jueves, 22 de julio de 2010

PASION DE JUEVES POR LA NOCHE.

En el patio de mi casa tengo una cancha de fútbol, a un costado esta la pileta y al otro una calle por la que de vez en cuando pasa un auto. Un alambrado de cinco hilos separa el terreno del descampado del fondo, allí se ubica siempre un viejo del barrio. Lo vi una noche de mucho frio y me llamo la atención el interés de ver esos partidos de fútbol entre equipos de barrio, que movilizaba a ese viejo a sentarse en sus talones con su gorra con orejeras y el sobretodo con la solapa levantada abrochado hasta el cuello. Seguramente es jubilado, no tendrá nada que hacer y se acerca cada vez que juegan los muchachos. Primero pensamos que sería casualidad, pero al tercer jueves en que lo vieron detrás del alambrado ya pasaron a considerarlo hinchada propia. Porque el viejo bien podría ver los otros partidos que se juegan casi todos los días, pero se queda allí, con los brazos cruzados, observándolos a ellos.
Es el único hincha legítimo que tienen, al margen de algunos pibes chicos del barrio que corren a buscar la pelota cuando el Seba tiene un ataque Palermista y la tira a la mierda.
--Ojo con la pileta y la calle – les advierto siempre.
--No te preocupes… ya conocemos el paño –me tranquilizan-. Y es verdad, andan todo el día vagueando por la zona.
--¿No vino la hinchada? Preguntan todos al llegar nomás, buscando al viejo. ¿No vino la barra brava?
Y se ríen. Pero el viejo no falta desde hace varios jueves, firme detrás del alambrado, casi elegante, con un cierto refinamiento en su postura, alternando las manos en el alambre para mantener el equilibrio mientras la otra se refugia en el bolsillo del saco. Nadie lo conocía, no era amigo de ninguno de los muchachos.
--La vieja no lo debe soportar en la casa y lo manda para acá -bromeó alguno-.
--Por ahí es amigo del Norby —dijo otro. Pero saben que el viejo hincha para ellos de alguna manera, moderadamente, porque lo vieron aplaudir un par de partidos atrás, cuando le ganaron a los de Lucas Alegre.
Y ahí, detrás del alambrado fue a tirarse el Nico cuando decidió dejar su lugar al Lauti, que estaba de suplente, al sentir que no le darían las patas para trabajar en la Cope al día siguiente. Casi las doce de la noche y el viejo ahí, fiel, a unos metros, mirando el partido. Cuando el Lauti entró a la cancha, casi a desgano, aprovechando para desperezarse, levanto el brazo avisando que entraba, el Nico se derrumbo cerca del viejo pero de este lado del alambre, el viejo no había cruzado jamás una palabra con nadie del equipo.
El Nico pudo apreciar entonces que tendría unos setenta años, era flaquito, bastante alto, pulcro y con sombra de barba. En una mano tenía una pequeña radio y en la otra mano sostenía un cigarrillo con plácida distinción sujetándose del alambre.
--¿Está escuchando a Camoi, maestro? —medio le gritó el Nico cuando recuperó el aliento, pero siempre recostado en el piso. El viejo giró para mirarlo. Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja.
No sonrio y pareció que la cosa quedaba ahí. El viejo volvió a mirar el partido, que estaba áspero y empatado.
--Música- dijo después, mirándolo de nuevo.
--Algún tanguito? —probó el Nico.
--Un concierto. Hay un buen programa de música clásica a esta hora.
El Nico frunció el entrecejo. Ya tenía una buena anécdota para contarles a los muchachos y la cosa venía lo suficientemente interesante como para continuarla. Se levantó resoplando, se bajó las medias y caminó despacio hasta pararse al lado del viejo.
--Pero le gusta el fútbol —le dijo—. Por lo que veo.
El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el curso de la pelota, que iba y venía por el aire, rabiosa.
--Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con el arte —dictaminó después—. Muy emparentado.
El Nico lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y esperó.
--Mire usted nuestro arquero -efectivamente el viejo señaló a El Guille, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra-. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de las nalgas. La tensión en los abdominales… -se quedó un momento en silencio, como para que el Nico apreciara aquello que él le mostraba-. Bueno.... Eso, eso es la escultura...
El Nico adelantó la mandíbula y osciló levemente la cabeza, aprobando dubitativo.
--Vea usted -el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un córner- el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo furioso y una mancha naranja por el sudor. El contraste con el rojo y blanco de las camisetas rivales, el verde del pasto con el brillo del rocío. El contraste de las luces y las sombras del patio. Entrecierre los ojos y aprécielo así.... Bueno.... Eso, eso es la pintura.
Aún estaba el Nico con los ojos entrecerrados cuando al viejo agregó.
--Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el defensor nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio.... Bueno.... Eso, eso es la danza....
El Nico procuraba estimular sus sentidos, pero sólo veía que los rivales se venían con todo, porfiados, y que la pelota no se alejaba del área defendida por el Guille.
--Y escuche usted, escuche usted.... —lo acicateó el viejo, curvando con una mano el pabellón de la misma oreja donde había tenido el auricular de la radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor válido—.... la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle de la respiración agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los insultos de los muchachos.... Bueno.... Eso, eso es la música....
El Nico asintió con la cabeza. Los muchachos no iban a creerle cuando él les contara aquella charla insólita con el viejo, luego del partido, si es que les quedaba algo de ánimo, porque la derrota estaba al caer sobre ellos como un ave oscura e implacable.
--Y vea usted a ese delantero.... -señaló ahora el viejo a Lucas Alegre, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado-.... ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, moviendo exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando picarescamente justicia.... Bueno.... Eso, eso es el teatro.
El Nico se tomó la cabeza.
--¿Qué cobró? —balbuceó indignado.
--¿Cobró penal? —abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al frente, trepándose apenas al alambre-. ¿Qué cobrás? -gritó después, desaforado-. ¿Qué cobrás la reputísima madre que te parió?
El Nico lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo frio de la noche. El viejo estaba lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Nico tratando de recomponerse, algo confuso, incómodo.
--... ¿Y eso? -se atrevió a preguntarle el Nico, señalándolo.
--Y eso.... -vaciló el viejo, acomodandose levemente la gorra-...Eso es el fútbol.