En el día de ayer me tome el placer de ir al Hipódromo de La Plata, con un solo fin, ver por primera vez a un jockey de mi querido Luis Beltrán, Gastón Saez. Reconozco que desde chico fui fiel asistidor de este deporte multiclasista.
Si me habré cagado de frío con mi hermano en cada 9 de julio que se corría en el Hípico El Fortin.
Arrancábamos a las 8 de la mañana en bicicleta. Pero no voy a negar que mi gran pasión es el fútbol, pero bueno, en un segundo escalón, están las hípicas.
Ni bien llegué, entré apurado, con ganas de apostar por que escuche la campana de largada, vi en un monitor que al caballo Nº 3 lo corría Gastón. Fui a la ventanilla y aposte $3 (que ratón), pero me di cuenta que el caballo que corría el jockey beltranense era el Nº 5.
La próxima carrera, que ahí si montaba el caballo Nº 3, me fui a la rotonda. Es el día de hoy que me arrimo cerca de los caballos y no sé que le ven los viejos, para saber si son buenos o no.
Espere que Gastón vuelva a montar y fui cerquita para saludarlo. Me miro y se empezó a reír, me saludo amablemente y los viejos alrededor no entendían nada. Mi orgullo corría por dentro de saber que es nuestro, que es BELTRANENSE. Que satisfacción ver a un jockey de Beltrán corriendo a la par de Gonzalo Hahn, Jorge Ricardo, Juan Carlos Noriega, Pablo Falero y la lista sigue. Y la alegría más grande aún, por que verlo correr en uno de los tres Hipódromos más prestigiosos del país, no es poca cosa.
Así pasaron las carreras y siempre le aposte a la monta, nunca al caballo. Terminó 4º y 5º en casi todas. Pero llego la última, para mí, porque ya me tenía que ir. Que fe le tenía al pibe. Largo muy bien los 1200 metros y entrando a la recta final quedo solito en la punta y ahí me puse loco. Desde las tribunas bajaban los gritos: “Vamos Gastón viejo noma” y la piel se me erizó. Créanme que escuchar eso, fue lo mejor que me paso desde cuando era chico e iba a las carreras. No me importó que faltando 100 metros le arrebataran la punta. Quedó 3º pero quien me quita lo bailado.
Cuando se bajo del caballo, vino caminando y yo paradito ahí como un nene. Me miro y me dijo…
-Que cerca que estuve. No?
-Una lástima. Pero me alegra un montón que estés donde estás… sos un groso.-
-Gracias… vení cuando quieras.- Me dijo sonriendo.
Qué lindo es que a un pibe de Beltrán le vaya bien. Es algo que me da mucha felicidad. Y haber escuchado a varios burreros viejos decirme...
-Es muy buen jockey… tiene un futuro enorme.-
Listo, cumplí un sueño que tenia de chico. En realidad, a medias, porque el jockey quería ser yo, pero por cuestiones de kilos, el anhelo quedó trunco.
-GRACIAS GASTON. Te mereces lo mejor… vos y tu familia. Recién se te abrió la gatera, te queda una larga carrera en las hípicas.
miércoles, 20 de julio de 2011
sábado, 25 de junio de 2011
Carta a mi hijo por su ingreso a la vida profesional.
Junio 24 de 2011. Querido Hijo:
Muchas veces se me hace difícil distinguir los momentos en que debo ocupar el rol de padre o el de amigo. Este es uno de esos.
Y esto no es una queja, ojala algún día te pase lo mismo, porque eso hablará muy bien de tus hijos que te han permitido ser su amigo.
No hay alegría más grande para un padre que ver crecer sanos y buena gente a sus hijos, solo se compara con ver a un amigo realizar sus sueños. Cuando tenes la oportunidad de ver esas dos cosas juntas, estas hecho.
Si miro para atrás, no puedo menos que agradecerte, por haber aprendido de mis errores y por dejarme ser tu amigo.
Quizás hoy no alcances a comprender la magnitud de lo que estas palabras significan… lo que significa para mí… ver a mi hijo y a mi amigo realizar su sueño, pero estoy seguro que lo vas a ver algún día y que vas a recordar esto que te escribo
Pensamos con tu madre, que siempre es un buen momento, para disfrazarnos de padres. Ella me pidió que te escriba y que la disculpes porque según ella no sabe hacerlo… y es cierto, ella escribe con los ojos y lo hace muy bien… fijate… mirala a los ojos… vas a leer, con mucha facilidad lo que siente… orgullo… felicidad… admiración… y un gran amor por vos.
Yo aprendí, con los años, a leer lo que escribe y esto nos ha permitido superar malos momentos y disfrutar juntos otros como este.
Por estas cosas, hijo y amigo, te pido que me permitas, ahora que sos un profesional, agregar algunos consejos, no de sabio ni de viejo, si no de quien te ama con toda el alma y quiere y te exige, como siempre, que seas feliz.
-De ahora en adelante observa el amanecer, solo o en buena compañía, por lo menos una vez al año.
-Cuando saludes y des la mano, hazlo con firmeza y mira a la gente de frente a los ojos.
-Cuando elijas compañera o socio, hazlo de la misma manera que elegirías un copiloto: busca que sea fuerte donde sos débil y viceversa.
-Desconfía de los fanfarrones: nadie alardea de lo que le sobra.
-Recuerda los cumpleaños de la gente que te importa.
-Evita a las personas negativas; siempre tienen un problema para cada solución.
-Maneja autos como la Chiva Vieja, que no sean muy caros, pero date el gusto de tener una buena casa, una buena parrilla y un buen vino para compartir con amigos.
-No hagas comentarios sobre el peso de una persona, ni le digas a alguien que está perdiendo el pelo. Ya lo sabe.
-Recuerda que se logra más de las personas por medio del estímulo que del reproche (dile al débil que es fuerte y lo verás hacer fuerza).
-Anímate a presentarte a alguien que te cae bien simplemente con una sonrisa y diciendo: Mi nombre es fulano de tal; todavía no nos han presentado.
-Nunca amenaces si no estás dispuesto a cumplir.
-Muestra respeto extra por las personas que hacen el trabajo más pesado.
-Has lo que sea correcto, sin importar lo que otros piensen.
-Dale una mano a tu hijo cada vez que tengas la oportunidad. Llegará el momento en que ya no te dejará hacerlo.
-Aprende a mirar a la gente desde sus zapatos y no desde los tuyos. Ubica tus pretensiones en el marco de tus posibilidades.
-Recuerda el viejo proverbio: Sin deudas, sin peligro.
-No hay nada más difícil que responder a las preguntas de los necios.
-Aprende a compartir con los demás y descubre la alegría de ser útil a tu prójimo. (El que no vive para servir, no sirve para vivir).
-Acude a tus compromisos a tiempo. La puntualidad es el respeto por el tiempo ajeno.
-Confía en Dios, pero no dejes la radio puesta en el jeep.
-Recuerda que el gran amor y el gran desafío incluyen también 'el gran riesgo'.
-Nunca confundas riqueza con éxito. No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita.
-No pierdas nunca el sentido del humor y aprende a reírte de tus propios defectos.
-No esperes que otro sepa lo que quieres si no lo dices
-Aunque tengas holgura financiera, has que tus hijos conozcan el valor de la guita.
-Trata a tus empleados con el mismo respeto con que trates a tus clientes.
-No olvides que el silencio es a veces la mejor respuesta.
-No deseches una buena idea porque no te gusta de quien viene.
-Nunca compres un colchón barato: nos pasamos la tercera parte de nuestra vida encima de él.
-No confundas confort con felicidad.
-Nunca compres nada eléctrico en una feria artesanal.
-Escucha el doble de lo que hablas (por eso Dios nos dio dos oídos y una sola boca).
-Cuando necesites un consejo profesional, pídelo a profesionales y no a los amigos.
-Aprende a distinguir quiénes son tus amigos y quiénes son tus enemigos.
-Nunca envidies: la envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento.
-Recuerda que la felicidad no es una meta sino un camino: disfruta mientras lo recorres.
-Si no quieres sentirte frustrado, no te pongas metas imposibles. Primero gánale a la barredora.
“La gente más feliz no necesariamente tiene todo lo mejor... simplemente disfruta al máximo todo lo que tiene.”
Muchas veces se me hace difícil distinguir los momentos en que debo ocupar el rol de padre o el de amigo. Este es uno de esos.
Y esto no es una queja, ojala algún día te pase lo mismo, porque eso hablará muy bien de tus hijos que te han permitido ser su amigo.
No hay alegría más grande para un padre que ver crecer sanos y buena gente a sus hijos, solo se compara con ver a un amigo realizar sus sueños. Cuando tenes la oportunidad de ver esas dos cosas juntas, estas hecho.
Si miro para atrás, no puedo menos que agradecerte, por haber aprendido de mis errores y por dejarme ser tu amigo.
Quizás hoy no alcances a comprender la magnitud de lo que estas palabras significan… lo que significa para mí… ver a mi hijo y a mi amigo realizar su sueño, pero estoy seguro que lo vas a ver algún día y que vas a recordar esto que te escribo
Pensamos con tu madre, que siempre es un buen momento, para disfrazarnos de padres. Ella me pidió que te escriba y que la disculpes porque según ella no sabe hacerlo… y es cierto, ella escribe con los ojos y lo hace muy bien… fijate… mirala a los ojos… vas a leer, con mucha facilidad lo que siente… orgullo… felicidad… admiración… y un gran amor por vos.
Yo aprendí, con los años, a leer lo que escribe y esto nos ha permitido superar malos momentos y disfrutar juntos otros como este.
Por estas cosas, hijo y amigo, te pido que me permitas, ahora que sos un profesional, agregar algunos consejos, no de sabio ni de viejo, si no de quien te ama con toda el alma y quiere y te exige, como siempre, que seas feliz.
-De ahora en adelante observa el amanecer, solo o en buena compañía, por lo menos una vez al año.
-Cuando saludes y des la mano, hazlo con firmeza y mira a la gente de frente a los ojos.
-Cuando elijas compañera o socio, hazlo de la misma manera que elegirías un copiloto: busca que sea fuerte donde sos débil y viceversa.
-Desconfía de los fanfarrones: nadie alardea de lo que le sobra.
-Recuerda los cumpleaños de la gente que te importa.
-Evita a las personas negativas; siempre tienen un problema para cada solución.
-Maneja autos como la Chiva Vieja, que no sean muy caros, pero date el gusto de tener una buena casa, una buena parrilla y un buen vino para compartir con amigos.
-No hagas comentarios sobre el peso de una persona, ni le digas a alguien que está perdiendo el pelo. Ya lo sabe.
-Recuerda que se logra más de las personas por medio del estímulo que del reproche (dile al débil que es fuerte y lo verás hacer fuerza).
-Anímate a presentarte a alguien que te cae bien simplemente con una sonrisa y diciendo: Mi nombre es fulano de tal; todavía no nos han presentado.
-Nunca amenaces si no estás dispuesto a cumplir.
-Muestra respeto extra por las personas que hacen el trabajo más pesado.
-Has lo que sea correcto, sin importar lo que otros piensen.
-Dale una mano a tu hijo cada vez que tengas la oportunidad. Llegará el momento en que ya no te dejará hacerlo.
-Aprende a mirar a la gente desde sus zapatos y no desde los tuyos. Ubica tus pretensiones en el marco de tus posibilidades.
-Recuerda el viejo proverbio: Sin deudas, sin peligro.
-No hay nada más difícil que responder a las preguntas de los necios.
-Aprende a compartir con los demás y descubre la alegría de ser útil a tu prójimo. (El que no vive para servir, no sirve para vivir).
-Acude a tus compromisos a tiempo. La puntualidad es el respeto por el tiempo ajeno.
-Confía en Dios, pero no dejes la radio puesta en el jeep.
-Recuerda que el gran amor y el gran desafío incluyen también 'el gran riesgo'.
-Nunca confundas riqueza con éxito. No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita.
-No pierdas nunca el sentido del humor y aprende a reírte de tus propios defectos.
-No esperes que otro sepa lo que quieres si no lo dices
-Aunque tengas holgura financiera, has que tus hijos conozcan el valor de la guita.
-Trata a tus empleados con el mismo respeto con que trates a tus clientes.
-No olvides que el silencio es a veces la mejor respuesta.
-No deseches una buena idea porque no te gusta de quien viene.
-Nunca compres un colchón barato: nos pasamos la tercera parte de nuestra vida encima de él.
-No confundas confort con felicidad.
-Nunca compres nada eléctrico en una feria artesanal.
-Escucha el doble de lo que hablas (por eso Dios nos dio dos oídos y una sola boca).
-Cuando necesites un consejo profesional, pídelo a profesionales y no a los amigos.
-Aprende a distinguir quiénes son tus amigos y quiénes son tus enemigos.
-Nunca envidies: la envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento.
-Recuerda que la felicidad no es una meta sino un camino: disfruta mientras lo recorres.
-Si no quieres sentirte frustrado, no te pongas metas imposibles. Primero gánale a la barredora.
“La gente más feliz no necesariamente tiene todo lo mejor... simplemente disfruta al máximo todo lo que tiene.”
miércoles, 20 de abril de 2011
Pasión y Profesión.
Terminaba, finalmente, mi extensa estadía en la secundaria y como nos pasa a todos en algún momento de nuestra vida, generalmente cuando rondamos los 17 o 18 años, nos encontramos de frente con el gran compromiso de elegir una profesión. Varias veces comentamos entre mis compañeros de clases, que hacer en el futuro y también cuales serian las posibilidades de cada uno. Alguien trajo la idea de hacer un test vocacional. El lugar más cercano que teníamos para hacernos el bendito test, que nos aliviaría la tarea de decidir qué carajo hacer de nuestras vidas, era el Juan XXIII en Bahía Blanca.
Y así partimos Viviana y Ricardo Álvarez, Marcelo Pilía, Marisa Barrera, Claudio Reverte y yo. Fueron dos o tres viajes y la conclusión es que lo pasamos bárbaro. Nos divertimos como locos, nos dijeron todo lo que nosotros ya sabíamos pero ahora nos habían cobrado.
En realidad, cuando elijas una profesión, toma en cuenta algunos detalles, que me animo a contarte porque en mi vida he cambiado varias y recién después de los treinta y pico, me di cuenta que, en realidad, no me gusta trabajar y no hay ninguna forma que, sin trabajar, logres otra cosa, que no sea la crítica de los que la yugan todos los días. Por más que me esfuerce en explicar que nos es fácil estar al pedo, todos me miran como para mandarme a la mierda, pero esa es la realidad, no es fácil y no hay uñas que aguanten.
Muchas veces no se tiene en cuenta, la diferencia entre la pasión y la profesión. Es decir, nos pueden apasionar las carreras de autos y los motores, pero no por eso seríamos mecánicos. Hay que buscar la felicidad en lo que se hace.
Lo ideal es que busques información sobre la carrera que deseas estudiar, que charles con uno o varios profesionales de esa rama, para que te cuenten como viene la mano y fundamentalmente, saber que es una decisión individual, antes de seguir una tradición familiar o tratar de imitar a un personaje a quien admiras.
Yo trabajaba en el campo y la chacra de mi viejo, rodeado de vacunos para cría y engorde. La tradición de carniceros de la familia, no me atraía demasiado, pero si tenía que hacer algo en mi vida, seria veterinario.
Me puse en contacto con algunos amigos que habían sido mis compañeros en las secundarias que había frecuentado y me encontré con el Negro Enriqué que estudiaba veterinaria en Tandil. Me dio una dirección donde él vivía con otros dos, pero que en el momento del curso de ingreso, no estaban, que estaría solo y que no había dramas.
Ni bien entré a la universidad, me di cuenta lo complicado que se hace a veces explicar que mi viejo había nacido en Barcelona, pero de Sicilia en Italia y no en España. Lo que me quedo claro, era que había 200 lugares, pero que los anotados para ingresar, hasta ese momento, contaban más de 600. Yo me tenía una fe bárbara, no me había llevado ninguna materia en quinto y estaba más agrandado que alpargata de boliviano. El problema era con química y biología y yo era un flamante, perito mercantil.
Averigüe por las clases de apoyo y surgió otro problema, imagínate, nosotros en el comercial éramos seis, cuando entré en semejante aula, casi me caigo de culo. Había llegado temprano, pero ya éramos como cien y para colmo, los bancos tenían un pedacito de mesa para el cuaderno, pero del lado derecho. No me quedo más remedio que rajar para el fondo y ocupar dos bancos, uno para sentarme y el otro para apoyar mi cuaderno y poder escribir con la mano izquierda. Allá a lo lejos la profesora se presento y dijo que si alguien tenía dudas trataría de atenderlas, pero que consideráramos la cantidad que concurríamos. Una forma muy cordial de avisarnos, que no respondería pelotudeces.
Como la cosa más natural del mundo, escribió en el pizarrón, Cl. Yo estaba seguro que no me había perdido nada de lo que había dicho, pero esas iníciales, no coincidían con nada que conociera. Levante la mano y atendió mi consulta. Pregunte que significaban esas iníciales. Y su respuesta fue preguntarme de que colegio venia. Yo pensé que le había interesado a la mina por ser el primero en preguntar, pero cuando le dije que venía de un comercial, dijo que bueno, que debería poner mis barbas en remojo y comprarme una tabla de los elementos, porque ese era el símbolo del cloro. Yo no le iba a explicar, que mi profesora de química había sido la Sra. Matilde de Costanzo, porque seguro no la conocía y aunque ella se esforzó, no había forma que yo me acuerde de ningún puto símbolo de la tabla de los elementos.
Volví de esa clase de apoyo y me quede más preocupado que pavo en diciembre. Pero esa mina tandilera no sabía, que cuando más me dicen que no puedo, más me emperro en demostrar lo contrario. Le metí horas silla y al final logre, no solo conocer la tabla de los elementos, sino que podía, sin problemas, leer una combinación de símbolos y nombrar a que sal correspondía.
En Tandil vivía un amigo que había sido director técnico del Deportivo Beltrán, cuando debute en la primera división y quien confió en mis habilidades, aunque tenía 15 años. Antes de empezar con las clases, lo fui a visitar y enseguida me estaba dando la ficha del club que lleva el nombre de su abuelo y el suyo propio, Antonio Santamarina. Le dije que con mucho gusto la firmaría ni bien pudiera ingresar a la universidad. Prometí volverlo a ver, en cuanto me diera el tiempo.
Fueron dos meses en que no vi la luz del sol. Entre los doscientos, estaba mi nombre. Finalmente aprobé el ingreso y podría estudiar veterinaria.
De la universidad me fui a un locutorio para comunicar la buena nueva a mis viejos, más contento que palo de gallinero -como diría mi viejo- y decirles que me quedaría un par de días para buscar un departamento. Fue entonces cuando el viejo me dijo, que además me buscara un trabajo, porque se le había hecho la noche en los negocios y las deudas duplicaban su patrimonio. Para que entiendas, mi viejo debía el doble de lo que tenía.
En cinco meses, un tal Martínez de Hoz, ministro de economía de los milicos y mi candidato al premio nobel de química, por haber transformado la plata en mierda en menos de 24hs, con no se qué puta tablita, que no era de los elementos, y una puta ley 1050, había logrado destruir, lo que mi viejo, con mucho esfuerzo, construyo en 30 años de laburo. Le dije que no se preocupe, que yo estaba saliendo para Beltrán y que si iba a trabajar, sería como lo había hecho hasta entonces y que de alguna manera saldríamos adelante.
Arme mi bolso y con él, mi sueño de ser veterinario.
Y así partimos Viviana y Ricardo Álvarez, Marcelo Pilía, Marisa Barrera, Claudio Reverte y yo. Fueron dos o tres viajes y la conclusión es que lo pasamos bárbaro. Nos divertimos como locos, nos dijeron todo lo que nosotros ya sabíamos pero ahora nos habían cobrado.
En realidad, cuando elijas una profesión, toma en cuenta algunos detalles, que me animo a contarte porque en mi vida he cambiado varias y recién después de los treinta y pico, me di cuenta que, en realidad, no me gusta trabajar y no hay ninguna forma que, sin trabajar, logres otra cosa, que no sea la crítica de los que la yugan todos los días. Por más que me esfuerce en explicar que nos es fácil estar al pedo, todos me miran como para mandarme a la mierda, pero esa es la realidad, no es fácil y no hay uñas que aguanten.
Muchas veces no se tiene en cuenta, la diferencia entre la pasión y la profesión. Es decir, nos pueden apasionar las carreras de autos y los motores, pero no por eso seríamos mecánicos. Hay que buscar la felicidad en lo que se hace.
Lo ideal es que busques información sobre la carrera que deseas estudiar, que charles con uno o varios profesionales de esa rama, para que te cuenten como viene la mano y fundamentalmente, saber que es una decisión individual, antes de seguir una tradición familiar o tratar de imitar a un personaje a quien admiras.
Yo trabajaba en el campo y la chacra de mi viejo, rodeado de vacunos para cría y engorde. La tradición de carniceros de la familia, no me atraía demasiado, pero si tenía que hacer algo en mi vida, seria veterinario.
Me puse en contacto con algunos amigos que habían sido mis compañeros en las secundarias que había frecuentado y me encontré con el Negro Enriqué que estudiaba veterinaria en Tandil. Me dio una dirección donde él vivía con otros dos, pero que en el momento del curso de ingreso, no estaban, que estaría solo y que no había dramas.
Ni bien entré a la universidad, me di cuenta lo complicado que se hace a veces explicar que mi viejo había nacido en Barcelona, pero de Sicilia en Italia y no en España. Lo que me quedo claro, era que había 200 lugares, pero que los anotados para ingresar, hasta ese momento, contaban más de 600. Yo me tenía una fe bárbara, no me había llevado ninguna materia en quinto y estaba más agrandado que alpargata de boliviano. El problema era con química y biología y yo era un flamante, perito mercantil.
Averigüe por las clases de apoyo y surgió otro problema, imagínate, nosotros en el comercial éramos seis, cuando entré en semejante aula, casi me caigo de culo. Había llegado temprano, pero ya éramos como cien y para colmo, los bancos tenían un pedacito de mesa para el cuaderno, pero del lado derecho. No me quedo más remedio que rajar para el fondo y ocupar dos bancos, uno para sentarme y el otro para apoyar mi cuaderno y poder escribir con la mano izquierda. Allá a lo lejos la profesora se presento y dijo que si alguien tenía dudas trataría de atenderlas, pero que consideráramos la cantidad que concurríamos. Una forma muy cordial de avisarnos, que no respondería pelotudeces.
Como la cosa más natural del mundo, escribió en el pizarrón, Cl. Yo estaba seguro que no me había perdido nada de lo que había dicho, pero esas iníciales, no coincidían con nada que conociera. Levante la mano y atendió mi consulta. Pregunte que significaban esas iníciales. Y su respuesta fue preguntarme de que colegio venia. Yo pensé que le había interesado a la mina por ser el primero en preguntar, pero cuando le dije que venía de un comercial, dijo que bueno, que debería poner mis barbas en remojo y comprarme una tabla de los elementos, porque ese era el símbolo del cloro. Yo no le iba a explicar, que mi profesora de química había sido la Sra. Matilde de Costanzo, porque seguro no la conocía y aunque ella se esforzó, no había forma que yo me acuerde de ningún puto símbolo de la tabla de los elementos.
Volví de esa clase de apoyo y me quede más preocupado que pavo en diciembre. Pero esa mina tandilera no sabía, que cuando más me dicen que no puedo, más me emperro en demostrar lo contrario. Le metí horas silla y al final logre, no solo conocer la tabla de los elementos, sino que podía, sin problemas, leer una combinación de símbolos y nombrar a que sal correspondía.
En Tandil vivía un amigo que había sido director técnico del Deportivo Beltrán, cuando debute en la primera división y quien confió en mis habilidades, aunque tenía 15 años. Antes de empezar con las clases, lo fui a visitar y enseguida me estaba dando la ficha del club que lleva el nombre de su abuelo y el suyo propio, Antonio Santamarina. Le dije que con mucho gusto la firmaría ni bien pudiera ingresar a la universidad. Prometí volverlo a ver, en cuanto me diera el tiempo.
Fueron dos meses en que no vi la luz del sol. Entre los doscientos, estaba mi nombre. Finalmente aprobé el ingreso y podría estudiar veterinaria.
De la universidad me fui a un locutorio para comunicar la buena nueva a mis viejos, más contento que palo de gallinero -como diría mi viejo- y decirles que me quedaría un par de días para buscar un departamento. Fue entonces cuando el viejo me dijo, que además me buscara un trabajo, porque se le había hecho la noche en los negocios y las deudas duplicaban su patrimonio. Para que entiendas, mi viejo debía el doble de lo que tenía.
En cinco meses, un tal Martínez de Hoz, ministro de economía de los milicos y mi candidato al premio nobel de química, por haber transformado la plata en mierda en menos de 24hs, con no se qué puta tablita, que no era de los elementos, y una puta ley 1050, había logrado destruir, lo que mi viejo, con mucho esfuerzo, construyo en 30 años de laburo. Le dije que no se preocupe, que yo estaba saliendo para Beltrán y que si iba a trabajar, sería como lo había hecho hasta entonces y que de alguna manera saldríamos adelante.
Arme mi bolso y con él, mi sueño de ser veterinario.
lunes, 11 de abril de 2011
De Cuatro Pares de Abuelos.
En Monte San Pietrangeli, en la provincia de Marque, donde vivía la familia de Agustín Fulvi y de María Mercante, la situación de pobreza y un futuro de miseria y guerra civil, obligaban a una decisión para nada sencilla.
Las violentas luchas por unificar los pequeños estados en los que estaba dividida Italia en 1860, produjeron grandes trastornos económicos y el país terminó conformándose con estados territorios ricos al norte y regiones agrícolas y más pobres al sur. Faltó una infraestructura estatal capaz de resolver los problemas concretos de la población y, la desigualdad entre las clases sociales derivó en desempleo y corrupción.
Con el dolor en el alma y la desesperación de los padres que ven el futuro de hambre de sus hijos, se ven impulsados a emigrar. El debate de las formas y los nombres de quien se va y quien se queda, es imposible de describir. En esas pocas horas de intimidad el matrimonio percibió la imposibilidad de mantener unida a la familia, alguien tenía que emigrar primero y volver después a buscar al resto de la familia. Don Agustín se despidió de su mujer y dos de sus hijas menores y se embarcó en el buque Tomasso Savoia con sus hijos mayores Paolina, Pascual y aunque fuera el menor de todos era hombre, Enrique, mi abuelo.
Cuando llegaron a la Argentina el 11 de Octubre de 1910. Mientras preparaban sus equipajes, subió al barco un señor buscando obreros para cosechar arvejas. Agustín Fulvi, se entrevistó con él y vio que el trabajo era bueno, contrató condiciones y sueldo.
Todo de palabra porque el papel en aquel tiempo era caro y la palabra más barata, pero valía mucho más que tres hojas de oficio, con veinte sellos y cuarenta firmas.
Cuando se terminaron las arvejas, Don Agustín con sus hijos, se trasladaron a Bahía Blanca, donde un cuñado suyo, Antonio Fabiani, trabajaba de cocinero en el colegio Salesiano Don Bosco y allí consiguió trabajo también para Agustín. Conoció al padre Luis Costamaña, que en aquel tiempo era director. Por consejo de los médicos, el padre Luis debía viajar a pasar unos días de descanso, a la isla de Choele Choel, donde el padre Accetto estaba necesitando un hombre joven y de confianza, entonces le recomendó a Don Agustín.
En el territorio de Choele Choel aun estaba fresca la sangre de los indios expulsados en la expedición al desierto encabezada por Julio Argentino Roca.
Para el estado nacional, significó la apropiación de millones de hectáreas. Estas tierras fiscales que, según se había establecido en la Ley de Inmigración, serían destinadas al establecimiento de colonos y pequeños propietarios llegados de Europa, fueron distribuidas entre una minoría de familias vinculadas al poder, que pagaron por ellas sumas irrisorias.
Algunos ya eran grandes terratenientes, otros comenzaron a serlo e inauguraron su carrera de ricos y famosos. Los Pereyra Iraola, los Álzaga Unzué, los Luro, los Anchorena, los Martínez de Hoz, los Menéndez, ya tenían algo más que dónde caerse muertos.
El padre salesiano Alberto Agostini brindaba este panorama: "El principal agente de la rápida extinción fue la persecución despiadada y sin tregua que les hicieron los estancieros, por medio de peones ovejeros quienes, estimulados y pagados por los patrones, los cazaban sin misericordia a tiros de Wínchester o los envenenaban con estricnina, para que sus mandantes se quedaran con los campos primeramente ocupados por los aborígenes. Se llegó a pagar una libra esterlina por par de oreja de indios. Al aparecer con vida algunos desorejados, se cambió la oferta: una libra por par de testículos".
Cuando los Fulvi vienen a vivir al Salesiano de Luis Beltrán, ya eran muchas las familias del mismo origen que estaban radicadas en la isla. De todos modos se cuentan entre los primeros pobladores de Luis Beltrán.
Trabajando varios años de sol a sol, ganaron lo suficiente como para ir a buscar al resto de la familia, que había quedado en Italia. Cuando tenían todo listo, estalló la primera guerra mundial y no pudieron realizar sus proyectos, tuvieron que esperar hasta después de 1920.
Finalmente Don Agustín puede volver a Italia y traer a su esposa Doña María y sus hijas menores, Anunciada y Gentilina. Las había dejado pequeñas en 1910, pero ahora las encontró señoritas y sin novio. Eran lindas pero no tenían novio por una razón muy triste, dijo mi abuelo Enrique, -“Una de esas razones que los gobiernos no entienden y que no quieren que se hable de ella… La guerra”-. Allí la guerra había matado a todos los muchachos jóvenes de Monte San Pietrangeli y de toda Italia. Esa era la razón por la cual no tenían novio.
Apenas Don Agustín, llegó a Luis Beltrán, trayendo a su mujer y sus hijas, el carruaje donde venían tuvo dificultades en los caminos pantanosos por la lluvia, cerca de la chacra de Gadano, donde trabajaba Nazareno Rapari.
Nazareno le ayudo a solucionar el problema y conoció a Gentilina. A los pocos días, Don Agustín invitó a Nazareno a comer la pasta de los domingos, así comenzó la relación entre Nazareno y Gentilina.
Al poco tiempo vino de la zona de Bahía Blanca, de visita a la casa de los Fulvi, Nazareno D’Ascanio. A quien habían conocido en su paso por la zona, unos años atrás. Muy grata fue la sorpresa para este otro Nazareno, ya que no sabía de la llegada de las hermanas de los Fulvi. Y conoció a Anunciada.
Pascual acompañaba al cura Accetto en la recorrida por la isla visitando a las familias que vivían más alejadas. Una de esas familias era la de Vicente Belloni y Carmela Petassi. Conoció a una de las hijas, Ángela. Pero no era conveniente en aquellas épocas, que se casara una hija menor, si aun no lo había hecho la mayor. Pascual, ni lerdo ni perezoso, le comento a Enrique, la posibilidad de conocer a una chica que vivía por la zona de isla verde, en la punta oeste de la isla de Choele Choel. Allá fueron los gringuitos un domingo temprano y se quedaron a comer, después de reunirse con Vicente y Carmela para arreglar el noviazgo. Una puerta de madera de pino dividía la cocina, donde estaban reunidos, de una de las habitaciones de la casa. Vicenta y Ángela, a través de un agujero dejado por un nudo de la madera en la puerta, espiaban y escuchaban los acuerdos, mientras comentaban sus preferencias y se interrogaban cual les tocaría en suerte. Pero la suerte ya estaba echada, según contaba mi abuelo Enrique, Pascual eligió la más linda pero él se quedo con la más trabajadora.
Pascual era el más conversador y el facilitador, ya que la hermana mayor de Ángela, Vicenta, no se caracterizaba por hacer sociales. Si bien entre Vicenta y Enrique hubo química desde el principio, fue Pascual el armador de la fiesta.
Como siempre en el invierno había más tiempo para dedicarle a los asuntos familiares.
Para casarse se esperaba a que termine la cosecha. Por el trabajo y por los fondos.
Estas cuatro parejitas recién formadas, no se destacaban por acaudalados y con buen criterio pensaron que una sola fiesta de casamiento, solucionaría una serie de cuestiones. Además un casamiento se celebraba con mucho entusiasmo, porque era para toda la vida, y una nueva familia significaba mayores frutos del amor y era hijos, lo único que se podía tener la cantidad que quisieran.
Yo no creo que se propusieran generar uno de los hechos históricos más importantes de la vida de nuestra zona, se generó espontáneamente, considerando las limitaciones que tenían, no las riquezas.
Yo no sé cuantas veces en el mundo se casaron cuatro hermanos, el mismo día, en la misma hora y con el mismo sacerdote. No creo que muchas. Y ocurrió acá. En Beltrán.
Pascual Fulvi, hijo de Agustín Fulvi y María Mercante, se casa con Ángela Belloni, hija de Vicente Belloni y Carmela Petassi. Y son sus padrinos de boda, Mariano Moglianesi y María Antonia Costanzo.
Enrique Fulvi, hijo de Agustín y María, se casa con Vicenta Belloni, hija de Vicente y Carmela, hermana mayor de Ángela. Y son sus padrinos Ernesto Concetti y Pascuala Corradi.
Anunciada Fulvi, hija de Agustín y María, se casa con Nazareo D’Ascanio, hijo de Serafino D’Ascanio y Rosa Noé D’Ascanio. Siendo sus padrinos, Pascual Fulvi y Ángela Belloni.
Gentilina Fulvi, también hija de Agustín y María, se casa con otro Nazareno, en este caso Nazareno Rapari, hijo de José Rapari y Paola Cavallaro. Y fueron sus padrinos, Nazareno D’Ascanio y Anunciada Fulvi.
Después de la fiesta a la que asistieron media isla de Choele Choel, los recién casados partieron de luna de miel a Bahía Blanca. Un hotel cerquita de la estación, alojo a los tórtolos.
Después el regreso no contaría a Nazareno D’Ascanio y su flamante esposa, ellos se quedarían por la zona de Bahía Blanca unos años.
En el primer año nomas, nacieron los primeros hijos. Y la cosa pintaba para otra fiesta enseguida, los tres primeros hijos de estos matrimonios resultaron varones. El primero de Nazareno Rapari, Alfredito. Empato Enrique y nació Luisito. Poco después sería el turno de Nazareno D’Ascanio y empardo con Marito. Se esperaba la inminente llegada del cuarto a cargo de Pascual.
Desde que naciera Marito se hablaba de una fiesta tan grande como el casamiento, en caso de que los cuatro primeros hijos fueran varones. Los parientes y amigos estaban avisados. Todos atentos, contando los días. Hasta los lechones y los pollos se estaban engordando.
¡Que podía fallar, la fiesta era un hecho!
Exactamente el 30 de octubre la fiesta se pincho. Doña Ángela dio a luz y su bebe llego bien, pero resulto ser una nena.
En aquellos tiempos, no se festejaba por igual el nacimiento de un varón o una nena.
En aquellos tiempos las mujeres venían al mundo a sufrir y a ningún padre le gusta que un hijo sufra.
La cosa es que Adelina seria la responsable de la suspensión de la fiesta.
Cada familia seguiría con los encargues. Enrique se descuido y a los cinco meses, Vicenta estaba embarazada. La calabresa reto a su compañero como si fuera el único responsable. No podían tener un hijo atrás de otro, sin haberlo programado.
La preocupación embargó a Enrique y se dispuso a “tomar medidas”. Aunque la Negrita ya venía en camino.
Los métodos anticonceptivos diferían mucho a los actuales. Pero a Enrique, su método le dio resultados un tiempo. Pero las otras familias seguían creciendo sin control.
El sistema de Enrique fue la envidia de unos cuantos pero quedara en la memoria, ya que nunca fue patentado el sistema.
Así y todo entre los cuatro matrimonios sumaron veinte hijos.
La segunda fiesta se realizó entonces a los veinticinco años, o sea en el año 1947, donde se tiro la casa por la ventana. Fue tan linda esa fiesta que resolvieron repetirla a los cuarenta años, en el año 1962. En esta tercera fiesta, aún estaban presentes los cuatro novios y las cuatro novias, hijos, hijas, nietos y bisnietos, amigos de hijos, de hijas y de nietos. Para dar una idea de lo grandioso del evento, basta decir que actuó de jefe de cocina el odontólogo de la zona Don Luis Arias.
Diez años después, en el 1972 se realiza la tercera fiesta, donde se festejan las bodas de oro. En el salón del Horizonte vecino al cine de Domingo Costanzo, en la calle Avellaneda.
En esta oportunidad, de los ocho novios faltó uno, Nazareno D’Ascanio, volvió a la casa del Padre donde no hay ni lagrimas ni dolor, pero Anunciada, su compañera de tantos años, quiso que se hiciera lo mismo la fiesta. Y ella participo con la seguridad, de que fuera esa la voluntad de su compañero.
Pasaron los años y cada uno a su tiempo fueron dejando este mundo para vivir eternamente en el corazón de su descendencia. Y en el año 1987, solo Enrique, el menor de los cuatro hermanos, compartió la Primera Fiesta de Los primos.
Esta primera fiesta, fue improvisada y la concurrencia se limitó a los que aún vivíamos en Beltrán y las localidades cercanas, aunque vinieron algunos de Buenos Aires.
Pasarían más de catorce años para organizar una Segunda Fiesta de los Primos, el domingo 08 de julio del 2001, en las instalaciones del Circulo Italiano, más de doscientos primos, recordamos con mucho cariño, a estos cuatro pares de abuelos, que estarán presentes eternamente en nuestros corazones.
-¡¡¡Que familión- dirían don Agustín y María!!!.
Las violentas luchas por unificar los pequeños estados en los que estaba dividida Italia en 1860, produjeron grandes trastornos económicos y el país terminó conformándose con estados territorios ricos al norte y regiones agrícolas y más pobres al sur. Faltó una infraestructura estatal capaz de resolver los problemas concretos de la población y, la desigualdad entre las clases sociales derivó en desempleo y corrupción.
Con el dolor en el alma y la desesperación de los padres que ven el futuro de hambre de sus hijos, se ven impulsados a emigrar. El debate de las formas y los nombres de quien se va y quien se queda, es imposible de describir. En esas pocas horas de intimidad el matrimonio percibió la imposibilidad de mantener unida a la familia, alguien tenía que emigrar primero y volver después a buscar al resto de la familia. Don Agustín se despidió de su mujer y dos de sus hijas menores y se embarcó en el buque Tomasso Savoia con sus hijos mayores Paolina, Pascual y aunque fuera el menor de todos era hombre, Enrique, mi abuelo.
Cuando llegaron a la Argentina el 11 de Octubre de 1910. Mientras preparaban sus equipajes, subió al barco un señor buscando obreros para cosechar arvejas. Agustín Fulvi, se entrevistó con él y vio que el trabajo era bueno, contrató condiciones y sueldo.
Todo de palabra porque el papel en aquel tiempo era caro y la palabra más barata, pero valía mucho más que tres hojas de oficio, con veinte sellos y cuarenta firmas.
Cuando se terminaron las arvejas, Don Agustín con sus hijos, se trasladaron a Bahía Blanca, donde un cuñado suyo, Antonio Fabiani, trabajaba de cocinero en el colegio Salesiano Don Bosco y allí consiguió trabajo también para Agustín. Conoció al padre Luis Costamaña, que en aquel tiempo era director. Por consejo de los médicos, el padre Luis debía viajar a pasar unos días de descanso, a la isla de Choele Choel, donde el padre Accetto estaba necesitando un hombre joven y de confianza, entonces le recomendó a Don Agustín.
En el territorio de Choele Choel aun estaba fresca la sangre de los indios expulsados en la expedición al desierto encabezada por Julio Argentino Roca.
Para el estado nacional, significó la apropiación de millones de hectáreas. Estas tierras fiscales que, según se había establecido en la Ley de Inmigración, serían destinadas al establecimiento de colonos y pequeños propietarios llegados de Europa, fueron distribuidas entre una minoría de familias vinculadas al poder, que pagaron por ellas sumas irrisorias.
Algunos ya eran grandes terratenientes, otros comenzaron a serlo e inauguraron su carrera de ricos y famosos. Los Pereyra Iraola, los Álzaga Unzué, los Luro, los Anchorena, los Martínez de Hoz, los Menéndez, ya tenían algo más que dónde caerse muertos.
El padre salesiano Alberto Agostini brindaba este panorama: "El principal agente de la rápida extinción fue la persecución despiadada y sin tregua que les hicieron los estancieros, por medio de peones ovejeros quienes, estimulados y pagados por los patrones, los cazaban sin misericordia a tiros de Wínchester o los envenenaban con estricnina, para que sus mandantes se quedaran con los campos primeramente ocupados por los aborígenes. Se llegó a pagar una libra esterlina por par de oreja de indios. Al aparecer con vida algunos desorejados, se cambió la oferta: una libra por par de testículos".
Cuando los Fulvi vienen a vivir al Salesiano de Luis Beltrán, ya eran muchas las familias del mismo origen que estaban radicadas en la isla. De todos modos se cuentan entre los primeros pobladores de Luis Beltrán.
Trabajando varios años de sol a sol, ganaron lo suficiente como para ir a buscar al resto de la familia, que había quedado en Italia. Cuando tenían todo listo, estalló la primera guerra mundial y no pudieron realizar sus proyectos, tuvieron que esperar hasta después de 1920.
Finalmente Don Agustín puede volver a Italia y traer a su esposa Doña María y sus hijas menores, Anunciada y Gentilina. Las había dejado pequeñas en 1910, pero ahora las encontró señoritas y sin novio. Eran lindas pero no tenían novio por una razón muy triste, dijo mi abuelo Enrique, -“Una de esas razones que los gobiernos no entienden y que no quieren que se hable de ella… La guerra”-. Allí la guerra había matado a todos los muchachos jóvenes de Monte San Pietrangeli y de toda Italia. Esa era la razón por la cual no tenían novio.
Apenas Don Agustín, llegó a Luis Beltrán, trayendo a su mujer y sus hijas, el carruaje donde venían tuvo dificultades en los caminos pantanosos por la lluvia, cerca de la chacra de Gadano, donde trabajaba Nazareno Rapari.
Nazareno le ayudo a solucionar el problema y conoció a Gentilina. A los pocos días, Don Agustín invitó a Nazareno a comer la pasta de los domingos, así comenzó la relación entre Nazareno y Gentilina.
Al poco tiempo vino de la zona de Bahía Blanca, de visita a la casa de los Fulvi, Nazareno D’Ascanio. A quien habían conocido en su paso por la zona, unos años atrás. Muy grata fue la sorpresa para este otro Nazareno, ya que no sabía de la llegada de las hermanas de los Fulvi. Y conoció a Anunciada.
Pascual acompañaba al cura Accetto en la recorrida por la isla visitando a las familias que vivían más alejadas. Una de esas familias era la de Vicente Belloni y Carmela Petassi. Conoció a una de las hijas, Ángela. Pero no era conveniente en aquellas épocas, que se casara una hija menor, si aun no lo había hecho la mayor. Pascual, ni lerdo ni perezoso, le comento a Enrique, la posibilidad de conocer a una chica que vivía por la zona de isla verde, en la punta oeste de la isla de Choele Choel. Allá fueron los gringuitos un domingo temprano y se quedaron a comer, después de reunirse con Vicente y Carmela para arreglar el noviazgo. Una puerta de madera de pino dividía la cocina, donde estaban reunidos, de una de las habitaciones de la casa. Vicenta y Ángela, a través de un agujero dejado por un nudo de la madera en la puerta, espiaban y escuchaban los acuerdos, mientras comentaban sus preferencias y se interrogaban cual les tocaría en suerte. Pero la suerte ya estaba echada, según contaba mi abuelo Enrique, Pascual eligió la más linda pero él se quedo con la más trabajadora.
Pascual era el más conversador y el facilitador, ya que la hermana mayor de Ángela, Vicenta, no se caracterizaba por hacer sociales. Si bien entre Vicenta y Enrique hubo química desde el principio, fue Pascual el armador de la fiesta.
Como siempre en el invierno había más tiempo para dedicarle a los asuntos familiares.
Para casarse se esperaba a que termine la cosecha. Por el trabajo y por los fondos.
Estas cuatro parejitas recién formadas, no se destacaban por acaudalados y con buen criterio pensaron que una sola fiesta de casamiento, solucionaría una serie de cuestiones. Además un casamiento se celebraba con mucho entusiasmo, porque era para toda la vida, y una nueva familia significaba mayores frutos del amor y era hijos, lo único que se podía tener la cantidad que quisieran.
Yo no creo que se propusieran generar uno de los hechos históricos más importantes de la vida de nuestra zona, se generó espontáneamente, considerando las limitaciones que tenían, no las riquezas.
Yo no sé cuantas veces en el mundo se casaron cuatro hermanos, el mismo día, en la misma hora y con el mismo sacerdote. No creo que muchas. Y ocurrió acá. En Beltrán.
Pascual Fulvi, hijo de Agustín Fulvi y María Mercante, se casa con Ángela Belloni, hija de Vicente Belloni y Carmela Petassi. Y son sus padrinos de boda, Mariano Moglianesi y María Antonia Costanzo.
Enrique Fulvi, hijo de Agustín y María, se casa con Vicenta Belloni, hija de Vicente y Carmela, hermana mayor de Ángela. Y son sus padrinos Ernesto Concetti y Pascuala Corradi.
Anunciada Fulvi, hija de Agustín y María, se casa con Nazareo D’Ascanio, hijo de Serafino D’Ascanio y Rosa Noé D’Ascanio. Siendo sus padrinos, Pascual Fulvi y Ángela Belloni.
Gentilina Fulvi, también hija de Agustín y María, se casa con otro Nazareno, en este caso Nazareno Rapari, hijo de José Rapari y Paola Cavallaro. Y fueron sus padrinos, Nazareno D’Ascanio y Anunciada Fulvi.
Después de la fiesta a la que asistieron media isla de Choele Choel, los recién casados partieron de luna de miel a Bahía Blanca. Un hotel cerquita de la estación, alojo a los tórtolos.
Después el regreso no contaría a Nazareno D’Ascanio y su flamante esposa, ellos se quedarían por la zona de Bahía Blanca unos años.
En el primer año nomas, nacieron los primeros hijos. Y la cosa pintaba para otra fiesta enseguida, los tres primeros hijos de estos matrimonios resultaron varones. El primero de Nazareno Rapari, Alfredito. Empato Enrique y nació Luisito. Poco después sería el turno de Nazareno D’Ascanio y empardo con Marito. Se esperaba la inminente llegada del cuarto a cargo de Pascual.
Desde que naciera Marito se hablaba de una fiesta tan grande como el casamiento, en caso de que los cuatro primeros hijos fueran varones. Los parientes y amigos estaban avisados. Todos atentos, contando los días. Hasta los lechones y los pollos se estaban engordando.
¡Que podía fallar, la fiesta era un hecho!
Exactamente el 30 de octubre la fiesta se pincho. Doña Ángela dio a luz y su bebe llego bien, pero resulto ser una nena.
En aquellos tiempos, no se festejaba por igual el nacimiento de un varón o una nena.
En aquellos tiempos las mujeres venían al mundo a sufrir y a ningún padre le gusta que un hijo sufra.
La cosa es que Adelina seria la responsable de la suspensión de la fiesta.
Cada familia seguiría con los encargues. Enrique se descuido y a los cinco meses, Vicenta estaba embarazada. La calabresa reto a su compañero como si fuera el único responsable. No podían tener un hijo atrás de otro, sin haberlo programado.
La preocupación embargó a Enrique y se dispuso a “tomar medidas”. Aunque la Negrita ya venía en camino.
Los métodos anticonceptivos diferían mucho a los actuales. Pero a Enrique, su método le dio resultados un tiempo. Pero las otras familias seguían creciendo sin control.
El sistema de Enrique fue la envidia de unos cuantos pero quedara en la memoria, ya que nunca fue patentado el sistema.
Así y todo entre los cuatro matrimonios sumaron veinte hijos.
La segunda fiesta se realizó entonces a los veinticinco años, o sea en el año 1947, donde se tiro la casa por la ventana. Fue tan linda esa fiesta que resolvieron repetirla a los cuarenta años, en el año 1962. En esta tercera fiesta, aún estaban presentes los cuatro novios y las cuatro novias, hijos, hijas, nietos y bisnietos, amigos de hijos, de hijas y de nietos. Para dar una idea de lo grandioso del evento, basta decir que actuó de jefe de cocina el odontólogo de la zona Don Luis Arias.
Diez años después, en el 1972 se realiza la tercera fiesta, donde se festejan las bodas de oro. En el salón del Horizonte vecino al cine de Domingo Costanzo, en la calle Avellaneda.
En esta oportunidad, de los ocho novios faltó uno, Nazareno D’Ascanio, volvió a la casa del Padre donde no hay ni lagrimas ni dolor, pero Anunciada, su compañera de tantos años, quiso que se hiciera lo mismo la fiesta. Y ella participo con la seguridad, de que fuera esa la voluntad de su compañero.
Pasaron los años y cada uno a su tiempo fueron dejando este mundo para vivir eternamente en el corazón de su descendencia. Y en el año 1987, solo Enrique, el menor de los cuatro hermanos, compartió la Primera Fiesta de Los primos.
Esta primera fiesta, fue improvisada y la concurrencia se limitó a los que aún vivíamos en Beltrán y las localidades cercanas, aunque vinieron algunos de Buenos Aires.
Pasarían más de catorce años para organizar una Segunda Fiesta de los Primos, el domingo 08 de julio del 2001, en las instalaciones del Circulo Italiano, más de doscientos primos, recordamos con mucho cariño, a estos cuatro pares de abuelos, que estarán presentes eternamente en nuestros corazones.
-¡¡¡Que familión- dirían don Agustín y María!!!.
sábado, 19 de marzo de 2011
Mi Primer Safari.
En todas esas charlas de vacas perdidas con Gastón Marco, me conto que estaba armando un Land Rover 4x4 para correr una carrera por el desierto patagónico, por lugares increíbles que solo en ese tipo de autos se podía pasar. Me daba los detalles de cómo sería la hoja de ruta y que la mayoría del trayecto se hacía a campo traviesa o por alguna huella de vaca.
Verdaderamente era una aventura que supe es ese momento, algún día viviría. En la primera oportunidad que tuve, compre un jeep modelo 55, 4x4 original en la mecánica y carrocería de fibra de vidrio amarillo furioso. Bueno lo que se dice comprar, comprar con plata, no, en realidad lo cambie pelo a pelo por un Opel K180 verde loro que cayó en mis manos por una deuda cobrada a los apurones. La cuestión es que desde ese momento se despertó en mí, esa pasión por el safari. Esas carreras a campo traviesa que exigen no solo al piloto y navegante, sino también al vehículo, que debe estar adaptado a ese tipo de terreno, donde no hay caminos. Es decir, como un Dakar pero del subdesarrollo, porque los presupuestos son obscenamente inferiores.
A mi primer competencia, allá por el 85, me inscribí por teléfono. El jeep lo preparaba Omar Petaca Casella, en su taller nos encontrábamos después del horario de cierre y le hacíamos las reformas que imaginábamos necesarias. Nos habían dicho que entrabamos en la categoría 4x4 libres y eso quería decir que le podríamos hacer al jeep, todo lo que estimáramos conveniente para que aguante y que aguantemos nosotros. El motor 4 cilindros original del jeep, hecho pelotas, lo cambie por un radiador y cuatro amortiguadores.
Nenucho Fernández, otro mecánico del pueblo, me dio el dato de un viejo que había cambiado el motor a una chiva y que estaba muy bueno, porque lo usaba para dar la vuelta al perro nada más y lo tenía guardado. Compre ese motor también por teléfono y lo mande a buscar con el camión del reparto. Así como vino se lo metimos al Amarillo. Obviamente, ni bien se lo acomodamos, salimos a probarlo. Dimos unas vueltas por el pueblo con Petaca de navegante y salimos a la ruta. Cuando pasamos el Circulo Italiano saliendo del pueblo, vimos que estaban haciendo carreras de eslalon en el baldío de al lado. Ni lo pensamos. No encontraríamos mejor lugar para cagarlo a palos al Amarillo, para ver como sentía al seis cilindros. Nos anotamos y a fondo salimos a dar la vuelta previa. En la primera curva se cruzo un poco y en la segunda lo pusimos de poncho. Pobre loco, en ayunas nomas, ya lo pusimos con las caminadoras para arriba.
De todos modos, sirvió la experiencia para saber que ahora con ese bicho, no se jodía, tendría que aprender a manejarlo antes de hacer locuras.
El safari se correría en San Antonio. Serian unos 180 km de carrera y la mayor parte del recorrido, por la playa, rumbo a Bahía Creek, cerca de Viedma. En el taller mientras compartíamos los amargos, calculamos todo, cuanto de combustible, por lo menos tres cubiertas, algunos repuestos, herramientas, una pala, un hacha por si había algo de monte, la conservadora con vino y agua mineral, la carpa y asado de tira por si nos quedábamos tirados en algún lugar a pasar la noche y la parrilla.
Todo bien acomodadito y atado porque pensábamos andar requetefuerte y lo subimos al camión de Oscar Bedinello. En el lugar donde estaba previsto que hagamos noche para volver al otro día, no había hotel, bueno, ni hotel, ni nada, ni luz eléctrica había. Así es que para comer allá, llevamos un cordero vivo, con la idea de carnearlo en el momento en que lo íbamos a comer.
La verificación técnica, en la delegación municipal de Las Grutas, la pasamos sobrados, teníamos de todo, jaula antivuelco con cuatro puntos al chasis que le había hecho el loco Di Giorgio, butacas de Torino de cuero, matafuego de 15 kilos porque era el único que teníamos, de luces estaba al pelo porque lo usábamos para andar en el pueblo, cinturones de seguridad a la verija originales de Torino, una bandera larga en la antena de fibra y otra dobladita debajo de la butaca con la inscripción SOS por si nos perdíamos y nos salían a buscar en avión. Todo teníamos, hasta los elásticos vencidos teníamos, por el peso que llevábamos.
Nos dieron la hoja de ruta con unos dibujos que hacían de referencias y al costado los km que debíamos recorrer entre una y otra. Y cada tanto, en letras más grandes y en negrita decía PC. Con Miguel Martin no preguntamos nada cuando explicaron la hoja. Petaca, después de la experiencia del vuelco, no acepto ser mi navegante y Miguel venia de un divorcio y ser mi navegante no podía ser peor que eso, debo decir que tampoco me conocía y eso jugo a favor para que aceptara en cuanto le pregunte si el sí se animaba.
En una fila fuimos hasta la tercera bajada del balneario. La adrenalina ya empezaba a surtir su efecto y cada un minuto nos iban largando.
El amarillo iba quietito en la arena y le empecé a poner la pata al acelerador, a fondo, íbamos como mirando vidrieras, echados para atrás, como gallego en auto nuevo. De pronto vemos que un tipo, rodeado de un montón de gente, en la playa, llegando a San Antonio, nos baja una bandera. Por allá lo vemos a Petaca que viene corriendo adonde estábamos. A los gritos me dice.
-Viste la hoja boludo, viste donde dice PC, esos son puestos de control y vamos a estar los auxilios-
Yo lo mire como interrogando, que me importa. Entonces me dijo que arrime el jeep a la camioneta así bajábamos las cosas que llevábamos al pedo y lo alivianábamos un poco, porque veníamos enterrados en la arena. Bajamos un bidón de 40 litros de nafta, otro de 20 litros de agua, la carpa, el asado de tira y la parrilla. El jeep apenas se levanto un poquito, los elásticos ya estaban con las puntas mirando el piso.
De todos modos no le mezquine acelerador y ahora el terreno era más duro, los golpes del diferencial delantero en los topes de cubierta de tractor atornillados al chasis, me daban el límite de velocidad y marcaban el ritmo de carrera. Llegamos de nuevo a la playa cerca del puerto y en ese PC nos indicaron que debíamos hacer 40km por la playa y después teníamos que subir por unas dunas bastante jodidas.
Uno ve la playa y parece asfalto, pero no es. Cuando empezamos a darle duro a algunos zanjones, me di cuenta que para frenar al amarillo hubiera sido bueno traer un ancla, porque con los frenos originales del Ika, surtía el mismo efecto que agarrar un chancho de la cola.
Decidimos con Miguel ir más despacio y trataríamos de dar la vuelta, terminar la carrera sin romper nada. Cuando llegamos al punto de salir de la playa y encarar las dunas, vemos un jeep de nuestra categoría, justo en el borde superior, enterrado hasta los ejes en la arena. Abrí grande la vuelta y encare la trepada a lo que daba mi pie, cerca de las paletas del ventilador. Totalmente en vano el esfuerzo. En mitad de la trepada, se quedo el Amarillo y se me negó. El competidor que tenía el jeep encajado arriba, empezó a bajar caminando hacia donde estábamos nosotros. Era un tal Claudio Gallucci que habíamos sacado de adentro de un pozo unos cincuenta km atrás. Me preguntó si le había puesto la doble en alta. Cuando vio mi cara de estúpido, se dio cuenta que no tenía ni idea de que me estaba hablando. Me dijo que esa palanquita, que está al lado de la de cambios, era para poner la transmisión en alta o en baja y que para el lado del motor era baja y para el lado de la butaca era alta. Que le diera bien para atrás cerca de la marea y que lo ponga a fondo en segunda alta para poder subir. Hice lo que me indico y el Amarillo se prendió a la duna como garrapata y tirando arena por los cuatro vientos, trepo como si le hubieran puesto un cuete en el culo. Cuando pisamos terreno firme, paramos. Le dije a Gallucci que ponga la linga que lo tiraba. El tenía un palier cortado, pero igual pudimos sacarlo a terreno firme. Nos ofrecimos a ayudarlo y dijo que con lo que habíamos hecho estaba más que bien, que avise cuando llegue a sus auxilios, que iba a tardar un poco porque iría en simple, pero que seguía en carrera.
Terminamos esa primera etapa, bastante bien colocados y veíamos que todos estaban metidos debajo de los jeep haciendo algo. Petaca me pregunto si notaba algo mal en el Amarillo y le dije que veníamos en coche. Sin hacerme caso se tiro abajo y empezó a apretar tornillos sueltos por donde mirara, se habían aflojado hasta los dientes de Miguel.
El gordo Vuillermin y Oscar Bedinello, estaban preparando la cena con mi asado de tira en el disco. Pregunte por el cordero y me dijeron que les dio lastima matarlo, que sería mucha carne para las cinco personas del equipo. Con una soguita y una estaca, lo tenían pastoreando cerca del camión.
Acomodamos los colchones en la caja del forcito de Oscar y nos dispusimos a dormir. A lo lejos en la playa se escuchaba un jeep que iba y venía. Después nos contaron que habían estado probando distintos tipos de gomas y que habían optado por las súper agarre, igual a las únicas que teníamos nosotros. Estos no saben nada, pensamos. Nos dormimos bastante borrachos porque le dimos a la de cinco, hasta que la hicimos cagar.
Cuando empezó a despuntar el sol, nos teníamos que preparar para la segunda etapa, igual a la anterior pero de regreso. El gordo fue el primero en darse cuenta y dijo preocupado.
-El cordero no canta-
Lo habíamos atado cerquita en el paragolpes del camión, pero no daba señales de vida. Nos levantamos, tratando de emparejar el cuero con lastimosos estirones de las extremidades y echamos pie a tierra. Nos dolían los riñones de tanto zarandeo, pero nos preocupaba el cordero. Seguro lo habrían afanado. Lo buscamos un poco pero no lo encontramos. Teníamos que ponernos en marcha y nos arrimamos al Amarillo. Grande fue la sorpresa cuando vimos al cordero, con mi casco puesto hasta las paletas, atado de las manos al volante, sentadito en la butaca. Hijos de puta, lo habían paseado por todas las carpas y no sé si alguno no lo violó.
En la etapa de regreso ya nos sentíamos viejos expertos safaristas y terminamos sin ninguna rotura de importancia, salvo alguna que otra pinchadura. Con el trofeo del quinto puesto en nuestro debut, nos fuimos al primer bar que encontramos a darle el gusto al garguero.
Volvimos orgullosos de nuestra primera experiencia. Algunos nos felicitaban y se interesaban en como había resultado todo y otros opinaban que esto del safari, era una moda, que en uno o dos años ni se acordarían de la categoría. Hoy deben pensar diferente, pero nunca lo van a reconocer.
El cordero se convirtió en nuestra mascota y anduvo solo, en libertad por la chacra, hasta que murió de viejo.
Verdaderamente era una aventura que supe es ese momento, algún día viviría. En la primera oportunidad que tuve, compre un jeep modelo 55, 4x4 original en la mecánica y carrocería de fibra de vidrio amarillo furioso. Bueno lo que se dice comprar, comprar con plata, no, en realidad lo cambie pelo a pelo por un Opel K180 verde loro que cayó en mis manos por una deuda cobrada a los apurones. La cuestión es que desde ese momento se despertó en mí, esa pasión por el safari. Esas carreras a campo traviesa que exigen no solo al piloto y navegante, sino también al vehículo, que debe estar adaptado a ese tipo de terreno, donde no hay caminos. Es decir, como un Dakar pero del subdesarrollo, porque los presupuestos son obscenamente inferiores.
A mi primer competencia, allá por el 85, me inscribí por teléfono. El jeep lo preparaba Omar Petaca Casella, en su taller nos encontrábamos después del horario de cierre y le hacíamos las reformas que imaginábamos necesarias. Nos habían dicho que entrabamos en la categoría 4x4 libres y eso quería decir que le podríamos hacer al jeep, todo lo que estimáramos conveniente para que aguante y que aguantemos nosotros. El motor 4 cilindros original del jeep, hecho pelotas, lo cambie por un radiador y cuatro amortiguadores.
Nenucho Fernández, otro mecánico del pueblo, me dio el dato de un viejo que había cambiado el motor a una chiva y que estaba muy bueno, porque lo usaba para dar la vuelta al perro nada más y lo tenía guardado. Compre ese motor también por teléfono y lo mande a buscar con el camión del reparto. Así como vino se lo metimos al Amarillo. Obviamente, ni bien se lo acomodamos, salimos a probarlo. Dimos unas vueltas por el pueblo con Petaca de navegante y salimos a la ruta. Cuando pasamos el Circulo Italiano saliendo del pueblo, vimos que estaban haciendo carreras de eslalon en el baldío de al lado. Ni lo pensamos. No encontraríamos mejor lugar para cagarlo a palos al Amarillo, para ver como sentía al seis cilindros. Nos anotamos y a fondo salimos a dar la vuelta previa. En la primera curva se cruzo un poco y en la segunda lo pusimos de poncho. Pobre loco, en ayunas nomas, ya lo pusimos con las caminadoras para arriba.
De todos modos, sirvió la experiencia para saber que ahora con ese bicho, no se jodía, tendría que aprender a manejarlo antes de hacer locuras.
El safari se correría en San Antonio. Serian unos 180 km de carrera y la mayor parte del recorrido, por la playa, rumbo a Bahía Creek, cerca de Viedma. En el taller mientras compartíamos los amargos, calculamos todo, cuanto de combustible, por lo menos tres cubiertas, algunos repuestos, herramientas, una pala, un hacha por si había algo de monte, la conservadora con vino y agua mineral, la carpa y asado de tira por si nos quedábamos tirados en algún lugar a pasar la noche y la parrilla.
Todo bien acomodadito y atado porque pensábamos andar requetefuerte y lo subimos al camión de Oscar Bedinello. En el lugar donde estaba previsto que hagamos noche para volver al otro día, no había hotel, bueno, ni hotel, ni nada, ni luz eléctrica había. Así es que para comer allá, llevamos un cordero vivo, con la idea de carnearlo en el momento en que lo íbamos a comer.
La verificación técnica, en la delegación municipal de Las Grutas, la pasamos sobrados, teníamos de todo, jaula antivuelco con cuatro puntos al chasis que le había hecho el loco Di Giorgio, butacas de Torino de cuero, matafuego de 15 kilos porque era el único que teníamos, de luces estaba al pelo porque lo usábamos para andar en el pueblo, cinturones de seguridad a la verija originales de Torino, una bandera larga en la antena de fibra y otra dobladita debajo de la butaca con la inscripción SOS por si nos perdíamos y nos salían a buscar en avión. Todo teníamos, hasta los elásticos vencidos teníamos, por el peso que llevábamos.
Nos dieron la hoja de ruta con unos dibujos que hacían de referencias y al costado los km que debíamos recorrer entre una y otra. Y cada tanto, en letras más grandes y en negrita decía PC. Con Miguel Martin no preguntamos nada cuando explicaron la hoja. Petaca, después de la experiencia del vuelco, no acepto ser mi navegante y Miguel venia de un divorcio y ser mi navegante no podía ser peor que eso, debo decir que tampoco me conocía y eso jugo a favor para que aceptara en cuanto le pregunte si el sí se animaba.
En una fila fuimos hasta la tercera bajada del balneario. La adrenalina ya empezaba a surtir su efecto y cada un minuto nos iban largando.
El amarillo iba quietito en la arena y le empecé a poner la pata al acelerador, a fondo, íbamos como mirando vidrieras, echados para atrás, como gallego en auto nuevo. De pronto vemos que un tipo, rodeado de un montón de gente, en la playa, llegando a San Antonio, nos baja una bandera. Por allá lo vemos a Petaca que viene corriendo adonde estábamos. A los gritos me dice.
-Viste la hoja boludo, viste donde dice PC, esos son puestos de control y vamos a estar los auxilios-
Yo lo mire como interrogando, que me importa. Entonces me dijo que arrime el jeep a la camioneta así bajábamos las cosas que llevábamos al pedo y lo alivianábamos un poco, porque veníamos enterrados en la arena. Bajamos un bidón de 40 litros de nafta, otro de 20 litros de agua, la carpa, el asado de tira y la parrilla. El jeep apenas se levanto un poquito, los elásticos ya estaban con las puntas mirando el piso.
De todos modos no le mezquine acelerador y ahora el terreno era más duro, los golpes del diferencial delantero en los topes de cubierta de tractor atornillados al chasis, me daban el límite de velocidad y marcaban el ritmo de carrera. Llegamos de nuevo a la playa cerca del puerto y en ese PC nos indicaron que debíamos hacer 40km por la playa y después teníamos que subir por unas dunas bastante jodidas.
Uno ve la playa y parece asfalto, pero no es. Cuando empezamos a darle duro a algunos zanjones, me di cuenta que para frenar al amarillo hubiera sido bueno traer un ancla, porque con los frenos originales del Ika, surtía el mismo efecto que agarrar un chancho de la cola.
Decidimos con Miguel ir más despacio y trataríamos de dar la vuelta, terminar la carrera sin romper nada. Cuando llegamos al punto de salir de la playa y encarar las dunas, vemos un jeep de nuestra categoría, justo en el borde superior, enterrado hasta los ejes en la arena. Abrí grande la vuelta y encare la trepada a lo que daba mi pie, cerca de las paletas del ventilador. Totalmente en vano el esfuerzo. En mitad de la trepada, se quedo el Amarillo y se me negó. El competidor que tenía el jeep encajado arriba, empezó a bajar caminando hacia donde estábamos nosotros. Era un tal Claudio Gallucci que habíamos sacado de adentro de un pozo unos cincuenta km atrás. Me preguntó si le había puesto la doble en alta. Cuando vio mi cara de estúpido, se dio cuenta que no tenía ni idea de que me estaba hablando. Me dijo que esa palanquita, que está al lado de la de cambios, era para poner la transmisión en alta o en baja y que para el lado del motor era baja y para el lado de la butaca era alta. Que le diera bien para atrás cerca de la marea y que lo ponga a fondo en segunda alta para poder subir. Hice lo que me indico y el Amarillo se prendió a la duna como garrapata y tirando arena por los cuatro vientos, trepo como si le hubieran puesto un cuete en el culo. Cuando pisamos terreno firme, paramos. Le dije a Gallucci que ponga la linga que lo tiraba. El tenía un palier cortado, pero igual pudimos sacarlo a terreno firme. Nos ofrecimos a ayudarlo y dijo que con lo que habíamos hecho estaba más que bien, que avise cuando llegue a sus auxilios, que iba a tardar un poco porque iría en simple, pero que seguía en carrera.
Terminamos esa primera etapa, bastante bien colocados y veíamos que todos estaban metidos debajo de los jeep haciendo algo. Petaca me pregunto si notaba algo mal en el Amarillo y le dije que veníamos en coche. Sin hacerme caso se tiro abajo y empezó a apretar tornillos sueltos por donde mirara, se habían aflojado hasta los dientes de Miguel.
El gordo Vuillermin y Oscar Bedinello, estaban preparando la cena con mi asado de tira en el disco. Pregunte por el cordero y me dijeron que les dio lastima matarlo, que sería mucha carne para las cinco personas del equipo. Con una soguita y una estaca, lo tenían pastoreando cerca del camión.
Acomodamos los colchones en la caja del forcito de Oscar y nos dispusimos a dormir. A lo lejos en la playa se escuchaba un jeep que iba y venía. Después nos contaron que habían estado probando distintos tipos de gomas y que habían optado por las súper agarre, igual a las únicas que teníamos nosotros. Estos no saben nada, pensamos. Nos dormimos bastante borrachos porque le dimos a la de cinco, hasta que la hicimos cagar.
Cuando empezó a despuntar el sol, nos teníamos que preparar para la segunda etapa, igual a la anterior pero de regreso. El gordo fue el primero en darse cuenta y dijo preocupado.
-El cordero no canta-
Lo habíamos atado cerquita en el paragolpes del camión, pero no daba señales de vida. Nos levantamos, tratando de emparejar el cuero con lastimosos estirones de las extremidades y echamos pie a tierra. Nos dolían los riñones de tanto zarandeo, pero nos preocupaba el cordero. Seguro lo habrían afanado. Lo buscamos un poco pero no lo encontramos. Teníamos que ponernos en marcha y nos arrimamos al Amarillo. Grande fue la sorpresa cuando vimos al cordero, con mi casco puesto hasta las paletas, atado de las manos al volante, sentadito en la butaca. Hijos de puta, lo habían paseado por todas las carpas y no sé si alguno no lo violó.
En la etapa de regreso ya nos sentíamos viejos expertos safaristas y terminamos sin ninguna rotura de importancia, salvo alguna que otra pinchadura. Con el trofeo del quinto puesto en nuestro debut, nos fuimos al primer bar que encontramos a darle el gusto al garguero.
Volvimos orgullosos de nuestra primera experiencia. Algunos nos felicitaban y se interesaban en como había resultado todo y otros opinaban que esto del safari, era una moda, que en uno o dos años ni se acordarían de la categoría. Hoy deben pensar diferente, pero nunca lo van a reconocer.
El cordero se convirtió en nuestra mascota y anduvo solo, en libertad por la chacra, hasta que murió de viejo.
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