje verde se alejaba rápidamente. Me sentí como partido en dos, tan vivo era mi deseo de seguirla y, sin embargo, tan profundo era mi anhelo por conocer a la mujer cuyo espíritu me había acompañado tan sinceramente y que se confundía con el mío. Y ahí estaba ella. Su faz pálida y regordeta era dulce e inteligente, y sus ojos grises tenían un destello cálido y amable. No dude más. Mis dedos se apoyaron en las tapas gastadas de color azul del pequeño libro que haría que ella me identificara.
Esto no seria amor, pero seria algo lindo, algo quizás aun mejor que el amor: una amistad por la cual yo estaba y debía estar siempre agradecido. La salude y le extendí el libro a la mujer, a pesar de que sentía que, al hablar, me ahogaba la amargura de mi desencanto.
-Soy Norberto, y usted debe ser Ana Schumm. Estoy muy contento de que pudiera venir a nuestra cita. ¿Puedo invitarla a cenar?...
La cara de la mujer se ensancho con una sonrisa tolerante.
-No se de que se trata todo esto, muchacho –respondió- pero la señorita del traje verde que acaba de pasar me suplico que pusiera esta rosa en mi pelo. Y me pidió que si usted me invitaba a cenar, por favor le dijera que ella lo esta esperando en el restaurante que esta cruzando la calle.
Dijo que era algo así como una prueba.

No es difícil entender y admirar la sabiduría de Ana Schumm. La verdadera naturaleza del corazón se descubre en su respuesta a lo que no es atractivo. "Dime a quien amas, y te diré quien eres."

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