Terminaba, finalmente, mi extensa estadía en la secundaria y como nos pasa a todos en algún momento de nuestra vida, generalmente cuando rondamos los 17 o 18 años, nos encontramos de frente con el gran compromiso de elegir una profesión. Varias veces comentamos entre mis compañeros de clases, que hacer en el futuro y también cuales serian las posibilidades de cada uno. Alguien trajo la idea de hacer un test vocacional. El lugar más cercano que teníamos para hacernos el bendito test, que nos aliviaría la tarea de decidir qué carajo hacer de nuestras vidas, era el Juan XXIII en Bahía Blanca.
Y así partimos Viviana y Ricardo Álvarez, Marcelo Pilía, Marisa Barrera, Claudio Reverte y yo. Fueron dos o tres viajes y la conclusión es que lo pasamos bárbaro. Nos divertimos como locos, nos dijeron todo lo que nosotros ya sabíamos pero ahora nos habían cobrado.
En realidad, cuando elijas una profesión, toma en cuenta algunos detalles, que me animo a contarte porque en mi vida he cambiado varias y recién después de los treinta y pico, me di cuenta que, en realidad, no me gusta trabajar y no hay ninguna forma que, sin trabajar, logres otra cosa, que no sea la crítica de los que la yugan todos los días. Por más que me esfuerce en explicar que nos es fácil estar al pedo, todos me miran como para mandarme a la mierda, pero esa es la realidad, no es fácil y no hay uñas que aguanten.
Muchas veces no se tiene en cuenta, la diferencia entre la pasión y la profesión. Es decir, nos pueden apasionar las carreras de autos y los motores, pero no por eso seríamos mecánicos. Hay que buscar la felicidad en lo que se hace.
Lo ideal es que busques información sobre la carrera que deseas estudiar, que charles con uno o varios profesionales de esa rama, para que te cuenten como viene la mano y fundamentalmente, saber que es una decisión individual, antes de seguir una tradición familiar o tratar de imitar a un personaje a quien admiras.
Yo trabajaba en el campo y la chacra de mi viejo, rodeado de vacunos para cría y engorde. La tradición de carniceros de la familia, no me atraía demasiado, pero si tenía que hacer algo en mi vida, seria veterinario.
Me puse en contacto con algunos amigos que habían sido mis compañeros en las secundarias que había frecuentado y me encontré con el Negro Enriqué que estudiaba veterinaria en Tandil. Me dio una dirección donde él vivía con otros dos, pero que en el momento del curso de ingreso, no estaban, que estaría solo y que no había dramas.
Ni bien entré a la universidad, me di cuenta lo complicado que se hace a veces explicar que mi viejo había nacido en Barcelona, pero de Sicilia en Italia y no en España. Lo que me quedo claro, era que había 200 lugares, pero que los anotados para ingresar, hasta ese momento, contaban más de 600. Yo me tenía una fe bárbara, no me había llevado ninguna materia en quinto y estaba más agrandado que alpargata de boliviano. El problema era con química y biología y yo era un flamante, perito mercantil.
Averigüe por las clases de apoyo y surgió otro problema, imagínate, nosotros en el comercial éramos seis, cuando entré en semejante aula, casi me caigo de culo. Había llegado temprano, pero ya éramos como cien y para colmo, los bancos tenían un pedacito de mesa para el cuaderno, pero del lado derecho. No me quedo más remedio que rajar para el fondo y ocupar dos bancos, uno para sentarme y el otro para apoyar mi cuaderno y poder escribir con la mano izquierda. Allá a lo lejos la profesora se presento y dijo que si alguien tenía dudas trataría de atenderlas, pero que consideráramos la cantidad que concurríamos. Una forma muy cordial de avisarnos, que no respondería pelotudeces.
Como la cosa más natural del mundo, escribió en el pizarrón, Cl. Yo estaba seguro que no me había perdido nada de lo que había dicho, pero esas iníciales, no coincidían con nada que conociera. Levante la mano y atendió mi consulta. Pregunte que significaban esas iníciales. Y su respuesta fue preguntarme de que colegio venia. Yo pensé que le había interesado a la mina por ser el primero en preguntar, pero cuando le dije que venía de un comercial, dijo que bueno, que debería poner mis barbas en remojo y comprarme una tabla de los elementos, porque ese era el símbolo del cloro. Yo no le iba a explicar, que mi profesora de química había sido la Sra. Matilde de Costanzo, porque seguro no la conocía y aunque ella se esforzó, no había forma que yo me acuerde de ningún puto símbolo de la tabla de los elementos.
Volví de esa clase de apoyo y me quede más preocupado que pavo en diciembre. Pero esa mina tandilera no sabía, que cuando más me dicen que no puedo, más me emperro en demostrar lo contrario. Le metí horas silla y al final logre, no solo conocer la tabla de los elementos, sino que podía, sin problemas, leer una combinación de símbolos y nombrar a que sal correspondía.
En Tandil vivía un amigo que había sido director técnico del Deportivo Beltrán, cuando debute en la primera división y quien confió en mis habilidades, aunque tenía 15 años. Antes de empezar con las clases, lo fui a visitar y enseguida me estaba dando la ficha del club que lleva el nombre de su abuelo y el suyo propio, Antonio Santamarina. Le dije que con mucho gusto la firmaría ni bien pudiera ingresar a la universidad. Prometí volverlo a ver, en cuanto me diera el tiempo.
Fueron dos meses en que no vi la luz del sol. Entre los doscientos, estaba mi nombre. Finalmente aprobé el ingreso y podría estudiar veterinaria.
De la universidad me fui a un locutorio para comunicar la buena nueva a mis viejos, más contento que palo de gallinero -como diría mi viejo- y decirles que me quedaría un par de días para buscar un departamento. Fue entonces cuando el viejo me dijo, que además me buscara un trabajo, porque se le había hecho la noche en los negocios y las deudas duplicaban su patrimonio. Para que entiendas, mi viejo debía el doble de lo que tenía.
En cinco meses, un tal Martínez de Hoz, ministro de economía de los milicos y mi candidato al premio nobel de química, por haber transformado la plata en mierda en menos de 24hs, con no se qué puta tablita, que no era de los elementos, y una puta ley 1050, había logrado destruir, lo que mi viejo, con mucho esfuerzo, construyo en 30 años de laburo. Le dije que no se preocupe, que yo estaba saliendo para Beltrán y que si iba a trabajar, sería como lo había hecho hasta entonces y que de alguna manera saldríamos adelante.
Arme mi bolso y con él, mi sueño de ser veterinario.
miércoles, 20 de abril de 2011
lunes, 11 de abril de 2011
De Cuatro Pares de Abuelos.
En Monte San Pietrangeli, en la provincia de Marque, donde vivía la familia de Agustín Fulvi y de María Mercante, la situación de pobreza y un futuro de miseria y guerra civil, obligaban a una decisión para nada sencilla.
Las violentas luchas por unificar los pequeños estados en los que estaba dividida Italia en 1860, produjeron grandes trastornos económicos y el país terminó conformándose con estados territorios ricos al norte y regiones agrícolas y más pobres al sur. Faltó una infraestructura estatal capaz de resolver los problemas concretos de la población y, la desigualdad entre las clases sociales derivó en desempleo y corrupción.
Con el dolor en el alma y la desesperación de los padres que ven el futuro de hambre de sus hijos, se ven impulsados a emigrar. El debate de las formas y los nombres de quien se va y quien se queda, es imposible de describir. En esas pocas horas de intimidad el matrimonio percibió la imposibilidad de mantener unida a la familia, alguien tenía que emigrar primero y volver después a buscar al resto de la familia. Don Agustín se despidió de su mujer y dos de sus hijas menores y se embarcó en el buque Tomasso Savoia con sus hijos mayores Paolina, Pascual y aunque fuera el menor de todos era hombre, Enrique, mi abuelo.
Cuando llegaron a la Argentina el 11 de Octubre de 1910. Mientras preparaban sus equipajes, subió al barco un señor buscando obreros para cosechar arvejas. Agustín Fulvi, se entrevistó con él y vio que el trabajo era bueno, contrató condiciones y sueldo.
Todo de palabra porque el papel en aquel tiempo era caro y la palabra más barata, pero valía mucho más que tres hojas de oficio, con veinte sellos y cuarenta firmas.
Cuando se terminaron las arvejas, Don Agustín con sus hijos, se trasladaron a Bahía Blanca, donde un cuñado suyo, Antonio Fabiani, trabajaba de cocinero en el colegio Salesiano Don Bosco y allí consiguió trabajo también para Agustín. Conoció al padre Luis Costamaña, que en aquel tiempo era director. Por consejo de los médicos, el padre Luis debía viajar a pasar unos días de descanso, a la isla de Choele Choel, donde el padre Accetto estaba necesitando un hombre joven y de confianza, entonces le recomendó a Don Agustín.
En el territorio de Choele Choel aun estaba fresca la sangre de los indios expulsados en la expedición al desierto encabezada por Julio Argentino Roca.
Para el estado nacional, significó la apropiación de millones de hectáreas. Estas tierras fiscales que, según se había establecido en la Ley de Inmigración, serían destinadas al establecimiento de colonos y pequeños propietarios llegados de Europa, fueron distribuidas entre una minoría de familias vinculadas al poder, que pagaron por ellas sumas irrisorias.
Algunos ya eran grandes terratenientes, otros comenzaron a serlo e inauguraron su carrera de ricos y famosos. Los Pereyra Iraola, los Álzaga Unzué, los Luro, los Anchorena, los Martínez de Hoz, los Menéndez, ya tenían algo más que dónde caerse muertos.
El padre salesiano Alberto Agostini brindaba este panorama: "El principal agente de la rápida extinción fue la persecución despiadada y sin tregua que les hicieron los estancieros, por medio de peones ovejeros quienes, estimulados y pagados por los patrones, los cazaban sin misericordia a tiros de Wínchester o los envenenaban con estricnina, para que sus mandantes se quedaran con los campos primeramente ocupados por los aborígenes. Se llegó a pagar una libra esterlina por par de oreja de indios. Al aparecer con vida algunos desorejados, se cambió la oferta: una libra por par de testículos".
Cuando los Fulvi vienen a vivir al Salesiano de Luis Beltrán, ya eran muchas las familias del mismo origen que estaban radicadas en la isla. De todos modos se cuentan entre los primeros pobladores de Luis Beltrán.
Trabajando varios años de sol a sol, ganaron lo suficiente como para ir a buscar al resto de la familia, que había quedado en Italia. Cuando tenían todo listo, estalló la primera guerra mundial y no pudieron realizar sus proyectos, tuvieron que esperar hasta después de 1920.
Finalmente Don Agustín puede volver a Italia y traer a su esposa Doña María y sus hijas menores, Anunciada y Gentilina. Las había dejado pequeñas en 1910, pero ahora las encontró señoritas y sin novio. Eran lindas pero no tenían novio por una razón muy triste, dijo mi abuelo Enrique, -“Una de esas razones que los gobiernos no entienden y que no quieren que se hable de ella… La guerra”-. Allí la guerra había matado a todos los muchachos jóvenes de Monte San Pietrangeli y de toda Italia. Esa era la razón por la cual no tenían novio.
Apenas Don Agustín, llegó a Luis Beltrán, trayendo a su mujer y sus hijas, el carruaje donde venían tuvo dificultades en los caminos pantanosos por la lluvia, cerca de la chacra de Gadano, donde trabajaba Nazareno Rapari.
Nazareno le ayudo a solucionar el problema y conoció a Gentilina. A los pocos días, Don Agustín invitó a Nazareno a comer la pasta de los domingos, así comenzó la relación entre Nazareno y Gentilina.
Al poco tiempo vino de la zona de Bahía Blanca, de visita a la casa de los Fulvi, Nazareno D’Ascanio. A quien habían conocido en su paso por la zona, unos años atrás. Muy grata fue la sorpresa para este otro Nazareno, ya que no sabía de la llegada de las hermanas de los Fulvi. Y conoció a Anunciada.
Pascual acompañaba al cura Accetto en la recorrida por la isla visitando a las familias que vivían más alejadas. Una de esas familias era la de Vicente Belloni y Carmela Petassi. Conoció a una de las hijas, Ángela. Pero no era conveniente en aquellas épocas, que se casara una hija menor, si aun no lo había hecho la mayor. Pascual, ni lerdo ni perezoso, le comento a Enrique, la posibilidad de conocer a una chica que vivía por la zona de isla verde, en la punta oeste de la isla de Choele Choel. Allá fueron los gringuitos un domingo temprano y se quedaron a comer, después de reunirse con Vicente y Carmela para arreglar el noviazgo. Una puerta de madera de pino dividía la cocina, donde estaban reunidos, de una de las habitaciones de la casa. Vicenta y Ángela, a través de un agujero dejado por un nudo de la madera en la puerta, espiaban y escuchaban los acuerdos, mientras comentaban sus preferencias y se interrogaban cual les tocaría en suerte. Pero la suerte ya estaba echada, según contaba mi abuelo Enrique, Pascual eligió la más linda pero él se quedo con la más trabajadora.
Pascual era el más conversador y el facilitador, ya que la hermana mayor de Ángela, Vicenta, no se caracterizaba por hacer sociales. Si bien entre Vicenta y Enrique hubo química desde el principio, fue Pascual el armador de la fiesta.
Como siempre en el invierno había más tiempo para dedicarle a los asuntos familiares.
Para casarse se esperaba a que termine la cosecha. Por el trabajo y por los fondos.
Estas cuatro parejitas recién formadas, no se destacaban por acaudalados y con buen criterio pensaron que una sola fiesta de casamiento, solucionaría una serie de cuestiones. Además un casamiento se celebraba con mucho entusiasmo, porque era para toda la vida, y una nueva familia significaba mayores frutos del amor y era hijos, lo único que se podía tener la cantidad que quisieran.
Yo no creo que se propusieran generar uno de los hechos históricos más importantes de la vida de nuestra zona, se generó espontáneamente, considerando las limitaciones que tenían, no las riquezas.
Yo no sé cuantas veces en el mundo se casaron cuatro hermanos, el mismo día, en la misma hora y con el mismo sacerdote. No creo que muchas. Y ocurrió acá. En Beltrán.
Pascual Fulvi, hijo de Agustín Fulvi y María Mercante, se casa con Ángela Belloni, hija de Vicente Belloni y Carmela Petassi. Y son sus padrinos de boda, Mariano Moglianesi y María Antonia Costanzo.
Enrique Fulvi, hijo de Agustín y María, se casa con Vicenta Belloni, hija de Vicente y Carmela, hermana mayor de Ángela. Y son sus padrinos Ernesto Concetti y Pascuala Corradi.
Anunciada Fulvi, hija de Agustín y María, se casa con Nazareo D’Ascanio, hijo de Serafino D’Ascanio y Rosa Noé D’Ascanio. Siendo sus padrinos, Pascual Fulvi y Ángela Belloni.
Gentilina Fulvi, también hija de Agustín y María, se casa con otro Nazareno, en este caso Nazareno Rapari, hijo de José Rapari y Paola Cavallaro. Y fueron sus padrinos, Nazareno D’Ascanio y Anunciada Fulvi.
Después de la fiesta a la que asistieron media isla de Choele Choel, los recién casados partieron de luna de miel a Bahía Blanca. Un hotel cerquita de la estación, alojo a los tórtolos.
Después el regreso no contaría a Nazareno D’Ascanio y su flamante esposa, ellos se quedarían por la zona de Bahía Blanca unos años.
En el primer año nomas, nacieron los primeros hijos. Y la cosa pintaba para otra fiesta enseguida, los tres primeros hijos de estos matrimonios resultaron varones. El primero de Nazareno Rapari, Alfredito. Empato Enrique y nació Luisito. Poco después sería el turno de Nazareno D’Ascanio y empardo con Marito. Se esperaba la inminente llegada del cuarto a cargo de Pascual.
Desde que naciera Marito se hablaba de una fiesta tan grande como el casamiento, en caso de que los cuatro primeros hijos fueran varones. Los parientes y amigos estaban avisados. Todos atentos, contando los días. Hasta los lechones y los pollos se estaban engordando.
¡Que podía fallar, la fiesta era un hecho!
Exactamente el 30 de octubre la fiesta se pincho. Doña Ángela dio a luz y su bebe llego bien, pero resulto ser una nena.
En aquellos tiempos, no se festejaba por igual el nacimiento de un varón o una nena.
En aquellos tiempos las mujeres venían al mundo a sufrir y a ningún padre le gusta que un hijo sufra.
La cosa es que Adelina seria la responsable de la suspensión de la fiesta.
Cada familia seguiría con los encargues. Enrique se descuido y a los cinco meses, Vicenta estaba embarazada. La calabresa reto a su compañero como si fuera el único responsable. No podían tener un hijo atrás de otro, sin haberlo programado.
La preocupación embargó a Enrique y se dispuso a “tomar medidas”. Aunque la Negrita ya venía en camino.
Los métodos anticonceptivos diferían mucho a los actuales. Pero a Enrique, su método le dio resultados un tiempo. Pero las otras familias seguían creciendo sin control.
El sistema de Enrique fue la envidia de unos cuantos pero quedara en la memoria, ya que nunca fue patentado el sistema.
Así y todo entre los cuatro matrimonios sumaron veinte hijos.
La segunda fiesta se realizó entonces a los veinticinco años, o sea en el año 1947, donde se tiro la casa por la ventana. Fue tan linda esa fiesta que resolvieron repetirla a los cuarenta años, en el año 1962. En esta tercera fiesta, aún estaban presentes los cuatro novios y las cuatro novias, hijos, hijas, nietos y bisnietos, amigos de hijos, de hijas y de nietos. Para dar una idea de lo grandioso del evento, basta decir que actuó de jefe de cocina el odontólogo de la zona Don Luis Arias.
Diez años después, en el 1972 se realiza la tercera fiesta, donde se festejan las bodas de oro. En el salón del Horizonte vecino al cine de Domingo Costanzo, en la calle Avellaneda.
En esta oportunidad, de los ocho novios faltó uno, Nazareno D’Ascanio, volvió a la casa del Padre donde no hay ni lagrimas ni dolor, pero Anunciada, su compañera de tantos años, quiso que se hiciera lo mismo la fiesta. Y ella participo con la seguridad, de que fuera esa la voluntad de su compañero.
Pasaron los años y cada uno a su tiempo fueron dejando este mundo para vivir eternamente en el corazón de su descendencia. Y en el año 1987, solo Enrique, el menor de los cuatro hermanos, compartió la Primera Fiesta de Los primos.
Esta primera fiesta, fue improvisada y la concurrencia se limitó a los que aún vivíamos en Beltrán y las localidades cercanas, aunque vinieron algunos de Buenos Aires.
Pasarían más de catorce años para organizar una Segunda Fiesta de los Primos, el domingo 08 de julio del 2001, en las instalaciones del Circulo Italiano, más de doscientos primos, recordamos con mucho cariño, a estos cuatro pares de abuelos, que estarán presentes eternamente en nuestros corazones.
-¡¡¡Que familión- dirían don Agustín y María!!!.
Las violentas luchas por unificar los pequeños estados en los que estaba dividida Italia en 1860, produjeron grandes trastornos económicos y el país terminó conformándose con estados territorios ricos al norte y regiones agrícolas y más pobres al sur. Faltó una infraestructura estatal capaz de resolver los problemas concretos de la población y, la desigualdad entre las clases sociales derivó en desempleo y corrupción.
Con el dolor en el alma y la desesperación de los padres que ven el futuro de hambre de sus hijos, se ven impulsados a emigrar. El debate de las formas y los nombres de quien se va y quien se queda, es imposible de describir. En esas pocas horas de intimidad el matrimonio percibió la imposibilidad de mantener unida a la familia, alguien tenía que emigrar primero y volver después a buscar al resto de la familia. Don Agustín se despidió de su mujer y dos de sus hijas menores y se embarcó en el buque Tomasso Savoia con sus hijos mayores Paolina, Pascual y aunque fuera el menor de todos era hombre, Enrique, mi abuelo.
Cuando llegaron a la Argentina el 11 de Octubre de 1910. Mientras preparaban sus equipajes, subió al barco un señor buscando obreros para cosechar arvejas. Agustín Fulvi, se entrevistó con él y vio que el trabajo era bueno, contrató condiciones y sueldo.
Todo de palabra porque el papel en aquel tiempo era caro y la palabra más barata, pero valía mucho más que tres hojas de oficio, con veinte sellos y cuarenta firmas.
Cuando se terminaron las arvejas, Don Agustín con sus hijos, se trasladaron a Bahía Blanca, donde un cuñado suyo, Antonio Fabiani, trabajaba de cocinero en el colegio Salesiano Don Bosco y allí consiguió trabajo también para Agustín. Conoció al padre Luis Costamaña, que en aquel tiempo era director. Por consejo de los médicos, el padre Luis debía viajar a pasar unos días de descanso, a la isla de Choele Choel, donde el padre Accetto estaba necesitando un hombre joven y de confianza, entonces le recomendó a Don Agustín.
En el territorio de Choele Choel aun estaba fresca la sangre de los indios expulsados en la expedición al desierto encabezada por Julio Argentino Roca.
Para el estado nacional, significó la apropiación de millones de hectáreas. Estas tierras fiscales que, según se había establecido en la Ley de Inmigración, serían destinadas al establecimiento de colonos y pequeños propietarios llegados de Europa, fueron distribuidas entre una minoría de familias vinculadas al poder, que pagaron por ellas sumas irrisorias.
Algunos ya eran grandes terratenientes, otros comenzaron a serlo e inauguraron su carrera de ricos y famosos. Los Pereyra Iraola, los Álzaga Unzué, los Luro, los Anchorena, los Martínez de Hoz, los Menéndez, ya tenían algo más que dónde caerse muertos.
El padre salesiano Alberto Agostini brindaba este panorama: "El principal agente de la rápida extinción fue la persecución despiadada y sin tregua que les hicieron los estancieros, por medio de peones ovejeros quienes, estimulados y pagados por los patrones, los cazaban sin misericordia a tiros de Wínchester o los envenenaban con estricnina, para que sus mandantes se quedaran con los campos primeramente ocupados por los aborígenes. Se llegó a pagar una libra esterlina por par de oreja de indios. Al aparecer con vida algunos desorejados, se cambió la oferta: una libra por par de testículos".
Cuando los Fulvi vienen a vivir al Salesiano de Luis Beltrán, ya eran muchas las familias del mismo origen que estaban radicadas en la isla. De todos modos se cuentan entre los primeros pobladores de Luis Beltrán.
Trabajando varios años de sol a sol, ganaron lo suficiente como para ir a buscar al resto de la familia, que había quedado en Italia. Cuando tenían todo listo, estalló la primera guerra mundial y no pudieron realizar sus proyectos, tuvieron que esperar hasta después de 1920.
Finalmente Don Agustín puede volver a Italia y traer a su esposa Doña María y sus hijas menores, Anunciada y Gentilina. Las había dejado pequeñas en 1910, pero ahora las encontró señoritas y sin novio. Eran lindas pero no tenían novio por una razón muy triste, dijo mi abuelo Enrique, -“Una de esas razones que los gobiernos no entienden y que no quieren que se hable de ella… La guerra”-. Allí la guerra había matado a todos los muchachos jóvenes de Monte San Pietrangeli y de toda Italia. Esa era la razón por la cual no tenían novio.
Apenas Don Agustín, llegó a Luis Beltrán, trayendo a su mujer y sus hijas, el carruaje donde venían tuvo dificultades en los caminos pantanosos por la lluvia, cerca de la chacra de Gadano, donde trabajaba Nazareno Rapari.
Nazareno le ayudo a solucionar el problema y conoció a Gentilina. A los pocos días, Don Agustín invitó a Nazareno a comer la pasta de los domingos, así comenzó la relación entre Nazareno y Gentilina.
Al poco tiempo vino de la zona de Bahía Blanca, de visita a la casa de los Fulvi, Nazareno D’Ascanio. A quien habían conocido en su paso por la zona, unos años atrás. Muy grata fue la sorpresa para este otro Nazareno, ya que no sabía de la llegada de las hermanas de los Fulvi. Y conoció a Anunciada.
Pascual acompañaba al cura Accetto en la recorrida por la isla visitando a las familias que vivían más alejadas. Una de esas familias era la de Vicente Belloni y Carmela Petassi. Conoció a una de las hijas, Ángela. Pero no era conveniente en aquellas épocas, que se casara una hija menor, si aun no lo había hecho la mayor. Pascual, ni lerdo ni perezoso, le comento a Enrique, la posibilidad de conocer a una chica que vivía por la zona de isla verde, en la punta oeste de la isla de Choele Choel. Allá fueron los gringuitos un domingo temprano y se quedaron a comer, después de reunirse con Vicente y Carmela para arreglar el noviazgo. Una puerta de madera de pino dividía la cocina, donde estaban reunidos, de una de las habitaciones de la casa. Vicenta y Ángela, a través de un agujero dejado por un nudo de la madera en la puerta, espiaban y escuchaban los acuerdos, mientras comentaban sus preferencias y se interrogaban cual les tocaría en suerte. Pero la suerte ya estaba echada, según contaba mi abuelo Enrique, Pascual eligió la más linda pero él se quedo con la más trabajadora.
Pascual era el más conversador y el facilitador, ya que la hermana mayor de Ángela, Vicenta, no se caracterizaba por hacer sociales. Si bien entre Vicenta y Enrique hubo química desde el principio, fue Pascual el armador de la fiesta.
Como siempre en el invierno había más tiempo para dedicarle a los asuntos familiares.
Para casarse se esperaba a que termine la cosecha. Por el trabajo y por los fondos.
Estas cuatro parejitas recién formadas, no se destacaban por acaudalados y con buen criterio pensaron que una sola fiesta de casamiento, solucionaría una serie de cuestiones. Además un casamiento se celebraba con mucho entusiasmo, porque era para toda la vida, y una nueva familia significaba mayores frutos del amor y era hijos, lo único que se podía tener la cantidad que quisieran.
Yo no creo que se propusieran generar uno de los hechos históricos más importantes de la vida de nuestra zona, se generó espontáneamente, considerando las limitaciones que tenían, no las riquezas.
Yo no sé cuantas veces en el mundo se casaron cuatro hermanos, el mismo día, en la misma hora y con el mismo sacerdote. No creo que muchas. Y ocurrió acá. En Beltrán.
Pascual Fulvi, hijo de Agustín Fulvi y María Mercante, se casa con Ángela Belloni, hija de Vicente Belloni y Carmela Petassi. Y son sus padrinos de boda, Mariano Moglianesi y María Antonia Costanzo.
Enrique Fulvi, hijo de Agustín y María, se casa con Vicenta Belloni, hija de Vicente y Carmela, hermana mayor de Ángela. Y son sus padrinos Ernesto Concetti y Pascuala Corradi.
Anunciada Fulvi, hija de Agustín y María, se casa con Nazareo D’Ascanio, hijo de Serafino D’Ascanio y Rosa Noé D’Ascanio. Siendo sus padrinos, Pascual Fulvi y Ángela Belloni.
Gentilina Fulvi, también hija de Agustín y María, se casa con otro Nazareno, en este caso Nazareno Rapari, hijo de José Rapari y Paola Cavallaro. Y fueron sus padrinos, Nazareno D’Ascanio y Anunciada Fulvi.
Después de la fiesta a la que asistieron media isla de Choele Choel, los recién casados partieron de luna de miel a Bahía Blanca. Un hotel cerquita de la estación, alojo a los tórtolos.
Después el regreso no contaría a Nazareno D’Ascanio y su flamante esposa, ellos se quedarían por la zona de Bahía Blanca unos años.
En el primer año nomas, nacieron los primeros hijos. Y la cosa pintaba para otra fiesta enseguida, los tres primeros hijos de estos matrimonios resultaron varones. El primero de Nazareno Rapari, Alfredito. Empato Enrique y nació Luisito. Poco después sería el turno de Nazareno D’Ascanio y empardo con Marito. Se esperaba la inminente llegada del cuarto a cargo de Pascual.
Desde que naciera Marito se hablaba de una fiesta tan grande como el casamiento, en caso de que los cuatro primeros hijos fueran varones. Los parientes y amigos estaban avisados. Todos atentos, contando los días. Hasta los lechones y los pollos se estaban engordando.
¡Que podía fallar, la fiesta era un hecho!
Exactamente el 30 de octubre la fiesta se pincho. Doña Ángela dio a luz y su bebe llego bien, pero resulto ser una nena.
En aquellos tiempos, no se festejaba por igual el nacimiento de un varón o una nena.
En aquellos tiempos las mujeres venían al mundo a sufrir y a ningún padre le gusta que un hijo sufra.
La cosa es que Adelina seria la responsable de la suspensión de la fiesta.
Cada familia seguiría con los encargues. Enrique se descuido y a los cinco meses, Vicenta estaba embarazada. La calabresa reto a su compañero como si fuera el único responsable. No podían tener un hijo atrás de otro, sin haberlo programado.
La preocupación embargó a Enrique y se dispuso a “tomar medidas”. Aunque la Negrita ya venía en camino.
Los métodos anticonceptivos diferían mucho a los actuales. Pero a Enrique, su método le dio resultados un tiempo. Pero las otras familias seguían creciendo sin control.
El sistema de Enrique fue la envidia de unos cuantos pero quedara en la memoria, ya que nunca fue patentado el sistema.
Así y todo entre los cuatro matrimonios sumaron veinte hijos.
La segunda fiesta se realizó entonces a los veinticinco años, o sea en el año 1947, donde se tiro la casa por la ventana. Fue tan linda esa fiesta que resolvieron repetirla a los cuarenta años, en el año 1962. En esta tercera fiesta, aún estaban presentes los cuatro novios y las cuatro novias, hijos, hijas, nietos y bisnietos, amigos de hijos, de hijas y de nietos. Para dar una idea de lo grandioso del evento, basta decir que actuó de jefe de cocina el odontólogo de la zona Don Luis Arias.
Diez años después, en el 1972 se realiza la tercera fiesta, donde se festejan las bodas de oro. En el salón del Horizonte vecino al cine de Domingo Costanzo, en la calle Avellaneda.
En esta oportunidad, de los ocho novios faltó uno, Nazareno D’Ascanio, volvió a la casa del Padre donde no hay ni lagrimas ni dolor, pero Anunciada, su compañera de tantos años, quiso que se hiciera lo mismo la fiesta. Y ella participo con la seguridad, de que fuera esa la voluntad de su compañero.
Pasaron los años y cada uno a su tiempo fueron dejando este mundo para vivir eternamente en el corazón de su descendencia. Y en el año 1987, solo Enrique, el menor de los cuatro hermanos, compartió la Primera Fiesta de Los primos.
Esta primera fiesta, fue improvisada y la concurrencia se limitó a los que aún vivíamos en Beltrán y las localidades cercanas, aunque vinieron algunos de Buenos Aires.
Pasarían más de catorce años para organizar una Segunda Fiesta de los Primos, el domingo 08 de julio del 2001, en las instalaciones del Circulo Italiano, más de doscientos primos, recordamos con mucho cariño, a estos cuatro pares de abuelos, que estarán presentes eternamente en nuestros corazones.
-¡¡¡Que familión- dirían don Agustín y María!!!.
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